He aprendido a valorarte
- publicado el 09/01/2014
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Jardín de Infortunios
Frente al dolor de nada nuevo, de sentirme hierba seca a la sombra de todos los pasados que han muerto tratando de crecer. De alcanzar las alturas que aspiro y el aire que me falta, de ser un anhelo marchito entre un deseo y una lista de debilidades. Un lienzo que por escrúpulos deja resbalar lágrimas contenidas, con miedo a manchar, blancas y que derraman un desierto blanco y frío, pintando el hogar de un culpable invisible; un vacío lleno de sentido.
Desde el luto que habito, ruego. Te ruego. Os ruego: dejadme mutar una vez más.
Olvidad lo que fui sin olvidar quién soy. Reducidme a un sueño, aunque me olvidéis al despertar, pero soñadme. Que arraigue en nuestros mejores deseos. Que cuando la vida que habitó se estanque y sea olvidada bajo llave y el bien querer, alguien rebusque entre el polvo y los fantasmas de lo que pudo ser y abrace como fortuna mi pálido jardín de infortunios; esa cosecha que nunca será recogida, pero regada hasta ahogarse, esas flores negras, no-natas, desordenadas, despeinadas y enmarañadas que alzan sus espinas contra las lápidas que tienen por cielo, pues su cielo es su lecho y desde el otro lado del hormigón los huesos sueñan y arañan la oscuridad, tratando de volver a la vida. Jadean por albergar un suspiro de luz, por salir a la superficie del fracaso y la pesadilla gimiendo: “¡Por favor, pude ser y quiero ser! ¡Te suplico, perdónate!»
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