Bicicletas y cervezas
- publicado el 22/10/2012
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Vine a morir
Noche. Noche otra vez. Hace tanto que es de noche… A veces siento frío, a veces calor… pero siempre es de noche. Veneno corre por mis venas. Me siento aturdido. Como una gota de agua en medio del desierto, desubicado. Miro a mi alrededor: gente riendo, gente bailando… cosas que nunca entendí. Cosas tan ajenas que no sé si en algún momento las viví. De todas formas, eso ya no importa. Voy a morir. Lo sé, es cuestión de horas. Y aquí me encuentro rodeado de nada, pensando en ella; aguardando el final, anhelando oler su pelo una vez más. Tal vez no la vuelva a ver. Tal vez nunca me importó… pero ahora no dejo de pensar en ella.
Toda mi vida he sido un cabrón egoísta, pero este último día, un acceso de jodido altruismo me invade. No quiero que piense que soy un mártir. Quiero que sepa que soy un cabrón. Un infeliz… y que lo he sido toda mi vida. Sé que se las apañará, sé que no la van a encontrar porque es jodidamente más inteligente que yo. Yo me dejé encontrar, yo me dejé matar… pero ella tiene una ilusión, una meta que no le permite desfallecer ni un momento.
La recuerdo en aquel hotel de París… sus rizos de azabache se entremezclaban con el verde de sus ojos; sus labios, sus pechos, mi cuerpo… unidos. En cada galopada me susurraba sueños adolescentes. Me entretenían. No voy a intentar engañar a nadie en estos momentos. Yo sabía que no iba a ocurrir. Sabía que no nos veríamos en Toulousse. Ni en Roma, ni en Madrid y por supuesto, tampoco en Nueva York. Sabía que ella era demasiado para mí… que perdería su cabeza si yo se lo pedía.
Phylippe, un viejo amigo — quién lo iba a decir—, me esperaba afuera. La entretuve con unas páginas que había escrito la noche anterior y salí. Hacía frío. Mi amigo me esperaba con el cigarro en la mano. Lo acepté y me dispuse a oír lo peor. Te van a matar, me dijo. Lo sé, le respondí. No hizo falta ni una palabra más. Ambos queríamos disfrutar del final. Hacía mucho tiempo que habíamos hablado de esto, sabíamos que todo había llegado muy lejos y, que tarde o temprano, tenía que acabar. Yo no hablé, pero mi amigo se esforzó en recuperar recuerdos sacados directamente del olvido. Eran recuerdos entrecortados naturalmente… el alcohol borra los mejores momentos. Con un parco adiós nos despedimos. Él me miró de arriba abajo como queriendo grabar mi imagen a fuego en su retina. Volví a la habitación… ella me esperaba tumbada en la cama. Sus verdes ojos gatunos fijos en el infinito. Me recibió con una gran sonrisa, pero yo no había venido a hablar.
A la mañana siguiente nos despedimos. Le prometí volver a vernos, le prometí la luna… pero vine a Praga a morir. Porque ya me tocaba. Porque no quería seguir viviendo por ella… o a pesar de ella. Porque todos estos años no podían caer en balde… no se podían redimir de ninguna manera. Porque merecía morir.
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