LA MORGUE

 

 

Cada noche ensuciaba el inmaculado guardapolvo blanco con la sangre de los cadáveres de desconocidos  que llegaban a la morgue.

Recorrió por breve tiempo el reducido ambiente  mientras se colocaba los guantes quirúrgicos, suspiró  largamente y  comenzó su trabajo,  diseccionando el cadáver  con destreza y con milimétricos trazos todo a la perfección porque amaba su trabajo y siempre le gustaba hacerlo bien. Tomó algunas fotografías para guardarlas en su abultado  y macabro álbum de fotos que celosamente guardaba bajo siete llaves, para  él eso era como tener una valiosa joya.

Luego se sentó frente al computador y escribió el informe final  especificando las causas de la muerte de tan bella dama. Luego caminó  hasta  la mesa donde se encontraba la cafetera  se sirvió una taza de café caliente para  amortiguar en algo el frio de la madrugada, la endulzó  ligeramente y  contempló  por un instante el humeante vapor  mientras su olfato se deleitaba con el aroma.

Caminó  hasta una silla acomodó su trasero en ella  y empezó a beber observando el cuerpo desnudo de la muerta  al punto de excitarse, cuando la voz ronca del asistente lo desconcentró.

_ ¡Doctor! … Aquí  le traigo  al siguiente.

Dejó  la taza sobre la mesa  y    sonrió.

Luis Aranda Cruz
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