¿Hay alguien ahí? Si, yo.
- publicado el 20/01/2014
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Como por arte de magia.
Lo primero que notó al despertar fue que Elena no estaba en la cama. Lo supo antes de abrir los ojos. El silencio, la intuición de su ausencia y la falta de calor en las mantas se lo confirmaron. Lo supo y, aún así, abrió los ojos, esperanzado con encontrarla a su lado. Pero no estaba. Odiaba cuando desaparecía de aquella manera.
Se levantó y fue a la ducha. Se extrañó al comprobar que faltaban sus champús y mascarillas, su cepillo de dientes,… Y procedió a mirar todo con más detenimiento. Nunca había sido una persona muy observadora, pero advirtió que en el baño no quedaba ni rastro de Elena. Ni siquiera uno de esos pelos largos y rubios que él solía quitar de los desagües con maniática obsesión. Ni siquiera la caja de tampones. Ni siquiera la esquina inferior del espejo rota. Y ésto sí le pareció realmente extraño. Elena había roto aquel espejo hacía meses con el palo de la fregona, cosa que a él le seguía resultando torpe, o inconcebible. De cualquier forma, ya no faltaba el pico, ése que Elena había roto. Aquello, desde luego, era imposible. Miró el espejo y pensó que tal vez Elena lo había repuesto, ¿pero cuándo? Era un simple espejo, un rectángulo y nada más, sin marco, sin ninguna seña, fácil de reemplazar.
Pensando en el espejo se duchó. Pensando en el espejo reconstruido, o nuevo, se secó y volvió al dormitorio.
No traspasó el marco de la puerta, le temblaron las piernas y apoyó una mano en la pared para sostenerse.
Era imposible que no se hubiera dado cuenta antes, pero en ese momento, desde la puerta, descubrió horrorizado que faltaba la cajonera de debajo de la ventana. Una cajonera que, por supuesto, había comprado Elena. Increíble pero cierto. Sin saber cómo, Elena se había llevado ese trasto con él en la habitación, después de que hicieran el amor y se quedase dormido. No existía otra explicación, aunque esa no lo satisfacía.
Igual que en el baño, inspeccionó el dormitorio, primero con la vista, notando detalles irrefutables, como la cortina central, que ya no estaba, o la peremne botella de agua en la mesita de Elena, que tampoco estaba. Abrió puertas y cajones para comprobar que estaban vacíos, sin rastro de ella. En un arrebato incomprensible y premonitorio abrió su cajón de los calcetines, en el que guardaba con celo las primeras bragas que le quitó a Elena, las cuales habían desaparecido también. Comenzó a desesperarse, y fue en ese momento, al llevarse las manos a la cabeza, cuando observó que en su muñeca, llena de pulseras, faltaba una de cuero que ella le había regalado. Demasiado. Aquello era demasiado. ¿Cómo le había quitado la pulsera sin que se diese cuenta? ¿Por qué se la había quitado? ¿Cuánto hacía que se había ido? ¿Cuánto tiempo había dormido para que ella hubiera podido recoger todo? ¿Por qué se había llevado sus cosas? ¿Cómo había sacado la cajonera sin despertarlo? ¿Cómo se había atrevido a arrebatarle sus braguitas, su mayor tesoro fetichista?… Y entre todas las dudas que bombardeaban su cabeza, la peor, desde luego, era qué carajo pasaba con el espejo del baño… ¿Qué cojones había pasado con el espejo del baño?…
Demasiado. Aquello era demasiado. Aquello era tanto que no sabía qué hacer a continuación, y decidió llamar a Elena. Su móvil estaba sin batería así que fue al salón, donde notó de nuevo la ausencia de Elena. Los cojines del sofá, la lámpara marroquí de la esquina, el jarrón de la mesa,… desaparecidos. Mientras marcaba el número de memoria siguió buscando restos de ella, sorprendido de lo minuciosa que había sido, llevándose sus incontables y desechables revistas de jardinería, a pesar de lo descuidada que era. Una voz robótica le comunicó que el número al que llamaba no correspondía a ningún cliente. Volvió a intentarlo. En vano. No estaba sin cobertura, o apagado, o comunicando, sino que no estaba. No existía.
En la cocina tampoco había nada que le recordara a Elena. Ni sus reservas de latas de atún, ni su jarra con letras de colores, ni su asquerosa leche de soja. En el fregadero, los cubiertos de la noche anterior, los suyos, los de un único comensal. Como si ella no hubiera estado a su lado mientras cenaba, como si él no le hubiera limpiado un resto de salsa de la barbilla.
Desde luego, era demasiado. Porque Elena, a veces, desaparecía. Se llevaba una mochila, o un bolso, y se iba. Se iba dos días, o una semana, a despejarse, o a divertirse, le decía. Él se enfadaba, se frustraba, se alegraba o se conformaba, porque Elena era así y debía respetarla, porque lo aceptó en algún acuerdo invisible que no recuerda.
Pero esta vez ella no se ha ido, ha desaparecido.
De nuevo en el salón saca un álbum de fotos de la estantería, donde percibe sin asombro que faltan la mitad de los libros. Empieza a pasar páginas para comprobar que no hay rastro de la vida con Elena. Las fotos de viajes, de besos y fiestas, desaparecidas. Sus fotos de la infancia, del campamento, de salidas con amigos, de su familia, hasta la foto de su exnovia, que Elena miraba con recelo, estaban ahí. Pero Elena había desaparecido.
Sin ningún tipo de esperanza, sólo guiado por la necesidad de asegurarse, volvió al teléfono y llamó a su hermano. No lo saludó ni le dio ninguna explicación, sólo le preguntó si sabía quién era Elena. Su hermano dijo que no, que si era su nueva presa. Le colgó el teléfono. Elena no existía, había desaparecido.
Como por arte de magia, como si un mago con barba blanca o una bruja con verruga en la nariz hubiese hecho un encantamiento para sacarla de su vida, había desaparecido, se había esfumado, como si alguien hubiera retrocedido al pasado, matado a sus padres y provocado que Elena nunca naciese, como si un elfo de otra dimensión la hubiera raptado y borrado toda prueba de su existencia, incluida la memoria de cada persona que se hubiera cruzado en su vida, como por arte de magia negra, se había evaporado como si se hubiera transformado en líquido y se hubiese ido en forma de vapor por la ventana, aunque esa teoría no explicaba la ausencia de sus pertenencias, había desaparecido como si él mismo se hubiera trasladado a una dimensión donde Elena nunca ha existido, pero no sabe por qué la recuerda entonces, o dónde está su «yo» de esa dimensión, había desaparecido como si esa fuera la mejor y más cruel cámara oculta de la historia, mejor que cualquiera que hubiesen hecho los chinos, o los japoneses.
Ninguna opción le convence lo suficiente para creérsela. Quizás sólo puede aceptarlo. Elena ha desaparecido, y se ha llevado las caricias, los secretos, las chaquetas, los libros, el amor, la confianza y el lubricante. Ha desaparecido. Increíble pero cierto. Sólo existe en su cabeza. Y se le ocurre que sin nada que se la recuerde, será fácil que Elena desaparezca por completo.
Senda-2009.
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Ostrasssss!! Qué fuerte! Me encanta la forma tan minuciosa en que describes la historia, la desaparición de todo detalle que delataba la existencia de Elena, es muy bueno. A medida que avanzas en el relato, sube la tensión y la sorpresa tanto del protagonista como el del lector, excelente trabajo!
Muchas gracias Zilniya. Me alegra transmitírtelo así porque es lo que pretendía.
Es el relato más largo que he escrito nunca, jajaja.
OstrasX2! Me ha encantado en general y particular, los detalles son geniales y como está escrito, (Lo siento Zilniya, estoy diciendo lo mismo :P) Para remate el nombre de Elena y el relato me tocan de cerca.
Gracias por escribirlo.
PD: Aunque tu relato va por otro lado, tiene algún punto en común.
Hace nada me recomendaron la peli «Olvidate de mi» y ahora yo hago lo mismo contigo. Lo de Elena es cosa de LACUNA Inc…Fijo ;P
Gracias por los cumplidos NewoweN.
No entiendo muy bien tu posdata, no sé si va dirigida a mí, ni qué es eso de «LACUNA Inc… Fijo»
Desde luego, muy descriptivo el relato. Y muy original.
Se me ocurren dos posibilidades, que Elena nunca haya existido, y que aquí el prota tenga un despertar bastante cercano a la locura. O que Elena haya desaparecido sin más, siendo él el único que la recuerda. Si es esto último, yo me volvería loco, de ser el protagonista. Preferiría ser también parte de los que olvidan, para no tener que vivir con el recuerdo de algo que no se repetirá jamás.
Me has rayado, Onanista!
Lascivo, queda claro que es la segunda opción. Sencillamente, Elena ha desaparecido, y sólo queda en su cabeza. El protagonista se puede volver loco, supongo que igual que una persona enamorada cuando se siente abandonada por su pareja, e igual tiene que vivir con un recuerdo que no se repetirá, y olvidar a esa persona. Pensé que sin rastro de ella sería mucho más fácil desprenderse, aunque quizás igual de traumatizador.
Me encanta poder rayarte, 😉 y devolverte las rayadas que a veces me produces.
Creo que sé a qué película se refiere Newowen, trata de un chico que no puede olvidar a su ex y esta le anima a ir a una empresa donde le borrarán todo recuerdo de ella, pero durante la terapia, el tío se resiste mentalmente.
Si fuera que Elena nunca hubiera existido y sólo lo recuerda el prota, podría ser esquizofrénico, como el prota de «Una mente maravillosa»…
Pero Elena sí existió. Y desapareció, como por arte de magia.
Zilniya:Bingo! y muy buena peli esa también.
Y como dije, se que no es lo mismo, pero algo en común tiene.
Onanista: A mi me quedó claro el relato, pero no por eso fué menos rayante, transmite esa sensacion muy bien.
Lascivo:
http://www.lacunainc.com/
«y recuerde, con LACUNA Ud. puede olvidar» XD
Yas qué fuerte! Han hecho la página y todo! Si sabéis inglés, id a hacer el test: a mí me ha salido que soy buena candidata para el reseteo, pero sinceramente, perder recuerdos y experiencias es lo peor que le puede pasar a alguien que le gusta escribir relatos… ^^