Transmigración incomprendida
- publicado el 18/01/2014
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Azhur. El que no vive ni muere
Hans encendió un cigarro mientras daba vueltas alrededor del círculo de llamas que ocupaba casi toda la habitación. Sus botas militares hacían crujir los tablones a cada paso. Se paró frente al mueble bar situado en la esquina noroeste y sacó una botella de su mejor whisky alemán, se sirvió un buen vaso, agarró una silla y la situó enfrente del círculo. Se dejó caer con pesadez y seguidamente tomó un buen trago del amargo licor. Respiró profundamente y cuando se sintió preparado se forzó a mirar a la criatura que se encontraba atrapada dentro del círculo.
A simple vista parecía un hombre cualquiera; cabello largo y oscuro, facciones marcadas y nariz puntiaguda. Pero Hans sabía muy bien que aquel ser no era humano y sus ojos eran una clara evidencia de ello. Aquel ser poseía unos ojos penetrantes y violáceos que ponían de manifiesto el sobrenatural poder que albergaban.
– Por fin te he encontrado – susurró Hans mientras se reclinaba hacia delante acercándose a las llamas.
La criatura se limitó a mantener la mirada de su invocador. – Me ha llevado años de investigación hallar la clave para dar contigo, pero al fin lo he conseguido y aquí estás, atrapado en el círculo de Joreh. ¿Estás cómodo dentro de la jaula que te he preparado?. – preguntó con un asomo de soberbia.
– El ser no respondió, pero una maliciosa sonrisa se dibujó en su rostro.
– ¡Azhur! – Los ojos del ser chispearon ante el sonido de aquella palabra – Ese es tu nombre, Azhur, el que no vive ni muere según el imperio otomano. Nunca te hubiera imaginado con esta apariencia.
– Hola Hans – respondió con una voz gutural que parecía no provenir de ningún sitio. La fuerza de la voz y el hecho de que pronunciara su nombre pilló desprevenido a Hans que dando un respingo se volvió a recostar contra la silla. – Tú me llamas Azhur pero ese es sólo uno de los incontables nombres con los que los mortales se han dirigido a mi a lo largo de los tiempos. Muy pocos son los que han descubierto mi verdadero nombre.
– No me importa tu verdadero nombre – profirió Hans con su autoritario tono de oficial.
Azhur sonrió – Oh, si que te importa o debería importarte si pretendes conseguir lo que quieres.
Hans estudió a la criatura preguntándose si conocía todo lo necesario para tratar con aquel ser.
– Yo si sé todo sobre ti Hans – continuó Azhur como si le hubiera leído el pensamiento – sé que tu führer te ha enviado en búsqueda de un poder que le ayude a ganar la guerra. Y sé que esa búsqueda te ha llevado hasta mi. Pero… ¿Estás seguro de querer pagar el precio?
– ¿De qué precio hablas? – preguntó Hans sin disimular su desconocimiento.
– Me decepcionas Hans. Creía que tú y tu grupo de amigos estaríais más preparados. ¿Cómo os hacéis llamar? ¡Ah, si! la sociedad Thule. – Hans sintió crecer la rabia dentro de él – Pensaba que seriáis más competentes.
Hans arrojó con rabia el vaso de whisky hacia la esquina más alejada – ¡Yo te he invocado!
– Invocarme es la parte fácil – Bramó el ser mientras todos los objetos de la habitación se tambaleaban y las llamas del círculo ardían con más intensidad. Hans no pudo menos que levantarse de la silla y retroceder un par de pasos hasta apoyarse en la estantería más cercana.
– Debes conocer el precio – continuó el ser recobrando un tono apaciguador – si vas a tratar conmigo debes conocer las reglas del juego. Hans asintió resignado. – Empezaré desde el principio, te contaré mi historia – Azhur acompañó sus palabras con un gesto que invitaba a su invocador a que retomara su asiento. Hans dudó unos instantes pero acabó accediendo.
– Te sorprenderá saber que un día fui un hombre como cualquier otro. Mi nacimiento se remonta al año tres mil antes de vuestro cristo en una pequeña ciudad situada cerca del río Eufrates llamada Kuar. La vida en aquellos tiempos no era fácil; trabajábamos duramente la tierra para poder comer, convivíamos con las enfermedades y las plagas y obedecíamos los designios de nuestros dioses. Estos designios eran trasmitidos a nuestra gente mediante nuestros sacerdotes denominados por nosotros con el nombre de ‘luarus’ que significa los que ven. Para recibir las palabras de nuestros dioses, los luaru realizaban un ritual cada solsticio; se bañaban en sangre de oveja, se sentaban desnudos alrededor de una gran hoguera, entonaban cánticos y entraban en trance durante una noche entera. A la mañana siguiente nos transmitían sus visiones y con ellas los deseos de los dioses. Nosotros nos limitábamos a obedecer y a seguir con nuestras vidas. La mayoría de esas encomiendas se reducían a cultivar más trigo, construir en un emplazamiento asignado y de vez en cuando sacrificar algún cordero. La vida se regía por normas sencillas. Crecí, conocí a mi esposa ,me uní a ella bajo nuestras creencias y formé una familia. – Al decir estas palabras Azhur hizo una pausa y bajó la mirada entristecido – Tuve una hija a la que llamé Aene – continuó con un brillo inusitado en los ojos –. Desde el mismo día que nació creó un gran revuelo en el poblado pues nació con una espesa cabellera, insólita entre los recién nacidos. Esto por si mismo ya generó desconfianza entre aquellas gentes tan supersticiosas, pero fue al bañarla en el río cuando dio que hablar a todos; tenía el cabello pelirrojo de un rojo intenso como el fuego. Tal vez esto no suponga nada extraño para la época actual, pero debes comprender que para nuestras gentes donde la mayoría eran de tez oscura y pelo moreno supuso un hecho de gran importancia. Fueron transcurriendo los años y aunque al principio fuimos tratados con desconfianza y frialdad Aene se fue ganando el cariño de la gente, pues era una chiquilla muy alegre y llena de energía y para mí se convirtió en todo mi mundo.
Fue en el año en el que Aene cumplió ocho años cuando una grave catástrofe recayó sobre el poblado. Nuestros ganados enfermaron y murieron sin motivos aparentes. Nuestros cultivos se secaron y el río se vació de peces. El pueblo empezó a pasar hambre y algunos murieron. Nuestros cazadores recorrieron tierras lejanas en busca de presas, el resto nos refugiamos en nuestras creencias y esperamos ansiosos el solsticio de verano para recibir las palabras de los dioses. Algunas palabras que explicaran el sentido de nuestro sufrimiento.
Llegó el día indicado y los supervivientes que apenas éramos unos setenta pasamos la noche en vela presenciando el ritual. Cuando llegó la mañana el luaru llamado Knox se apostó en una roca por encima del resto y nos transmitió estas palabras:
– Gente de Kuar – profirió el sacerdote en tono solemne – hemos recibido instrucciones del dios Sethun – tras oír este nombre todos los presentes dejaron salir una exclamación de asombro, pues aunque teníamos la certeza de que Sethun existía nunca se había dirigido a nosotros a través de nuestro luaru. Sethun era para nosotros el dios de la muerte y de la despedida, cuando una persona salía de nuestras vidas decíamos que había sido el deseo de Sethun. – Sethun está ofendido – continuó el luaru – dice que ya no respetamos su nombre ni recordamos su poder. – todos prestábamos atención en silencio – Sethun dice que él le dio color rojo a la sangre para que aprendiéramos a temerla, para que sirviera de advertencia antes de su llegada. Pero dice, que ya no respetamos su mensaje. Nos burlamos de él y de lo que representa. Él ha decidido recordarnos que sigue cerca de nosotros castigándonos con su presencia. Sethun dice que permitimos llevar su color mofándonos de él. – Knox señaló a mi hija Aene y de pronto todos fijaron su mirada en ella, mi mujer y yo reaccionamos arropándola entre nuestros cuerpos. – Sethun quiere que nos deshagamos de la ofensa y que recuperemos nuestra fe – el pánico se apoderó de nosotros al escuchar estas palabras y tratamos de salir del tumulto y de alejarnos lo máximo posible, pero la gente nos sujetó con firmeza.- ¡Debemos sacrificar a la niña y a sus padres! – sentenció el luaru y la gente no dudó. Un remolino de manos se abalanzó sobre nosotros, recuerdo chillar el nombre de mi esposa y mi hija mientras era zarandeado y golpeado hasta desmayarme. Cuando desperté, estaba atado en un poste y en otro cercano se encontraba mi esposa. Escuché gritos y fijé mi vista hacia la hoguera que había servido para el ritual y dentro de ella… dentro de ella vi una imagen que me ha acompañado durante cinco mil años. Mi pobre Aene, la habían introducido en la hoguera y ardía mientras profería gritos de sufrimiento – ¡Cuando todo acabe ya no supondrá una ofensa para Sethun! ¡ya no portará el color de la burla! – Escuché que anunciaba Knox, mi mente no lo soportó y me volví a desmayar. Al día siguiente le hicieron lo mismo a mi esposa y aunque grité, lloré, amenacé e imploré… nadie me quiso escuchar. Golpeé repetidamente mi cabeza contra el poste hasta que la sangre cayó recorriendo todo mi cuerpo. Mi mente estaba enloquecida, ya no sabía discernir lo real de lo irreal. Nadie que no haya visto morir con impotencia a sus seres queridos delante de él puede entender el dolor que sentí. – Azhur dijo estas últimas palabras fijando la mirada en Hans, una mirada que por primera vez le pareció que albergaba algo de humanidad – Los momentos sucedían difusos – siguió relatando –, no recuerdo el tiempo que pasé despierto pues era como si ya no formara parte de mi cuerpo. Tan sólo sabia que pronto llegaría mi hora y no tenía miedo. Al contrario lo deseaba. Deseaba que terminara aquel suplicio. Imploraba por que alguien viniera a liberarme de mi dolor. Y así sucedió.
– Azhur recuperó su apariencia imperturbable y de nuevo desprendía ese aura de poder sobrecogedor – La segunda noche desperté cuando alguien me zarandeó. Al abrir los ojos tenía ante mi un anciano de larga barba blanca. No había nadie más, la gente del poblado parecía estar descansando en sus casas.
– Mátame – le supliqué.
– Lo cierto es que tengo algo mejor para ofrecerte – contestó el anciano mientras entornaba sus ojos violáceos.
– No puede haber nada mejor que liberarme de esta tortura.
– ¿Qué tal la venganza? – preguntó acercando su cara a la mía.
En ese momento algo cambió dentro de mi, estaba tan sobrepasado por el dolor que sólo podía compadecerme de mi situación y desear la muerte. Esa simple palabra hizo que fluyeran por mi cabeza las imágenes que había presenciado. Recordé a Knox recitando su sentencia, recordé las caras de la gente mientras veían morir a mi familia y deseé la muerte de todos ellos.
– Si – contesté arrastrando las palabras con un siseo.
El anciano cogió mi cara entre sus manos. Sus ojos se clavaron en los míos dejándome en un estado casi hipnótico.
– ¿Quién eres? – pregunté.
– Sethun – respondió sin tapujos.
Al oír el nombre supe que decía la verdad. Él era el dios de la muerte con forma terrenal, el mismo dios que me había destrozado la existencia. Me había arrebatado todo lo que quería, convirtiéndome en un despojo que anhelaba la muerte y la venganza. Quería destruir a ese ser, ensañarme con él hasta vaciar todo mi dolor, relegarlo al olvido por toda la eternidad. Pero… pronto tomé consciencia de lo absurdo de mis pensamientos. Jamás podría vengarme de aquél ser. Jamás podría causarle el mismo dolor, y por supuesto nunca podría asesinarlo. ¿Acaso alguien podría asesinar a la muerte?. Dejé caer la cabeza apesadumbrado.
– ¿Por qué? – pregunté intentando encontrar sentido a sus actos.
– Sólo hice lo que debía hacerse para que tú seas quien debes ser.
Aunque al principio permanecí unos instantes examinando aquella respuesta, luego la obviedad se hizo patente. Comprendí lo que aquel ser pretendía de mí. Sethun había planeado cada movimiento para convertirme en el mortal desesperado que era, para llevarme hasta ese momento. Y ganó. Formulé la pregunta sin reflexionar en las consecuencias.
Cuando recuperé el control de mi mente ya no estaba atado, me encontraba en mitad del poblado y alrededor de mi se hallaban tendidos decenas de cadáveres. El sacerdote Knox estaba cerca de mis pies con el cuerpo mutilado salvajemente. Supe que yo era el causante. Yo había asesinado a todo el poblado. Ahora me daba cuenta de la importancia de mi elección. En ese momento comprendí que había dejado de ser un hombre y me había convertido en él; el dios de la muerte y la despedida – Azhur pareció salir de un trance y volvió a reparar en el humano que tenía ante él –.
– Ahora ya conoces mi historia Hans, ¿de verdad quieres seguir con esto?
Hans miró de arriba a abajo a aquel ser mientras un escalofrío le recorría el cuerpo. ¿De verdad era esa la apariencia del dios de la muerte? Hans evaluó la posibilidad de conseguir aquel poder. Con el poder de la muerte conseguiría ganar esta guerra y cualquiera. No tendría que rendir cuentas a nadie, él se convertiría en el amo del mundo o mejor aún, él se convertiría en un dios.
– Dámelo – exigió.
– No tan rápido, Hans – apaciguó -. Para convertirme en lo que soy tuve que descubrir el verdadero nombre de aquel ser y formular la pregunta adecuada, y para ello aquella criatura me obsequió con tres respuestas. Me veo en la obligación de ofrecerte el mismo trato. Tres respuestas para el mortal que trate conmigo. Salvo por una pequeña salvedad; te destruiré si no encuentras la pregunta correcta.
Aquella amenaza no cogió de sorpresa a Hans. Ahora sabía con quién estaba tratando. Pero Hans siempre había sido un hombre inteligente y estaba convencido de lo que tenía que hacer. Aunque el precio era su propia vida, no estaba preocupado. Sabía exactamente las preguntas que debía formular. Sonrió.
– Ahora que conozco tu historia, sé que formulaste tres preguntas, de las cuales la tercera será la que me dé tu poder. Sólo tengo que hacerte las mismas preguntas.
Athur permaneció impasible.
– Ahí va mi primera pregunta ¿Cuál es tu nombre?
– Sethun – respondió – El día que tomé su lugar me convertí en el dios de la muerte y la despedida.
Aunque Hans podría haber deducido la respuesta Azhur había tenido incontables nombres a lo largo de la historia y prefirió asegurarse.
– La siguiente pregunta es: ¿Qué pregunta realizaste en tercer lugar a Sethun?
Una máscara de hostilidad apareció en la cara de Sethun. No se esperaba aquella pregunta tan directa. Hans supo que había dado en el clavo, la respuesta a esta pregunta podría utilizarla para la siguiente pregunta y con ella arrebatar el poder al dios. Había sido más inteligente que aquel dios al ahorrar una pregunta. El mortal que antes era Sethun tuvo que malgastar una pregunta para hallar el motivo de su sufrimiento pero Hans no tenía necesidad de realizar dicha pregunta, bastaba con conocer la pregunta indicada y el nombre de la criatura. Y tampoco tenía porque descubrirla por si mismo, si aquel ser ya la realizó una vez sólo tenía que preguntársela.
Hubo un silencio tenso entre los dos.
– Mi pregunta fue – dijo el dios entre dientes – ¿Sethun me dejarás liberarte de tu carga y tomar tu lugar?
Ahora Hans conocía la pregunta exacta. El poder de un dios estaba al alcance de su mano. Ya se podía imaginar doblegando a la humanidad. Comenzaría ocupando el lugar de su führer para después derrotar al ejército aliado. Luego seguiría invadiendo el resto del mundo hasta hacerlo sucumbir por completo. Todos se inclinarían ante el poder del renovado dios de la muerte. Sethun sería ahora su nombre y todos aprenderían a temerlo. Ya casi podía saborear su destino.
Hans se dispuso a formular la pregunta.
De repente el círculo de llamas se apagó.
Sethun salió caminando de él dirigiéndose hacia Hans.
– Como te dije – dijo el dios – me siento obligado a dar tres respuestas a tres preguntas realizadas por un mortal.
– Aún me falta una pregunta – gritó horrorizado Hans intentando apartarse del ser.
– ¿Estás seguro? – Sethun cogió la cabeza de Hans entre sus manos obligándolo a arrodillarse y le susurró al oído – No, no estaba cómodo dentro de la jaula que me habías preparado.
Hans comenzó a arder.
- Azhur. El que no vive ni muere - 08/09/2014