Sombras: La pesadilla recurrente. Parte II

Unos párpados se abren de golpe, dejando ver unos ojos tremendamente enrojecidos, cegados por la luz de la lámpara de mesa, que impregna toda la estancia con una brillante luz amarillenta. El hombre gira la cara hacia un lado para evadir la molesta luz, incorporándose sobre la cama. Su mirada se dirige a la mano derecha, la cual sujeta fuertemente un arma. Se trata de una vieja escopeta de caza, una Beretta del calibre 12. La cara del joven se torna en resignación, y la deposita nuevamente en el suelo, su lugar por defecto durante las horas de sueño durante los últimos días. Al parecer el empuñar la escopeta tras despertar bruscamente de un sueño se ha convertido en reflejo después de repetir el movimiento decenas de veces. Claro, siempre y cuando se pueda llamar a “eso” sueño.

Aquello que veía cuando su cerebro intentaba desconectar, todas esas agobiantes escenas de desesperación que se proyectaban en su subconsciente imaginación, no eran normales. Eran tan reales, tan palpables, tan mortales. Ya se había sentido morir decenas de veces, y estaba prácticamente convencido de que la sensación, llegado el caso de que sucediera realmente, no distaría mucho de lo que soñaba.

Algo relajado ya de la agitación después del sobresalto, el joven vuelve a tumbarse pesadamente en la cama, la cual le responde con un chirriar de muelles.

-Otra vez la misma pesadilla –dice para si con la voz entrecortada-. Necesito dormir alguna hora seguida, si no quiero que se me vaya aún más la cabeza. Pero no podría aunque quisiera. Genial, estoy volviendo a hablar solo…

Tras unos minutos de inmovilidad, el joven rebusca en el primer cajón de la mesita de noche, protegiéndose los ojos de la luz con la mano restante. Finalmente saca de entre los cartuchos y la ropa interior un botecito, somníferos, y se queda mirando de cerca la etiqueta unos instantes.

-Joder, no quiero acabar enganchado a esta mierda.

Pese a ello, abre descuidadamente el bote, cayendo algunas pastillas sobre la cama. Una vez recogidas, las sopesa en la palma de la mano, y sin contarlas exactamente se las lleva a la boca. El sueño se apodera de él transcurridos unos minutos.

La lámpara queda encendida, y al joven le parece, sin saber si ya es parte del sueño o de la vigilia que las sombras que produce se alargan eternamente por un suelo que nunca recordó tan extenso. Las pesadillas vendrán nuevamente, pero los sedantes no le permitirán despertar. Al día siguiente algunos estudiantes de la residencia universitaria hablarán a sus compañeros de los gritos desgarrados que se escucharon la noche anterior.

3 Comentarios

  1. Lascivo dice:

    Hola Glandalf, me gustaría leer el primer capítulo. ¿Puedes poner un link en el relato? Mil gracias.

  2. Tania dice:

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