Soy yo

La señora del quinto, la vecina con bigote, me ha explicado un cuento para que te lo cuente a ti, que estas atento, que tienes esa carita tan bonita y clara. La campana suena, por el balcón cae un cojín, lo tiró cabreado el vecino diciéndole, no me morderás más. Eso me dijo la señora del quinto con bigote y dientes marrones. Una señora que, a veces, aparece en el espejo cuando no te limpias bien los dientes. Este cuento, me dijo la señora mostachuda, que no es más cuento porque no tiene donde caerse dormido, podría hacerlo encima de tu nariz, pues este cuento es un cuento aterrador para los niños que quieran jugar a que tener miedo es como ir en bicicleta, una bicicleta que se te come las piernas y los dedos de los pies. Venga hombre, no te los guardes, que la bicicleta come-miembros no está por aquí. Lo primero, me dijo la bigotes, es que un cuento debe ser contado como lo hacen los abuelos, mirando a los ojos de los niños, cogiendo la mariposa con garras de su atención, si se lee, el cuento es cuento pero no es lo mismo, porque las letras entran por los ojos y inflan globos llenos de imágenes que se atropellan en la cabeza del que lee cogiendo lo que guarda en los cubos de memoria que ya tenga. Dice la señora abigotada, empieza el cuento. Yo soy un cuento aterrador que me meto en tus libros de texto del colegio. Soy un cuento espeluznante que te pinchará con los pelos de las cejas. Yo soy eso, un cuento espantoso, tremebundo, horrible, turbador, terrible, horripilante, fantasmagórico, espectral, terrificante, tretortador, atroz, espulantoso, siniestro, sonoro, vapuleante, dermoatacador, apoquipoco, formidablonte, purulero e infantocial. Cuando empecé a asustar a los niños era un trozo de madera con púas y con dientes, unos dientes rojos, oxidados, me escondía en cualquier lugar, pues cambiaba de tamaño a mi antojo. Un día, estaba en una esquina esperando a alguien a quien arrastrarle los pelos por el suelo y apareció una niña con trenzas doradas como los botones de un capitán de avión, aunque depende de la compañía, el color de los botones de un capitán de avión. Estaba en la esquina cantando una canción desafinada que asustaba a las arañas de por allí. La niña vio como a las arañas se le ponían los pelos de punta y me dijo, oye tú, trozo inservible de madera, que pareces la víctima propiciatoria para un buen reciclaje, porqué asustas a las arañitas, yo hago lo que me da la gana, yo soy un cuento come-ojos, le dije. Todavía me gustan los ojos de las niñas con trenzas o sin trenzas, me gustan. Y me comí sus ojos y le puse las trenzas por delante para que su madre no se diera cuenta.  Te preguntaras que qué culpa tenia la niña. Y yo te diré que era una entrometida. Tú conoces a alguien entrometido, sí, te lo pregunto a ti, que estas ahí medio turulato. Mis aventuras como cuento son tantas que te voy a llevar conmigo para contártelas. Viajaremos por encima de las nubes de los volcanes, se te quemaran los pies con sus chispitas encendidas. Volveremos a la cama porque hay que descansar, los pies se te inflarán, vigila la almohada cuando estés dormido y si te pica, a lo mejor soy yo. Soy yo, el que sigue aquí, soy yo, te lo digo a ti, mírate, qué te crees. Si miras por la ventana, me veras solo tú. Lo ves. Venga, espabila que tengo que asustarte. También me convierto en una caca demoledora. Vigila cuando vayas al wáter. Cuando pierdas el tiempo sin apretar con la barriga, me aparezco como una caca pequeñita. Una caca que crece y crece. Crece tanto que sale hacía arriba y empieza a manchar, a llenarte, a pringarlo todo. Hasta que te cubro y somos uno los dos. Entonces empiezo a saltar y lo lleno todo de mí. Ah, esto más que miedo da asco, es de otro cuento, como la caquilla que sale entre los dedos de los pies. No te duermas que te muerdo un ojo. Quieres hacer el favor de poner atención. Te voy a dar un consejo, si no me atiendes, te comeré por debajo de tus uñas. Así que ya lo sabes, si te pica el culo es que soy yo que te pincho con agujas. La otra tarde cuando caía el sol, que a mí no me hace ninguna gracia, la verdad, pues, yo era una bolsa de plástico. Apareció el fantasma de una ballena. Una ballena podrida con los dientes rotos. No, no, no tengo dientes, me dijo la ballena. Vaya, y qué es eso que te veo. Tú puedes ser un cuento de terror pero de ballenas no entiendes nada, soy un misticeto y carezco de dientes, mis primos los odontocetos, tampoco tienen dientes, tienen barbas laminosas en la parte de arriba de la boca, son lisas, flexibles, con bordes deshilachados como una cortina hawaiana, colocados en filas paralelas como los asientos de un polideportivo, que parecen enormes peines, rastrillos con gusto, pues lo tienen. Me harté de tanta palabrería, me inflé como un globo, y de bolsa de plástico me convertí en un chicle gigante y me comí la ballena, con dientes o sin dientes, con barbas o con láminas. No tuerzas la nariz a punto de estornudar, como me des, te enchicleto a ti también. Venga ya, como no me hagas caso, te cuelgo por los pies y te llevo arrastrando subiendo la escaleras. Atiéndeme comesón picopá, si no me atiendes, estas palabras te van a tragar. La señora del quinto me trae y se va, la señora bigotuda me postula. Mira siempre detrás de la puerta, bajo la cama, detrás del sofá, la señora mostachosa conmigo va. La señora del quinto me ha dicho que si no te portas bien te va a estirar las orejas hasta que las tengas que enrollar con celofán.  Me voy a contar a mí mismo. Soy el cuento de terror más pánico y infalible, como las migas del pan me desgrano a gusto para que los niños como tú salten del susto, corran de miedo, el pavor os va a truncar, si os tiro de las orejas, tan largas os las voy a dejar que vamos a hacer una cesta cobarde con vuestro espanto, ay, que te aterro si te enseño mis sucias y largas uñas, ay, que te alarmo, conmigo te voy a llevar y no va a ser para jugar tus juegos si no para bailar encima de un mechero con una llama que te va a chamuscar, que te va a dejar como un pollo pelado preparado para cocinar. Soy el terrón de terror más grande que haya habido, como un meteorito tu casa voy a destrozar, chispas por todas partes, fuego y muchos nervios, corre, corre, que soy el cuento de miedo que en tu bolsillo está. Si metes la mano te la voy a convertir en una rana y se te va a  escapar. Ay, un niño que persigue sus manos, ay, una niña que quiere sus manos guardar porque se le escapan. Yo no castigo a nadie, pero asustar asusto a todo el mundo, es mi debilidad, soy un cuento muy formal aunque me coma tus mocos cuando lloras, cuando te quedas que no sabes que ha sido lo que te ha hecho enfadar. Si te enfadas mucho, el cuento de mi cuento te contará hasta diez y después te dará una patada para que puedas volar y llegar hasta el sol, que no quema a quien se asusta, que abrasa a los presumidos. En esta casa de espanto tan especial que es mi casa, un mundo que en tu cabeza está, hay un pasillo, un pasillo muy largo que, cuando miras, más se alarga, que no tiene final, como una goma elástica. Este pasillo es de una casa muy especial, es un pasillo monstruo de una casa fantasmal, se come a los niños echándoles un poco de sal, si no tiene sal no se los come, así de salado es este pasillo, así de espacial porque se hace más largo cuando lo quieres pasar, se alarga como tú cuando estas cansado, que caes dormido ni chistar, pero ahora no te duermas, despierta. Por delante de tu puerta pasé y me comí tus dientes buenos, cuando la cierres otra vez, la boca tápate que te muerdo. A que te doy miedo. Soy un buen cuento de terror, me comeré tus encías, me comeré tus padrastros, me comeré la cera de tus oídos y después te comeré a ti, te comeré un brazo, cortando dedo por dedo, masticaré tus cincuenta y cuatro huesos sumados de las dos manos, los dieciséis carpianos, los diez metacarpianos, sus catorce falanges, estiraré tus tendones como si fueran espagueti. Puedes hablar con las cosas a partir de ahora, si te contestan, soy yo.

 

 

Felipe Plasencia Marin
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