Domingo

Es domingo. Acabo de despertar y llueve en la calle… diluvia. Decido quedarme en la cama un rato más. ¿Qué hago aquí? La luz entra apagada por las nubes a través de las ventanas. No se oye nada más que las gotas de lluvia furiosas contra los cristales. Los vecinos deben de haber despertado hace rato y haberse marchado, no se escucha ninguna de sus estúpidas voces. La habitación está fría, pero debajo de las sábanas tengo calor. Enciendo la televisión para escuchar algo más que mis pensamientos. Nada aprovechable, no funciona, sigo escuchándome dentro de mi cabeza. Quiero parar. ¿Qué hago aquí? Sobre la mesilla dos gruesos volúmenes que soy incapaz de leer durante más de cinco minutos seguidos… Borges, perdóname, no te merezco. ¿Por qué carajo me cuesta tanto entender la poesía? Cierro los ojos un momento, el maldito catarro no me deja respirar, la puta vida no me deja respirar.

Me levanto y bajo las escaleras para encender la calefacción, ya pensaré dentro de dos meses en la factura. Me miro en el espejo frente al último escalón. No hay nadie enfrente de mí, no existo, no tengo imagen, no tengo alma. La mesa del salón está atestada de libros por leer… los miro con desprecio, ¿de qué me sirven? Bukowski, perdóname, no te merezco. Enciendo la calefacción. Dudo si quedarme tumbado en el sillón o volver a la cama. Fuera la tormenta no cesa, tampoco dentro. Decido tumbarme boca abajo en el sillón. Enciendo la televisión, pero no dejo de escucharme… cállate. Desde la estantería se ríen de mí un montón de películas, una familia de discos no escuchados… dejadme en paz, callaos. Me levanto y abro el armario del baño para tragarme un paracetamol. Abro una cerveza y vuelvo al sillón. Maldita sea, qué frío hace.

Miro la estantería para elegir una película. “La ley del silencio”. Cuando a Brando se le cae el guante e improvisa la escena, dejo de prestarle atención. Acabará con la cara partida, como todos. Pienso. Pienso. Cierro los ojos de nuevo y veo tu fotografía. Los abro para no verte. Necesito otra cerveza, tengo ganas de vomitar. De vuelta en el salón enciendo el ordenador. Necesito escribir algo. Lo que sea. Pasa una hora, la basura llena la pantalla, y después la papelera. Necesito una manta más gruesa, subo a por ella. Bajo con ella sobre los hombros, creo que tengo fiebre. Meto una pizza congelada en el horno y vuelvo al sillón. Otra película… “La soga”. Si me asesinan mis amigos me gustaría que me metieran en un baúl y sirvieran la cena sobre él. Parece que Stewart es demasiado listo, pero es una película, no me encontraría. Me quedo dormido con los créditos finales.

Cuando abro los ojos ya es de noche. Son las siete de la tarde y ya ha anochecido, me encanta noviembre. Tengo fiebre. Otro paracetamol. Otra cerveza. Me encuentro mareado, cierro los ojos y veo los tuyos. Los abro para no verte. Cojo el teléfono y marco tu número, no lo dejo sonar. Lo arrojo sobre la mesa. Necesito escucharte, no quiero escucharte. Abro un libro…. “Insomnio: Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas)”… Dámaso, perdóname, no te merezco. Me voy a la cama, me arropo, duermo.

Es lunes. La puta vida no me deja respirar…

Chevalier
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