¡LLamado para escritores!
- publicado el 26/07/2009
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Cita en Hendaya
1
La mañana del 23 de octubre de 1940 apareció con nubes y claros en Hendaya, una localidad fronteriza vascofrancesa en la margen derecha del estuario del Bidasoa.
La estación del ferrocarril estaba profusamente engalanada con banderas nazis y españolas, y tres compañías de infantería alemana, con banda de música − ahora en posición de descanso − estaban formadas desde una hora antes de la llegada del tren que había trasladado a Adolf Hitler a la ciudad y que entró con puntualidad germánica a las tres de la tarde.
Los ministros de Asuntos Exteriores habían concertado aquella entrevista entre los líderes de ambas naciones, y Hitler había aprovechado el viaje para encontrarse con Petain, el héroe francés de la Primera Guerra Mundial, que gobernaba la Francia de Vichy, el día 20; el 23, con Francisco Franco, y después proseguir ruta para entrevistarse con Mussolini, deteniéndose primero nuevamente en Montoire para poner al día a Petain de los acuerdos con Franco.
Hitler miró el reloj con expresión adusta; Franco llegaba tarde. No por esperarlo le irritaba menos. Aquel retraso no mejoró la mala opinión que tenía de los españoles, una raza que era una mezcolanza de iberos, celtas, griegos, cartagineses, romanos, visigodos y árabes, por decir las principales. La raza hispana se había ido degradando con cada nuevo mestizaje. Los españoles no habían sabido conservar la pureza racial ni en sus orígenes, a diferencia de los arios y sus primos hermanos, los anglosajones, por lo que con cada generación, la que fue una gran nación dueña de medio mundo se había ido convirtiendo en el hazmerreír de Europa.
-Se están retrasando, Mein Führer.
-Ya lo veo.
-Esto es un insulto.
Hitler no respondió, aunque se dijo que no se podía pedir peras al olmo. Los españoles eran intrépidos, sucios, charlatanes y tercos, y su tozudez era lo que había provocado aquella entrevista para negociar la entrada de España en la guerra. Las conversaciones entre el ministro de Asuntos Exteriores alemán, Joachim von Ribbentrop, y el español Ramón Serrano Suñer – por ende, cuñado del Generalísimo −, habían resultado infructuosas. Alemania había exigido demandas territoriales, ¡que caray! Para eso le habían ayudado a ganar la guerra. Pero el desgraciado de Franco se había negado a cederles las Canarias, la Guinea Ecuatorial y Fernando Poo ni siquiera por simple agradecimiento. Las contrapropuestas hispanas, con tufo de imperialismo sobre África, no las aceptó Hitler; el Mediterráneo era un espacio vital de Italia y tampoco podía atacar los intereses franceses en la zona, porque necesitaba que la Francia de Vichy fuera un buen vasallo que le cubriera las espaldas.
Visto el fracaso ambos ministros pensaron que sus respectivos líderes se entendieran personalmente en las negociaciones.
Con el retraso del tren español la cumbre no podía empezar peor.
2
-¡Llegamos tarde, Ramón! ¡Llegamos tarde!
-Calma, Paco. El tren no puede ir más deprisa. Las vías no están en buen estado, todavía no tenemos la red completamente reparada tras la guerra.
Peor habría sido por carretera, muy dañadas aún por la contienda finalizada hacía año y medio, sin contar que todas eran de las llamadas macadán, recibiendo tal nombre por su inventor, John Loudon McAdam, en la primera mitad del siglo XIX. Consistía en piedra de cantera machada y triturada hasta formar grava, que cubrían con una fina capa de arena y compactada por una apisonadora sin asfalto. Tenía una cierta convexidad para que el agua de lluvia drenara hacia el exterior de la carretera y evitar que penetrara y dañase los cimientos. El cuidado de las mismas estaba en manos de los peones camineros, que se limitaban a rellenar los baches y rozar las cunetas. Cada ciertos kilómetros se alzaba una casa de peón caminero.
-El tramo hasta Hendaya debió tener prioridad –señaló Franco.
-No esperábamos que se concertara allí. Habría sido mejor una ciudad con aeropuerto.
-¡Nunca! No pienso correr la suerte de Sanjurjo y de Mola. Ya tuve bastante vuelo con el Rapid – Paseó nervioso por el vagón –. Llegamos tarde. Se va a enojar.
Era un hombre no muy alto, delgado como una caña en su juventud, pero que había ido engordando a medida que ascendía en el escalafón. Su débil aspecto físico le había valido el apodo de Cerillita en la escuela y de Franquito en la Academia Militar, principalmente porque su fisonomía hacía juego con una vocecita aflautada difícil de ocultar. Sin embargo, su aspecto engañaba. Bajo su poca gallarda figura existía una voluntad de hierro, un ser enérgico, valiente, decidido en ocasiones, cauto las más, ambicioso e inteligente. No había recibido más instrucción que la castrense, siendo el Ejército su verdadero amor, por encima del que sentía por su esposa. Fuera de estos dos amores no se le conocía ningún lío de faldas.
Pidió el traslado a África para poder prosperar rápidamente en su profesión llegando a ser el general más joven de la época en España. Estuvo en el recién creado cuerpo de los Regulares, y Millán Astray lo reclutó como lugarteniente para el Tercio de Extranjeros, conocido como la Legión, una unidad militar compuesta por voluntarios; una masa heterogénea en la que había obreros, aristócratas, novicios, carteristas, patriotas, aventureros, y toda clase de maleantes de dentro y fuera de España. Nadie podrá hacer carrera de estos hombres; no obedecerán a sus oficiales y cualquier día quemarán el cuartel, hubo quien dijo a Millán Astray. Pero se equivocaban. El Credo Legionario, escrito de puño y letra por Millán Astray fue la guía espiritual del hombre del Tercio. Y Franco, como jefe de instrucción, la disciplina y cohesión que precisaba. Un año más tarde, acuciado por salvar Melilla tras el desastre de Annual, obligó a las tropas que encabezaba a llevar un paso más rápido para poder llegar a tiempo. Aquel paso se convirtió en el característico de la Legión.
Durante la República era ya el general más prestigioso de la misma. Cuando Mola lo tanteó para incorporarlo en la conspiración militar no dio una respuesta clara. Aunque no aceptaba la República, la había defendido cuando los socialistas y toda la izquierda se alzaron contra ella en 1934. No le agradaba un golpe por el golpe, prefería que los problemas que inundaban el país se solucionaran políticamente a través del Gobierno; él se levantaría sólo y cuando la patria estuviera en verdadero peligro y no hubiera otro camino. Se mantuvo en sus trece sin concretar su decisión, por mucho que insistieron, sin contar que no veía viable aquella rebelión. Pero el asesinato de José Calvo Sotelo lo cambió todo, se convenció que no había otro camino.
Durante la guerra las oportunas muertes de Sanjurjo y Mola, más el prestigio que ganó al pasar las tropas de África a la Península inventando el puente aéreo, y conseguir la ayuda de Hitler y Mussolini, le abrieron el camino al mando supremo de la sublevación; su ambición terminó consiguiendo la jefatura del Estado. Pero por ambicioso que fuera no se dejaba dominar por la codicia.
-Aprovechemos el retraso para repasar la estrategia –dijo rindiéndose a la fatalidad. No podía hacer nada para que el tren llegara puntual – ¿Cómo está la situación?
-Hitler nos pedirá entrar en guerra –dijo su cuñado.
-Es algo que no podemos aceptar.
-Pero tú deseas entrar en la guerra.
-Cierto. Pero España no puede entrar en guerra por un capricho. En primer lugar no estamos en condiciones de intervenir. El país está en la ruina; las infraestructuras, desechas; el Ejército, agotado y sin material. Además, queda mucho rojo suelto que aprovecharía para sabotearnos e incluso reemprender la guerra civil. No podemos aceptar en estos instantes.
-¿Por qué? Hitler está ganando la guerra.
-De momento. Pueden darse dos circunstancias: guerra corta y guerra larga. Si nos pudieran garantizar la primera, no habría problemas en entrar ya, pero si se da la segunda no nos conviene precipitarnos. La guerra está recién comenzada y no hay ninguna garantía. Cuando nos alzamos, la República era la clara vencedora, lo tenía todo; nosotros sólo voluntad y fe en la victoria, y fuimos finalmente quienes ganamos. Que Hitler está venciendo ahora no quiere decir que gane al final. Está solo contra todos y tiene un mal aliando: Rusia. Si los comunistas lo traicionan estará perdido.
-O sea, que aún es pronto.
-Exacto. Hay que esperar. Cuando veamos que su victoria está clara y es definitiva será el momento de participar para sacar tajada. No antes.
-Tampoco podemos negarnos. Hitler es dueño de Europa y no somos rivales para él. Si nos oponemos…
-No nos negaremos nosotros –interrumpió Franco -. Hemos de maniobrar para que sea él quien se niegue a que entremos.
3
Adolf Hitler volvió a mirar el reloj con expresión resignada; su enfado anterior sólo había conseguido que le aumentara la presión arterial, no que el tren español acelerara la velocidad.
Recordó lo que le había dicho el mariscal Petain cuando se despidió de él camino de Hendaya. Franco no entrará en la guerra. Aquellas palabras contradecían la de sus espías, quienes aseguraban que el general estaba ansioso por participar, aunque tenía unas ínfulas que ni Alejandro Magno. Sin embargo, aquellos mismos espías le habían informado que también Sir Samuel Hoare, diplomático del Gobierno de Churchill, decía que España no entraría en guerra, que cumpliría su palabra dada el 20 de febrero de 1939, ante Londres y el Pacto Antikomintern, de que permanecería neutral en caso de que estallase la guerra.
Estaba claro que Franco jugaba a dos bandas, aunque la toma de Tánger por los españoles demostraba que el Caudillo no era tan neutral como decía. De hecho, España había dejado de serlo, ahora era no beligerante, según el hipócrita gobierno franquista.
Bien, si Franco quería entrar en la guerra, mejor. Lo necesitaba para poder tomar sin problemas Gibraltar y controlar el Mediterráneo, pero que se olvidara de sus fantasías megalómanas, ¡no iba a tolerarlas!
-No podemos firmar nada que nos comprometa –dijo a Ribbentrop -. Los españoles son medio gitanos. Nos venderán un burro viejo haciéndolo pasar por corcel a poco que puedan. Y además hablan demasiado, no saben guardar un secreto.
4
Franco se contempló en el espejo. Estaban entrando en la estación y por ello repasaba su uniforme de capitán general. Frunció los labios, le incomodaba la medalla de la Cruz del Águila Alemana con la que le obsequiaron los alemanes en su día. La lucía para mejor cepillar, perdón, para halagar a Hitler, pero sus enemigos podían emplearla para desprestigiarle presentándolo como un lacayo del nazi.
-Has de hablar con Vicente Gállego.
-¿El director de la agencia EFE?
-Sí. Quiero que en la foto que nos haga elimine esta medalla y la sustituya por una española, no muy ostentosa, permanezcamos humildes. La Medalla Militar Individual podría servir.
-Se lo haré saber.
– Díselo también al jefe de Propaganda.
Un último vistazo al espejo.
Esperemos que sea lo único a falsificar, comentó para sí mientras caminaba hacia la puerta. Se sentía nervioso. Una palabra imprudente, un desliz insignificante y todo se vendría abajo. Había rezado ante la mano incorrupta de Santa Teresa antes de salir del Pardo y habría dado cualquier cosa por tenerla en el equipaje en aquellos momentos.
El break de Obras Públicas que transportaba a Franco se detuvo. Hitler esperaba al pie del vagón. Estrecharon las manos todo sonrisas y saludos cordiales. Luego pasaron revista a las tropas que rendían honores mientras la banda de música hacía sonar los himnos nacionales de ambos países.
Franco estaba completamente rígido por el nerviosismo, las manos abiertas, agarrotados los dedos como los de una marioneta, y disimulando su disgusto por llegar tarde. De pronto, un flash. Instintivamente cerró los ojos y la fotografía lo inmortalizó.
Habrá que trucar más fotos, se dijo. No podía permitir que los españoles vieran a su invicto Caudillo diminuto al lado del líder alemán, inseguro y con los ojos cerrados. No. Tenían que verlo confiado, seguro de sí mismo, el Cid revivido. La agencia EFE y el jefe de Propaganda tenían mucho trabajo por delante.
5
La reunión comenzó sobre las 15:40 horas en el tren especial del Führer. Estaban reunidos Hitler y Ribbentrop por parte alemana, y Franco y Serrano Suñer, por la española, junto con los dos intérpretes.
El comienzo no pudo ser más protocolario. Franco manifestó su satisfacción de encontrarse personalmente con el Führer, que tanta y tan buena ayuda prestó a España en su cruzada, etc., etc. Y Hitler, por su parte, halagó a los españoles, que bajo la dirección del Caudillo habían salido victoriosos frente al comunismo.
-España agradece lo que Alemania ha hecho por ella –dijo Franco a continuación -. España siempre ha sido aliada del pueblo alemán. España siempre se ha considerado parte del Eje. España lucharía gustosamente en esta guerra junto a Alemania, pero hay dificultades a superar previamente, como bien sabe el Führer.
Demasiado bien que lo sabía, incluso Franco se las había expuesto por carta junto con sus exigencias, palabra más exacta que propuestas:
- Alemania entregará al año siguiente de 000 a 600.000 toneladas de grano.
- Alemania entregará todo el combustible.
- Alemania entregará el equipo del que carece el Ejército.
- Alemania proporcionará artillería, aviones así como armas y tropas especiales para la conquista de Gibraltar.
- Alemania entregará a España todo Marruecos y, además de eso, Orán y le ayudará a obtener una revisión de las fronteras al sur del Río de Oro.
-¿Es una broma? –preguntó Hitler a Ribbentrop después de leer las peticiones españolas que había entregado Serrano Suñer.
-En absoluto.
-¡Y España qué nos da a cambio! ¿Su amistad? –rugió.
Ahora Franco tenía la desfachatez de pedirle lo mismo cara a cara, y encima añadía la Guinea y ampliar su territorio del Sahara hasta el paralelo 20.
Hitler había ido a Hendaya a recibir, no a otorgar. Deseaba pasar por territorio español para asaltar Gibraltar, no entregarle a Franco media África. Como si no hubiera escuchado nada de lo dicho por Franco, el Führer tomó la palabra iniciando un monólogo sobre la situación bélica.
-Francia ha sido derrotada e Inglaterra no tardará en rendirse. Estamos creando un Nuevo Orden europeo del cual España formará parte. Pero ya se sabe que todo tiene un precio, nada existe que sea gratis, y por ello España tiene que participar de forma activa en la guerra. Es imperativo proteger la costa africana y para ello necesito cruzar España y conquistar el Peñón de Gibraltar. En otras palabras: para tener un estatus en el Nuevo Orden, España debe entrar ya en la guerra, no esperar a que finalice, aunque para el caso, ya está ganada. Soy el dueño de Europa y todavía conservo 200 divisiones inactivas –terminó diciendo clavando unos ojos fríos en los de Franco.
¿Me está diciendo que no tengo más remedio que obedecer?, se preguntó éste cuando el intérprete tradujo el discurso del Führer.
Hitler hablaba ahora de poner una base alemana en las Canarias para evitar que los ingleses se adelantaran y las ocuparan, ofreciendo a cambio una vaga promesa de recompensa a España en territorios africanos al terminar la guerra.
-Los españoles hemos luchado con los alemanes e italianos –respondió Franco -, y ahí nació una estrecha alianza que seguirá en el futuro porque nadie podrá romperla, y con gusto lucharíamos ahora al lado de Alemania si no fuera por las dificultades económicas, militares y políticas que el Führer conoce. Hemos pasado de la neutralidad a la no beligerancia, lo que demuestra nuestra inclinación por las potencias del Eje. Pero Alemania ha ido a la guerra después de un largo período de preparación militar y económica, y con potencia industrial. Lo mismo puede decirse de Italia. España, en cambio, ha librado tres años de guerra sin preparación previa, en las condiciones más difíciles, con pobreza de armamento, insuficiente y gastado; sin reservas ni descanso para el soldado, sufriendo media España los crímenes más bárbaros. Y cuando obtuvo la victoria España no recibió ninguna compensación material ni indemnización económica. España es un país despojado de todo…
Franco continuó hablando reiterando sus exigencias; sólo así estaría en condiciones de participar activamente.
¿Está sordo o se lo hace?, pensó Hitler. Franco repetía con otras palabras su discurso inicial, ni siquiera debatía la propuesta de Hitler. Aunque también el Führer debía padecer el mismo defecto auditivo, porque cuando tomó la palabra fue para repetir lo que ya había dicho sin negociar las peticiones de Franco. Al líder alemán lo único que le interesaba de España es que, entrando ésta en guerra, cruzaría la península, conquistaría Gibraltar y estrangularía el tráfico marítimo entre Inglaterra y su imperio colonial.
-Podré entrar en guerra sólo a condición de que Alemania me proporcione material suficiente –comenzó Franco.
-¡Hay que tomar Gibraltar para ganar la guerra! –interrumpió Hitler perdiendo la paciencia -. España no debe demorar más su determinación pues no puede permanecer de espaldas a la realidad y a que las tropas alemanas se encuentran ya en los Pirineos.
-Podemos llegar a Cádiz en 48 horas –alardeó pomposo Ribbentrop a Serrano Suñer en un susurro.
-¿Con nuestras carreteras? ¡Ya me extraña! –bromeó el español.
Franco no alteró un músculo de su rostro fingiendo no haberse dado cuenta de la amenaza y siguió impertérrito pasando revista, otra vez, a la situación española perdiéndose en un larguísimo monólogo para que viera el nazi que él también sabía verborrear lo suyo. Tan extenso fue que aburrió a Hitler, el cual reemplazó el enfado por sonoros bostezos. Aquella conversación no tenía sentido. Llevaban más de dos horas dando vueltas como una noria. Estaba harto. Se levantó bruscamente dando por terminada la reunión. Ordenó a Ribbentrop que entregara a los españoles un documento que tenía ya preparado, y que lo firmaran.
Se ha disgustado, pensó Franco. Había tensado demasiado la cuerda, era preciso aflojarla un poco. En la despedida estrechó la mano que le tendía Hitler con las dos suyas.
-A pesar de lo que he dicho –dijo sonriendo, pero con la boca pequeña -, si llegara un día en que Alemania de verdad me necesitara, me tendría incondicionalmente a su lado y sin ninguna exigencia.
La típica promesa que se da sin intención de cumplir, sólo para quedar bien, como el que dice a un invitado: esta es su casa.
Serrano Suñer miró a su cuñado horrorizado ¡Se había entregado, literalmente! Hitler ignoraba la idiosincrasia española, ¿y si se lo tomaba en serio y le cogía la palabra?
Vio aliviado que el intérprete alemán estaba distraído hablando con su homólogo español y no había captado las palabras del Caudillo. ¿Suerte o Franco había aprovechado el descuido? Tanto daba, lo importante es que no lo tradujo y Hitler, que no entendió una palabra, se limitó a mover la cabeza condescendientemente.
-¡Con estos sujetos no se puede hacer nada! –exclamó despectivamente a Ribbentrop mientras los españoles abandonaban el vagón.
6
-¿Qué pensáis de la reunión? –preguntó Franco a su séquito tras informarles de la misma.
-Mi general, creo que son unos maleducados –respondió el jefe de Protocolo, barón de las Torres.
-El documento no puede ser más cicatero –añadió Serrano Suñer.
-¿Cicatero? –gruñó Franco -. Pone que España entrará en guerra cuando Alemania se le pida, sin contrapartida alguna. ¡Es intolerable! ¡Quieren que entremos en guerra a cambio de nada! ¡Y además, que lo firme! ¡Pues no lo haré! ¡No, hasta que contraigan compromiso formal de darnos todo lo que pedimos! España no puede ser llevada sin más ni más a una guerra cuyo alcance no se puede medir, y en el cual no va a sacar nada. España no puede entrar en guerra por gusto.
Mucho menos les permitiría entrar en el país por las buenas. No cometería el mismo error que Godoy con Napoleón.
7
El semblante de Hitler auguraba una de sus típicas tormentas que sus adláteres habían llegado a temer, porque cuando perdía los estribos era como un toro que atacaba a quien se pusiera delante.
Austriaco nacionalizado alemán, líder del Partido Nacional Socialista Obrero Alemán y vegetariano, Hitler era un hombre que no toleraba bien las frustraciones al ser obstinado, difícil de cambiar de opinión, lleno de prejuicios, inabordable, inflexible y de mentalidad estrecha. Era, por otra parte, concienzudo, tenaz, trabajador, orador elocuente y persuasivo. Sabía que sólo haciendo las cosas en el orden debido podía tener esperanza de alcanzar un éxito perdurable, por lo que se entregaba completamente a la tarea que estuviera realizando y cumpliendo fielmente con lo que consideraba su deber. Convencido de que su palabra era ley, esperaba que sus directrices fueran ejecutadas al pie de la letra. De ahí que la resistencia de Franco le sacase de quicio. Todo sería más fácil si el Generalísimo se hubiera negado; lo invadiría y en paz. Pero el charlatán gallego deseaba entrar en la guerra, aunque sus exigencias eran inaceptables. Si el Führer las aceptaba España sería una carga, no una ayuda. En ese momento lamentó que no hubiera llegado a buen puerto la propuesta de la República, cuando les ofrecieron en 1937 a Alemania e Italia, las Baleares, Canarias y el Marruecos español a cambio de que retiraran la ayuda a Franco. De haberse conseguido, ahora no necesitaría de nadie.
8
Hitler invitó a cenar en su vagón a Franco y su cuñado. Se sirvió a las siete recuperándose algo de la cordialidad inicial – quién sabe si la dieta vegetariana calmó el malhumor a Hitler −, la cual se esfumó después de la cena cuando se reanudaron las negociaciones. La hora y media que duraron fue una repetición de la tarde, ni Franco ni Hitler estaban dispuestos a ceder en sus posturas, algo que Ribbentrop ya se temía cuando, un poco antes de la cena, se reunió con Serrano Suñer para acordar la reseña de prensa, éste le dijo que el documento a firmar era una imposición y por tanto inaceptable.
Pasada la medianoche, aburrido y harto por segunda vez Hitler se levantó groseramente dando la reunión por finalizada.
La despedida en la estación fue simplemente correcta. El Führer acompañó educadamente a Franco hasta el tren. Detrás, Ribbentrop exigía a Serrano Suñer, con arrogancia, que el protocolo de acuerdo debía devolvérselo firmado a las 8 de la mañana.
Franco se despidió respetuosamente de Hitler cuadrado militarmente en la plataforma del vagón, y estuvo a punto de caer al andén cuando el tren arrancó con brusquedad haciéndole perder el equilibrio. Lo evitó el general Moscardó que lo sostuvo en el último momento.
-Ribbentrop ha exigido que le demos en documento firmado a primera hora de mañana –informó su cuñado.
-No lo firmaré –respondió Franco -. Redacta otro en el que se recoja nuestras condiciones y nuestras reivindicaciones territoriales.
Así que el Ministro de Asuntos Exteriores, tras llegar a Ayete a las dos de la madrugada, no le quedó otra que estar toda la noche sin dormir escribiendo el nuevo documento.
A las 7 de la mañana se presentó el embajador de España en Berlín, desde Hendaya, a por él.
-El Führer está tremendamente irritado con la reunión de ayer –informó.
-Normal que esté. No salió nada como esperaba.
Y conociendo a mi cuñado, aún lo estará más, pensó somnoliento mientras se dirigía al encuentro del Generalísimo.
-Hay que tener paciencia –respondió Franco cuando Serrano se lo contó -. Hoy somos yunque, mañana seremos martillo. Repasemos el manuscrito antes de pasarlo a limpio.
El documento definitivo decía que España entraría en guerra con Alemania una vez hubiera recibido la ayuda necesaria para su preparación militar, que Alemania garantizaría a España la ayuda económica, facilitándole alimentos, materias primas y haciéndose cargo de las necesidades del pueblo español y de las necesidades de guerra. En fin, aunque suavizado, más o menos lo que ya le había pedido el día anterior. El escrito no mejoró la indignación de Hitler. España entraría en guerra, pero no ahora, que es cuando le interesaba sino cuando Alemania hubiera satisfecho sus exigencias, algo que el Führer no tenía intención de hacer como le había reiterado todo el día. Estaba claro que el documento era un pretexto para evitar entrar en guerra.
Hitler tiró la toalla.
El charlatán latino le había estado toreando toda la cumbre, que había resultado ser una tomadura de pelo. Se prometió a sí mismo invadir España tan pronto pudiera – en aquellos momentos su esfuerzo bélico iba en otra dirección −. Franco estaba en el poder gracias a él, y él lo arrojaría de allí.
Una cosa tenía clara: antes de volver a entrevistarse con Franco prefería hacerse arrancar tres o cuatro muelas ¡Tantas horas para nada! Franco no había sido capaz de tomar una decisión valiente. ¡Un payaso, un engreído, un arrogante, un estúpido!
Mientras la ira le quitaba el apetito al Führer, Franco se sentía la mar de satisfecho. ¡Qué gran estadista era! Había conseguido darle largas; él no se había negado a intervenir sino que había sido Hitler al no concederle lo inaceptable. Pedir unas exigencias lo suficientemente exageradas para que fuera Hitler quien se negara a que entrara en guerra había sido una jugada peligrosa de trilero que, gracias a Dios, le había salido redonda. Sólo quedaba esperar, según su plan: si el Führer salía victorioso, entraría en guerra en el último momento, y si en cambio era derrotado siempre podría alardear ante los aliados que se negó a entrar en la misma a favor de Alemania. Ya haría desaparecer oportunamente el documento incriminatorio.
NOTA DE PRENSA
«El Führer se ha reunido hoy con el jefe de Estado Generalísimo Franco, en la frontera hispano − francesa. La conversación se ha celebrado en el ambiente de camaradería y cordialidad existente entre ambas naciones».
EPÍLOGO
Franco nunca entró en guerra ni Alemania invadió España. El 28 de octubre, cinco días después de la cita en Hendaya, Italia invadió Grecia, un hueso demasiado duro de roer para Mussolini. Hitler tuvo que acudir en ayuda de su aliado desplazando el frente de guerra al este. El 22 de junio de 1941, el Führer rompió su alianza con la URSS invadiéndola sin declaración previa de guerra. Fue el principio del fin.
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