La brisa fría recorría sendos caminos de sangre hasta llegar a su nariz y su oído. Tendido en el suelo, unos pies enfundados en armadura pasaron junto a él y se detuvieron. Es el fin. El cielo ahora se volvía de un blanco tan intenso que casi no podía ver. De repente azul de nuevo, el sonido de la batalla crecía gradualmente, el dolor amainaba. Pudo erguirse hasta quedar sentado y entonces la vio: su ángel guardián, la sacerdotisa más bella del templo le había salvado la vida. Lucharía un día más, por la ciudad de Ecra, por sus hijas.

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ToskoKozlov

Estudiante de ingeniería informática, aficionado a la literatura fantástica y empezando en el mundo de la escritura.

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• La caída del guerrero - 20/01/2014