Tres minutos y cuarenta segundos
- publicado el 26/05/2009
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La suerte aborrece a los cagones (Parte II)
II
Hay noches que Andreu no puede quitarse a Meritxell del pensamiento. Da vueltas y más vueltas en la cama pensando en ella. Suele imaginarse que salen juntos, que van a la playa, que se la presenta a sus amigos…, a su mamá. ¡Y los cada vez más frecuentes sueños húmedos! ¡Y mira que hace todo lo posible por expulsarla de su imaginación siempre que la tentación se antoja irresistible! Andreu, de una manera o de otra se duerme con Meritxell en la cabeza y, al despertar, ella sigue allí tras un sueño por lo general liviano y nada reparador. Esta fijación ha empezado a provocarle un sentimiento ambivalente porque, si bien es verdad que pensar en Meritxell le produce una felicidad tan embriagadora como tonta, también es cierto que pasar las noches en blanco comienza a pasarle factura.
Al principio poco importaba pero últimamente las vigilias son constantes y la salud de Andreu empieza a resentirse. El primer síntoma fue aquella irritante acidez de estómago, a menudo acompañada de sequedad de boca y una leve halitosis. Luego vinieron las ojeras y la mala cara en general. Los cambios de humor… Y ahora los gases. ¡Los malditos gases! Esto es lo peor con diferencia. En los últimos días los conciertos matinales se han convertido en una constante insoportable y humillante. Empezaron como algo puntual y pasajero propio de la hora más temprana del día. Sin embargo, desde el lunes, la persistencia de esta molestia a lo largo de casi toda la mañana la ha convertido en una tortura insufrible. Desde entonces Andreu no conoce tregua ni descanso alguno. Vaya por donde vaya los ruidos de su inflado y atormentado abdomen se hacen notar a poco que se preste atención, algo angustioso para el sobrio Andreu que, en su desesperación, se ve constantemente forzado a buscar lugares solitarios donde poder aflojar la presión de su vientre. Pero lo peor sucede en la oficina. Las consecuencias del sobrevenido ataque de meteorismo ―de terrorismo, dice él― le obligan a pasar los momentos más difíciles que recuerda. Desde que el mal se hizo crónico no tiene más remedio que visitar una y otra vez el servicio ante la divertida mirada de sus compañeros y compañeras de trabajo. Le desespera no tener control alguno sobre su propio cuerpo. Menos mal que todo se limitaba a ruidos y gases inofensivos.
Aconsejado por su mamá, Andreu solicitó cita con su médico de cabecera. En realidad siempre fue una persona saludable y hasta ahora nunca tuvo necesidad de acudir a su consulta. Ni siquiera sabía si se encontraría con un hombre o una mujer. Menos mal que resultó ser doctor y no doctora; si llega a ser una mujer no habría tenido valor de decirle que estaba allí por primera vez empujado por un problema de…, gases. Tras escucharlo atentamente y someterle a una breve exploración, el médico le indicó que probablemente no dormía acuciado por el estrés. Por lo demás, la falta de sueño había desencadenado la sucesión de consecuencias ingratas que ya conocía, muy fáciles de controlar, por otro lado. Los fármacos que le recetó le ayudarían a dormir mejor y recuperar cierto bienestar físico, pero él debía identificar y afrontar las causas de la agobiante tensión que perturbaba su estado de ánimo hasta el punto de quebrar su salud. Sólo así podría superar definitivamente sus dolencias.
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