Amont – Capítulo 3

Este es una de las partes de un relato largo que estamos escribiendo entre Lascivo y Champinon. Para más información y ver todos los capítulos, pulsa el enlace.

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Beck se frotó la frente, comprobó la hora una vez más y miró alrededor. En el salón, los comensales se ponían de pie con intención de marcharse ya; las mujeres sonreían escuchando las bromas de los hombres quienes,  seguramente, iban tan colocados que no sabían con exactitud si agarraban realmente a su pareja o  a otra mujer.

Rebuscó en su bolsillo una vez más, sacó la nota. «Señor Beck, sabemos perfectamente quién es usted. Queremos darle una segunda oportunidad, una razón de existir en ese mundo que tanto detesta. Sabemos que cierta parte de la sociedad le considera no apto para su trabajo debido a su edad, nosotros no pensamos igual. Creemos que aún tiene mucho que ofrecer» No decía nada más, no estaba firmada, sólo ponía una dirección… La dirección del Salón Clandestino.

El local obtenía su nombre por el lugar por el cual se accedía a él. Un callejón angosto y oscuro, cuyas paredes recubiertas de graffiti protestaban por el mundo en el que vivían. Las luces enjauladas de las farolas salpicaban aquí y allí sus colores rosas y amarillos de las luces de neón; pero lo que realmente caracterizaba la entrada al Salón era el sonido de las escamas de pintura desprendidas de los ladrillos y que crujían bajo los pies de aquel que andaba a través del callejón. Beck había ido alguna vez, le agradaba la cansada sonrisa del barman y el sabor a gasolina del whisky que allí servían, aunque lo más importante era que los comensales rara vez eran muy sociables… siempre que no fueras una mujer.

En ese momento, uno de los presentes se levantó. Vestía una gabardina oscura abierta hasta la cintura y sus ojos eran tan azules y tan profundos que, o bien se trataba de un modelo Kellington (lo cual implicaba que aquel hombre poseía muchísimo dinero); o bien eran modificaciones genéticas (lo cual implicaba que la familia de aquel hombre poseía muchísimo dinero). En cualquier caso, Beck sonrió, el olor de los billetes siempre alegraba a los viejos veteranos.

– Es usted demasiado joven para recordar la guerra ¿no es así, Señor Beck? – la voz del hombre era grave y portaba cierta melancolía. Parecía que era el fruto de años innumerables de cigarrillos consumidos. Beck se echó hacia atrás en el asiento y sacó un Dunhill de la solapa interior de su gabardina, ignorando la mano que el hombre le tendía.

– No trates de marearme, amigo. Preséntate y dime qué es lo que quieres de mí, o mejor aún, qué puedes ofrecerme.

El gesto del hombre no cambió un ápice, como si esperara eso de aquel que tenía delante. Realmente le conocía muy bien, llevaba tiempo estudiándole hasta que había decidido que era la persona indicada para el trabajo.

– Bien, directos al grano, como siempre – Añadió antes de tomar asiento delante del ex-policía. Estiró la mano y le quitó el cigarrillo que Beck estaba encendiendo. Éste, molesto en un principio, sonrió y sacó otro Dunhill más de su gabardina. El hombre de la voz grave habló de nuevo. – Mi nombre es Bob Muller, trabajo para una organización cuyo nombre no puedo facilitarte. Es una organización de ámbito secreto y necesitamos un empleado que acepte el trabajo de Jefe de seguridad que ha quedado vacante. Por su condición de organización secreta, no podemos darte demasiada información de lo que allí se lleva a cabo. Pero sí puedo… Comentar algunas indicaciones generales.

Beck cruzó las piernas mientras daba una calada a su cigarro y expulsaba el humo con un sonoro suspiro. Muller continuó:

– Se trata de una ciudad invisible llamada Amont. Allí llevamos y tenemos a algunas de las más maravillosas mentes del planeta. Las cuidamos y les damos una educación adecuada para que después sean capaces de contribuir a mejorar el planeta. Curas, adelantos tecnológicos importantes, ingenierías avanzadas,… hasta tácticos en combate…  son algunos de los ejemplos que allí entrenamos. Como comprenderás, tu pasado como militar y sobretodo como ex-policía, nos es muy útil si queremos mantener cierto orden dentro de nuestra «ciudad». El trabajo sería básicamente el de director de la oficina de policía de la ciudad. Nada que no sepas hacer ya a la perfección debido a tu pasado. ¿Qué dirías, Richard?

Beck se incorporó un poco, miró la punta incandescente y sin volverse hacia Muller añadió.

– Diría que estás lleno de mierda en algún lugar dentro de un gran montón de mierda.

Muller asintió.

– Después te diría que cuáles son las condiciones y el pago que me ofrecéis.

El hombre se removió en su asiento. Quizás estaba siendo todo demasiado directo con respecto a lo que esperaba.

– Vamos, Richard. Nuestro perfil nos dice que estás tratando de engañar a la gente de la calle hasta que te maten cuando estés desprevenido. Te drogas y bebes constantemente y te acuestas con las prostitutas más sucias que encuentras con el fin de contagiarte de algo. Eres un suicida, no te gusta el mundo en que vives. Te estamos dando la oportunidad de cambiarlo. De renunciar a tu vida y empezar de cero. Tanto tú como nosotros sabemos que el dinero no te importa. Tienes una cuenta corriente plagada de ceros. Te ofrezco una vida, no un sueldo. Aunque si de eso se trata, podemos ofrecerte aquella cantidad que estimes apropiada.

El cuerpo de Beck comenzó a temblar. Miró a través de la ventana. Hacia la calle oscura que él sabía llena de mierda. ¿Cómo sería aquella ciudad invisible? No podía dejar de temblar. Quizás ya había aceptado en el momento en que acudió al café. Cualquier trabajo sería mejor que morirse en una habitación de hotel. Miró hacia Muller.

– Bien Bob, parece que me conoces mejor que yo a mí mismo y por lo que dices parece ser que esto me conviene. Pero deja de apuntarme con ese arma por debajo de la mesa, llevas así desde que te has sentado. Así no me dejas realmente libertad a la hora de elegir, ¿no crees?

El hombre sonrió.

– Claro – sacó ambas manos encima de la mesa. Tenía un arma antigua. Una Magnum 44 modelo 19, seguramente también era militar. – ¿Me acompañarás entonces? ¿Sin ocasionar problemas?

– Eh, yo siempre me porto bien; soy muy dócil, conmigo nunca hay problemas. – Y se levantó para acompañar a Muller allí dónde empezaría su nueva vida.

Champiñon
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2 Comentarios

  1. Lascivo dice:

    Touché!
    La cosa se pone interesting, y me has dado muchas ideas. Te lo voy a poner difícil, campeón.

    PD: Te he corregido tildes, con tu permiso.

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