La vida en una brasa
- publicado el 05/09/2012
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¡Bendito Turismo!
Era el primer año que la empresa le enviaba a la feria nacional de electrónica. Algunos de sus compañeros ya habían trabajado en el stand otras veces, pero por suerte, Harry había sido recientemente ascendido al área de marketing y esta vez era su turno.
En realidad no era gran cosa, atender en el puesto de información, fidelizar clientes, regalar catálogos y algunas camisetas.
Su compañera iba a ser la atractiva Claire de recursos humanos y eso suponía una motivación extra. Harry rondaba los cuarenta pero no había perdido todo su atractivo. No tenía una sola cana en su cabellera y poseía una mirada penetrante que tenía éxito entre las mujeres.
Claire era diez años más joven pero eso no era un impedimento para intercambiarse miradas furtivas y alguna fugaz conversación intrascendente. Acudir juntos al evento supondría un mayor acercamiento y podría averiguar si la atracción era mutua y no una ilusión adulterada por las bromas de los compañeros.
La feria se celebraba en Rivesouth, una ciudad pequeña al este de Tanon, a unas 186 millas de casa y algo más de la oficina.
Conducía un sedán azul más bien viejo pero que funcionaba a la perfección después de ocho años de uso diario. Era el día antes del evento y había salido tarde del trabajo, necesitaba descansar y darse una ducha reconfortante antes del gran día.
Abrió el correo electrónico y el último mensaje en la bandeja de entrada era de Claire Duncan. El contenido del mensaje le proponía reunirse con ella en la entrada del recinto ferial a las nueve en punto. Sonrió al ver que había adjuntado su número de teléfono móvil “para estar en contacto”.
Fumó varios cigarros durante el viaje, le gustaba recorrer al volante largas distancias y no todos los días se puede disfrutar de un paisaje natural carente de humos y cláxones agresivos.
A las nueve menos cinco ya estaba su compañera esperando en la entrada con un café en la mano y un par de bolsas.
Vestía una americana gris ceñida con unos vaqueros apretados que parecían hechos a medida.
Se saludaron con dos besos y charlaron durante un par de minutos del trayecto y la dificultad para aparcar por la zona. Entraron y buscaron su stand en la carpa número 8.
Fueron ocho horas de trabajo duro, lo pasaron bien e hicieron varias ventas importantes, a juicio de Harry hacían un buen equipo. Descubrió que la señorita Duncan era más tímida de lo que aparentaba y tuvo la sensación de cierto coqueteo durante los descansos.
La pareja se despidió con más confianza con la que se saludaron.
–Ha sido un placer trabajar contigo Harry- dijo la dulce Claire sonriente a modo de despedida.
Que le mirara fijamente a los ojos casi le hacía temblar. Al menos a partir de ahora recordaría su nombre de pila.
Harry estaba radiante, feliz. Montó en el coche, y se puso cómodo, le esperaba un largo camino hasta casa. Encendió un pitillo y arranco rumbo a Tanon.
Llevaba unos tres cuartos de hora conduciendo cuando vio un cartel que señalizaba gasolinera a una milla. Tendría que desviarse de la carretera principal pero no habían cenado y estaba muerto de hambre. Al parecer la gasolinera estaba e un pueblillo de la zona: Beanville.
A unos pocos metros de la entrada encontró lo que parecía ser una gasolinera. Era bastante mediocre y juraría que estaba abandonaba, solo tenía un surtidor. Buscó algún tipo de tienda pero lo único que había era una especie de garita donde dormitaba un rostro barbudo. Golpeó el cristal y el hombrecillo se incorporó sobresaltado. Despertó de su sueño profundo y corrió la ventanilla con evidente desgana.
-¿Qué quiere?- preguntó tras un leve carraspeo.
– ¿Venden algo de comer?
–No, no tenemos tienda, sólo gasolina.
El eficiente trabajador reflexionó durante unos segundos.
–Puede acercarse a la tienda de ultramarinos del señor J, no tendrá problema en venderle lo que desee.
– Pero es tarde. ¿estará abierto?
–Oh si! Joseph es el hombre que menos duerme del mundo. Baje toda esta calle hasta el final y gire la rotonda a la izquierda. Inmediatamente encontrará el cartel blanco de letras rojas ULTRAMARINOS J.
Lo encontró rápidamente, tenía el aspecto de una vieja casa de piedra con amplio patio trasero. Golpeó suavemente una ventana cubierta por rejas de metal y esperó. Después de un minuto apareció tras la puerta un hombre rudo vestido con una camisa de cuadros verdes, no muy limpia, que albergaba una enorme barriga.
-¿Qué quiere?
– Siento molestarle, el hombre de la gasolinera me dijo que viniera a su tienda, sólo quería algo para comer. La expresión del señor J cambió por completo.
-Por supuesto! Pase y coja lo que quiera.
La tienda era pequeña pero tenía un poco de todo y con suerte podría comprar tabaco. El amable tendero se percató de la cara de Harry.
-¿ Huele raro verdad?
– Un poco…
– Jaja uno se acostumbra a vivir con ello. Justo detrás tenemos una granja de cerdos, es también mía aunque mi hijo me ayuda a cuidarlos. No se puede vivir sólo de una tienducha como esta. Los cerdos nos permiten vivir, bueno, ¡eso y el turismo!
-¿Turismo?- preguntó Harry escéptico.
-Ahora no tenemos muchas visitas, la verdad, pero en verano vienen gentes de la ciudad, como usted. –Aquel paleto a cualquiera que lleve zapatos le consideraría “de ciudad”- pensó Harry.
No le apetecía hablar más pero no quería ser grosero y estaba de buen humor.
-Oh discúlpeme un segundo.-dijo el señor J mientras andaba hacia una puerta trasera.
La abrió y gritó: – Julius!!! Prepara el comedero de los cerdos que debe estar a punto de llegar la comida!
Mientras el rudo Joseph gritaba a su hijo Harry pudo ver unos cuantos cerdos campando a sus anchas por un enorme patio de arena. El tendero retorno al mostrador y Harry no puedo evitar peguntar
– ¿Esos cerdos son enormes no?
– Veo que se ha fijado. Pues sí, alguno de ellos alcanza los 100 kilos. ¡ son los más gordos de la comarca! ¡Comen mejor que yo!
Harry rió cortésmente, se dio la vuelta y fue a buscar un par de sándwiches a los que había echado el ojo. Volvió con ellos en la mano y preguntó al tendero si vendía tabaco. Respondió afirmativamente.
– ¿Tiene Red Eagle?
– Sí, ¿cuántos quiere?
– Deme un par de cajetillas
– ¿Desea algo más, joven?
Harry negó con la cabeza.
– Son 17,29 dólares.
– Tenga.
– Lo siento no tengo cambio de 50 a estas horas, pero puede pagar con tarjeta.
– De acuerdo.
El granjero se agachó tras el mostrador y tardo un buen rato en incorporarse con el lector de tarjetas. Tocó un par de botones, pasó la tarjeta y le pidió que introdujera su pin orientando la máquina hacia Harry. Introdujo el número y le devolvió la máquina. El tendero miró la máquina pensativo…
-Parece que ha dado error, introduzca el código de nuevo, joven. Harry lo hizo y esta vez no dio problema, el ticket emergió de la máquina.
-¿quiere una bolsa?
El cliente iba a responder pero le interrumpió el sonido de la campanilla de la puerta. Entró bruscamente un hombre con uniforme de policía; parecía fatigado.
El tendero y el poli se miraron y acto seguido, el segundo, le dedicó una mirada amable al cliente.
– ¿Es suyo el sedán, señor?
– Sí, es mío. ¿Qué pasa?
– Se le ha visto conduciendo por el pueblo a más de 70 Km/h. Tiene que acompañarme a comisaría.
Harry se quedó con cara de pasmado.
– pero.. ¿qué dice? ¡Eso es imposible! Sólo he recorrido el tramo de la gasolinera hasta aquí e iba despacio, buscaba esta tienda…
El agente lo agarró del brazo.
– No se lo repito, acompáñeme.
Le saco fuera y le puso unas esposas. Harry estaba muy asustado.
– ¿Oiga, esto es excesivo! ¿¡qué está pasando!?
El policía abrió la puerta del coche y empujó con la mano la cabeza de Harry para hacerle entrar, pero en lugar de eso, el agente le propinó un fortísimo golpe en la cabeza y cayó inconsciente.
Sentía un olor apestoso. Harry nunca había olido un cadáver en descomposición pero tenía que ser algo parecido. Aquel hedor le colapsaba la nariz llegándole hasta las entrañas; estaba mareado.
Se levantó de aquel suelo irregular lleno de mierda y sintió un agudo dolor en la nuca. Se tocó y su mano quedó impregnada de sangre. ¿Sangre? ¿Qué había pasado? ¿Dónde estaba?
Era una claustrofóbica habitación de cemento habitada, seguramente, por más de una rata. Apenas se veía nada. El único atisbo de luz entraba a través de la rendija de debajo de la puerta.
Estaba encerrado; ahora lo recordaba, ese poli de mierda, si es que lo era, le pegó en la cabeza. Pero ¿por qué? ¿Qué había pasado con su coche? ¿ Y la cartera? ¿ Y la tarjeta?
– ¡Oh mierda! La tarjeta se la quedó el gordo de la tienda.
Sonaban pasos… eran varias personas. Tendrían que aclararle todo. Alguien estaba introduciendo una llave en la puerta.
Harry temblaba de miedo; no sabía que más podía pasar.
Se abrió la puerta y quedó cegado durante unos segundos por el brusco cambio de luz. Mientras sus ojos se acostumbraban pudo distinguir dos siluetas humanas, una más grande que otra. Las dos portaban algo grande en la mano que les llegaba hasta los pies.
-Más golpes no por favor – pensó el prisionero.
Empezó a ver con claridad y lo que tenía delante le heló la sangre. Eran el señor J y un hombre joven, supuso que era su hijo. Cada uno llevaba un hacha de leñador en la mano y el gordo además, llevaba una linterna con la que apuntaba al interior.
Había algo siniestro en sus miradas, entraron sonriendo y cerraron la puerta tras ellos .
– ¿Se encuentra mejor, joven?
– ¡Sácame de aquí hijo de puta! ¿Para qué quiere el hacha?
Harry lloraba, temblaba y sudaba ala vez. Estaba a punto de desmallarse.
– Será mejor que se relaje .¿Le gustan los cerdos, amigo? – preguntó el tendero enseñando unos dientes asquerosos.
– ¿Qué? – acertó a decir Harry desconcertado.
– ¿Qué si le gustaron mis cerdos? Bah…es igual, no responda. Estoy seguro de que usted si les gustará a ellos… ¡Bendito Turismo!
- ¡Bendito Turismo! - 16/10/2012
Este chico tiene mucho talento. No dejes de escribir ratón.
🙂
¡Genial! Un final a la altura, sí, señor.