Prisionero
- publicado el 25/08/2011
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¿Culpable o Inocente?
Caminaba aparente sin rumbo, como si temiese a la brutalidad de la crueldad que presente se haría cuando menos lo sospechara. No podía correr así lo quisiese, delataría sus ocultas intenciones, infructuosas de esconder lo que grita en silencio. Se asoma en los ventanales de un negocio mugriento, aquel mismo lugar que lo recibió con los brazos abiertos cuando su consciencia lo atacaba despiadadamente. Cuantos pensamientos se reflejaban de la nada, los primeros sutiles, consoladores: no fue tu culpa George, lo golpeaste por que no tuviste otra opción, vamos hombre, eso no se hace, mas no eres el único que le da un bofetón a un amigo del alma, fue un altercado perdonable, rutinario, el tiempo se encargará de insertarlo en un cajón para enterrarlo profundamente a 5 metros debajo de la tierra. Luego remordimientos que contrariaban a los anteriormente planteados: Eres un monstruo, se trataba de una mujer, no un simple amigo carajo, la misma que te entregó su incondicional apoyo sin esperar algo a cambio, le has pagado su bien por mal, bondad por mezquina desgracia, bendición por maldición, brillante y entregada lealtad por desleal atropello de los derechos más pueriles , no mereces respirar en este mundo donde la luz del sol se esparcirá por tu cabeza como si no hubiese ocurrido mayor contratiempo. Tomó entonces cinco primeras copas de aguardiente, aun cuando el barman le dijo que esa bebida era para preparar cocteles o tragos con un toque prudencial del mismo, no para beberlo como si de medicina se tratase. No importaron las advertencias, el dinero lo resuelve casi todo: -Le pagaré la bebida como si de champagne se considerase. -No es permitido señor, por favor pida… -Caray entonces me iré a otro bar. –Haremos la excepción, está bien, conserve la calma. La paz se fue de la vida de un miserable como lo llamase la madre de su atemorizante víctima. ¿Cómo sabría yo que espécimen raro, de inigualable apariencia tuviese un nimio de sentimientos? La reconocí del intrépido sueño que me hizo desvelar tres noches enteras, fue considerado por mis oyentes como innombrable pesadilla, así como esta, mi temible realidad. Al undécimo sorbo, donde leve mareo se exteriorizaba sin disimulo en mi semblante decrépito, desconozco si motivo del grado del alcohol presente en mi sangre, o si acaso del miedo que me acompañaba de hacía días y no lograba difuminarlo ni con la lectura del salmo 23, el mismo que persuadió a ratos los malos espíritus que atormentaban a Emily Rose, los que trajeron oportuna calma a mi madre al ser víctima de un mal hombre que la maltrataba con palabras vulgares y soeces atacando su autoestima ya baja. –Caballero, vamos a cerrar el negocio, si quiere puede acompañarnos mañana. –No se preocupe, puedo vivir sin emborracharme, contestaba. Noche de frialdad es lo que denomina los breves momentos cuando a obscuras transita esa pequeña vereda. Se propuso ser valiente, tan corajudo como su difunto padre, que enfrentó a dos osos hambrientos al acampar el 12 de abril de 1997, con sus manos desnudas le aplicó la media Nelson al oso de mayor tamaño y al ver su colega animal, que lloriqueaba como un inocente perro cachorro, huyó dejándole en el sitio como si nunca lo hubiese conocido. Se aventuró pues a enfrentar lo que semejaba terrorífico, espantoso, abrupto, insensato acto de valía, revalidación de la hombría. No tuvo necesidad de abordarle, como telepatía atrapante con sus deseos temerarios le hizo aparecer ante él nuevamente la figura de la inmolada. –Perdóname vale, no imagine fueses tú. –Aun así me lastimaste, dijo la voz femenina. –Si tus labios se convirtieron en gruesa trompa de elefante y filosos marfiles a su lado le adornaron. –No hay razón por haberme herido, contestó la fémina espantosidad. –No soy culpable del oprobio que me causaste inintencionadamente, me hizo pues reaccionar de manera instintiva y atinarte el dichoso golpe que jamás habría querido propinar en tu bello rostro de cristal desaparecido. –Si en vida prometiste amarme hasta que la muerte nos separase y a posteriori insististe al bendito hechicero haitiano, quien como vulgar zombi me convirtió y al despertar mi esposo de la ilusión encadenada que padecía su alma, procuraste acabar con la existencia que tú mismo originaste, ¿Cómo osas pedir que perdone de lo que no te has arrepentido?, espetó su muerta viviente. Se esfumó de sus ojos como si perteneciese la energía del engendro a una entidad fantasmal, como si no poseyese cuerpo material, meramente el astral, plasma iluminante del pasado que no volverá jamás.
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