Antes del desayuno
- publicado el 08/01/2014
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Summer Wars: El viejo loco
Anoche vi un musical de Johnny depp y llegué a una conclusión de la que muchos me darán la razón si la captan en seguida; los musicales y cine porno tienen algo en común.
Ahí queda eso.
El futuro tiene muchos nombres. Para los débiles es lo inalcanzable. Para los temeroso, lo desconocido. Para los valientes, es la oportunidad.
Victor Hugo
– ¿A dónde estamos hiendo exactamente? – le preguntó Yaiza a su amiga.
Arrastraba los pies… como el que se resigna a caminar. Elba se preguntaba lo mismo, pero con más entusiasmo y buscando la diversión. Las callejuelas de aquel pueblo eran tantas y tan estrechas que no se había topado con la misma y les costaba avanzar por la multitud de personas que se paraban para curiosear lo que se vendía. La música resonaba de todos lados y el olor a comida, (de la cual no sabrían apreciar de qué clase) flotaba en el aire, acompañándolas. Aquello parecía surrealista, pensaba Yaiza. Hacía unas horas no había ni un alma por esas mismas calles.
– ¡Eh, ustedes!
Ambas se pararon. No es que fuera evidente que las estuvieran llamando pero les daba esa impresión… Creo que a ti también te ha pasado. Pero a ellas les costó descubrir de quien provenía esa voz.
– ¡Aquí, en frente!
Elba y Yaiza se encontraron con una cara arrugada como una pasa, con unos ojos hundidos que recordaban a un cierto personajillo artístico, a una barba canosa y a un ancianito calvo y con gafas de sol que escondían una mirada. Elba enarcó una ceja, con incredulidad. Yaiza, dubitativa, se señaló con el dedo.
– Sí, ustedes.
Ambas se dirigieron una breve mirada.
– ¡Vengan de una vez, coño! – les gritó él y las dos dieron un respingo.
No pasó cinco segundos para que las dos estuvieran frente a aquel extraño personajillo, que aguardaba de pie al otro lado de una mesa llena de una bisutería compuesta por minerales de distintos colores. Elba creyó que era para convencerlas de comprar algún anillo o collar, pero Yaiza dudaba; nadie podría tratar así a un cliente. A no ser que fuera un fan del doctor más rudo y desagradable de la televisión.
– ¿Nos llamaba? – le preguntó con amabilidad.
El ancianito era unas tres cabezas más bajo que ellas… y eso que las chicas no superaban los 1’60. Elba notó cierto parecido a un gremlin. Una sonrisa se dibujó en su interior.
– No veo a otra mocosa confiada por aquí – contestó el hombre con una voz de pito que difícilmente podrías contener la risa.
Por eso, Elba optó por incorporarse y fingir un ataque de tos. Yaiza sabía muy bien que le estaba pasando y en peligro de contagiarse, optó por mantener la compostura.
– ¿Para que nos llamaba? – preguntó.
– Ustedes no son de aquí – le respondió él – ¡Como puedes preguntarle eso a un puestero! ¡Es que no ves que te quiero vender o que!
Ese alzamiento de voz se ganó otro ataque de tos. Elba decidió alejarse fingiendo que lo estaba pasando mal. Y es que era para pasarlo mal. A mí me ponen delante a un enano con mal genio y voz de pito y por narices tengo que reírme… hasta tú te reirías. Sin embargo, Yaiza no se reía… estaba totalmente perpleja ante la actitud del arisco vejestorio:
– ¿Le habla así a todos sus clientes? – porque sino, no le extrañaría que nadie se acercara a su puesto.
– Solo a los que merecen la pena – contestó él dibujando una amplia sonrisa en su arrugada cara.
– Tendré que sentirme honrada ¿No? – dijo con cierta ironía la chica, ajena a la ardiente cara de Elba, quien seguía aguantándose las ganas de reír.
– ¡Por supuesto! – la voz del anciano era silbante, graciosa, pero firme desprendiendo respeto, por muy difícil que te resulta imaginarlo – Porque les voy a leer el futuro.
A Elba le entraron más ganas de reír y Yaiza se preguntó como iban a salir de ahí… bastante agobiada estaba por la muchedumbre de gente como para aguantar a un viejo loco. ¿Pero realmente ese viejo estaba loco?, se preguntaba de repente la muchacha:
– ¿Leer el futuro?
El asintió con brusquedad, y al levantar la cabeza clavó sus lentes en los ojos de la muchacha, sobresaltándola… porque la amplia sonrisa del ancianito loco se había esfumado:
– Así es. – alzó la ceja izquierda, como quien se siente sobrevalorado – ¿O es que acaso piensan que estoy loco?
La cara de incredulidad de Yaiza fue su respuesta:
– Bueno, da igual. Lo haré de todos modos.
– ¿Es usted un especie de oráculo? – preguntó, no, habló por primera vez Elba. Ya no sentía la necesidad de echarse a reír porque las cosas que tenían que ver con la adivinación le interesaban profundamente hasta tal punto de no recordar al pirata árabe de esa famosa película.
Y por primera vez, el anciano le prestó atención.
– Si así lo fuera… ¿Me creerían?
“Es evidente que no, viejo loco” , pensó malhumorada Yaiza. En ese mismo momento recibió un accidental empujón de la gente que transitaba a sus espaldas. ¿Sería su merecido? Quien sabe.
– Bueno – contestó Elba con una sonrisilla maliciosa, la misma que empleaba para regatear con los gitanos del mercadillo – Si nos leyera el futuro gratis claro que me lo creería. Es que somos estudiantes ¿Sabe?
El hombre volvió a elevar una ceja.
– Si dejara de cobrar a mis clientes por ser “estudiantes” – recalcó moviendo los dedos – viviría en la calle.
– ¿Nos quiere decir que vive de lo que le cuenta a la gente? – preguntó visiblemente sorprendida Yaiza.
– De ver el futuro de la gente – contestó – Se nota que no son de aquí… Mucha gente viene a verme para que les lea el futuro, para quitarle sus males de ojo… Pero no suelo elegir a mis clientes.
– Y por eso somos afortunadas ¿No? – concluyó Yaiza, dibujando una sonrisilla nerviosa, porque empezaba a estarlo – Bueno – tenía que salir de ahí, aquellas cosas le ponían los pelos de punta – es muy tarde, tenemos que irnos El…
– ¡De eso nada! – la cortó son una amiga sacando el monedero de su bolso lila – ¿Cuánto nos daría por leernos el futuro?
– 20 euros cada una.
– Que seamos de ciudad no quiere decir que seamos ricas. ¡Y mucho menos tontas! – protestó Yaiza.
– Diez – dijo su amiga, ansiosa.
El viejo suspiró, resignado:
– Tenía que intentarlo. Pero me queda el consuelo de que alguno haya picado.
– Seguramente no eran estudiantes – dijo con sarcasmo Yaiza.
Él no dijo nada. En silencio, se quitó las gafas de sol, deslumbrándolas con unos ojos tan puramente blancos. Yaiza pronto empezó a sentirse incómodo… y culpable:
– No soy ciego – dijo el, al ver como lo observaban las chicas – Simplemente tengo los ojos así.
Aun así, Yaiza y Elba no salían de esa mezcla de culpabilidad y sorpresa.
– ¿Por quien empiezo? – preguntó él, sacándolas de su ensimismamiento.
Ambas se miraron… y era evidente quien iba a hacerlo. Elba le tendió la mano al viejo:
– ¿Qué estas haciendo? – la chica retiró la mano, confusa – Tu has visto mucho la tele, niña.
– ¿No lee el futuro así? – preguntó Yaiza, tan confusa como su amiga.
– En el cine se lee así. Tampoco uso las cartas. Me basta solo con mirar a una persona a los ojos.
– ¿Le vamos a dar veinte euros para que nos mire a los ojos? – balbuceó la chica – ¡Venga ya!
Elba, aun esperanzada, buscó la mirada del ancianito y pronto la encontró… ¿El resultado? Un inesperado escalofrío en la nuca:
– ¿Qué opinas de la palabra amor, chica?
Se restregó el cuello… y a duras penas contestó:
– El amor es para las películas.
Yaiza la miró… Elba era así de cortante con ese tema. Seguramente te parecerá una estupidez la contestación de la chica, pero viniendo de una niña que ha crecido en el seno de una relación inestable por parte del guaperas de Isaac y su mujer, comprenderías la postura de Elba. De ahí a que la chica nunca tuviera una relación estable con un chico, de ahí a los tantos rumores que ponían en duda la moralidad de Elba. Yaiza sabía que su amiga no era virgen, que no era ninguna santa cuando se trataba de un chico, o varios… pero era una buena persona… tan solo que no estaba dispuesta a caer en eso… ¿O sí?
Finalmente el anciano contestó:
– Quien se ríe del amor… acaba enamorado.
El corazón de Elba ganó velocidad y nuevamente volvió a recorrerle un escalofrío por el cuello.
– ¿Qué quiere decirme con eso?
– Que este verano te enamorarás – contestó Yaiza – Algún día tenía que tocarte.
Su amiga le dirigió una mirada malhumorada. El viejo, ignorando la conversación, continuó, pero con Yaiza:
– Y tú te enfrentarás con tu peor enemigo. Superarás tus miedos.
A Yaiza también le recorrió un escalofrío por el cuello y también el corazón empezó a bombearle con rapidez. Aunque no lo dijeran, era evidente que se empezaban a sentir inquietas… Por eso mismo no se regañaron cuando le pagaron al anciano.
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