Cadena perpetua

No recuerdo cuando empezó, en qué momento aquellas manos que me acariciaban se convirtieron en puños de acero. Los brazos que antes me abrazaban eran ahora mi cárcel; y las dulces palabras de amor, desprecios y gritos.

Cada golpe que tú me dabas, desfiguraba nuestros rostros; en el tuyo surgía la bestia.

Aquella noche no fue una de tantas. Mientras descargabas  sobre mi quebrantado cuerpo lo que tú llamabas amor, no sé si por el destino, mis súplicas o el alcohol, caíste golpeándote certeramente.

Con tu muerte, creí quedar libre para siempre. No sabía entonces que algunas secuelas son para toda la vida. Como otra cadena perpetua.

 

Fotografía; Jan Saudek

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