Cuando caen las hojas
- publicado el 06/01/2014
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Un supermercado, un caramelo de fresa y un beso
Cuando lo viste por primera vez te resultó muy gracioso. Acompañabas a tu mamá al supermercado. Te tomó en brazos para bajarte del carrito, cerró los ojos y te acercó para darte un beso. Giraste la cara cuando sus labios se imprimieron en tu mejilla. Ése fue el momento. Tu mamá te dejó en el suelo y te dio un caramelo de fresa. Lo mostraba el monitor de seguridad de un centro comercial, como si estuviera en un show de la televisión. Vestía con ropa de encargado de la limpieza. Tu mamá te dijo que te aferraras al carrito, ¿recuerdas?
Sus ojos parecían seguirte. Daba volteretas y volvía al primer plano. Se parecía mucho a ti. Eso te distrajo por un momento, soltaste tu mano del carrito. Seguiste mirando la pantalla. Te extraviaste. La segunda vez que lo viste, volvió a hacerte reír.
Lo encontraste en el pasillo de juguetes. Agarraba unas pelotas de plástico y hacía malabares. Manejaba cinco a un tiempo, sin tirarlas. No las miraba. Te miraba a ti. Y sonreía.
Seis bolas. Te arrojó una. La alcanzaste al vuelo. Te lanzó otras dos. Te hizo un gesto para que le imitaras. Se te cayeron. A él también. Tus bolas cayeron: uno, dos, tres. Las de él, también: uno, dos, tres. Exactamente al mismo tiempo, como en un espejo.
Sonreíste trémulamente, incómodo. Te giraste. Tu mamá no estaba. Te volteaste hacia él, ya un poco alterado. Tus ojos se habían llenado de lágrimas. De pronto, estaba más próximo. Mucho más. Su mirada estaba muy fija. También su sonrisa. Tan cerca, apreciabas unas arruguillas que se formaban alrededor de los ojos y cierta negrura entre los dientes. Su boca olía a tabaco ácido.
Te aferró con unas manos desproporcionadamente fuertes. Intentaste mover tus brazos, pero te dolían. Intentaste zafarte. Te apretó más fuerte. Intentaste gritar, pero al abrir la boca tu voz no llegó a salir. Todo se hizo oscuro.
Despiertas por el frío. Estás desnudo. Una mordaza te hiere los labios y te impide pronunciar sonidos. Tus manos están atadas a tus pies y, de ahí, a una tubería. Hay un mono de limpieza colgado de la puerta y puedes ver los monitores conectados a las cámaras de vigilancia. En uno de ellos ves como tu madre va acompañada de otro niño. Igual que tú. Lo toma en brazos, cierra los ojos, lo acerca a su boca y le da un beso. Lo sube al carrito. Se queda mirando hacia una de las cámaras, pero sabes que es para ti. Sonríe, con tu misma sonrisa, pero más fija. Antes de que se gire y no vuelvas a ver su cara, alcanzas a adivinar un caramelo rojo entre sus dientes.
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