Desde la buhardilla
- publicado el 03/01/2014
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Relaciones indirectas
Hay días en que sientes una gran paz interior, en los cuales nada puede hacerte daño. La mirada está desempañada y todo se muestra claramente ante ti. Sin embargo, también hay otros en los que se parece tener una venda en los ojos y tapones en los oídos. No se puede apreciar absolutamente nada, y mucho menos escuchar. Entonces si no puedes escuchar no puedes entender, ya que el sonido puede entrar pero la sustancia que le dio la vida –la idea- no es procesada. O quizá eso es lo que puedo hacerme creer. Me idealizo–irónicamente–de no poder comprender las cosas. Por lo tanto yo mismo me estoy bloqueando e impido el intercambio de conocimiento, ya que al cerrarme niego el de las demás personas.
No es extraño que haya tenido consecuencias con esta montaña rusa de emociones, ya que los días en que me siento más débil cometo actos para defenderme, los cuales posteriormente cuando logro entrar por un momento en mis cabales, me atormentan, y como si hubieran sido semillas, comienzan a florecer en estos, pensamientos oscuros e ideas que me hacen dudar acerca del conocimiento que puedo llegar o no a poseer. Pero, ¿de qué conocimiento hablo? No estoy seguro, únicamente sé que comienzo a buscarlo con ansias.
Algunas veces me cuestiono si el camino que estoy tomando para llegar a él es el correcto. Por ese motivo estoy en este embrollo. No es mi culpa, son los días grises los culpables de todo. La policía me persigue. Pero qué querían, no hice nada malo. Si no hice nada malo ¿por qué no me entrego? Porque no tienen pruebas, no las hay porque no cometí ningún crimen.
Estaba en la biblioteca, sumergido en un libro que contaba la historia de dos esquizofrénicos que escaparon de un hospital psiquiátrico. Ambos desorientados entraron en pánico al ver como la ciudad donde vivían había cambiado tanto en tan poco tiempo. Ahora parecía un basurero. Esta imagen tan triste los desconcertó de una manera inmensa que los hizo perder la cabeza. Estaban enojados, escupían fuego. Tomaron unas ramas grandes de un árbol en el parque y comenzaron a golpear a varias personas hasta matarlas. Todo esto lo hicieron en el jardín de una biblioteca.
Al llegar a esta parte de la narración, una sensación de frío recorrió mi cuerpo. Había oscurecido y únicamente quedábamos en el recinto cuatro personas, incluyéndome. Me asuste. Había ido a leer por la tarde para tranquilizarme. Sucedió todo lo contrario. Comencé a alterarme, a arañar la mesa. Quería irme de ahí, sin embargo, no podía ponerme de píe. El relato había alterado tanto mi percepción de la realidad hasta hacerme creer que sería atacado en cualquier momento por las personas que se encontraban ahí, alrededor mío.
Giraba la cabeza rápidamente de un lado a otro. Cualquier ruido me hacía temblar. No pude pasar la página donde me detuve. Ya no estaba bien, había perdido nuevamente la paz. ¡No, no! –pensaba nervioso– ¿por qué quieren hacerme daño? ¿Creen que no puedo defenderme? Súbitamente sentí una ráfaga de energía y pude ponerme de pie. Salí corriendo del lugar.
Una vez afuera comenzó a molestarme el hecho de encontrarme en una posición nada favorable. La exposición ante una mayor cantidad de personas altero más mi ser. Maldición, ¿qué estaba haciendo? La mirada de las personas que transitaban la calle oscura me recorría de arriba abajo (o eso creía o realmente lo hacían) sentía una sensación grotesca de ser observado. Aceleré el paso para llegar a casa. Creía que ahí, en mi ratonera, nada podría dañarme. No logre llegar.
A mitad de camino cuando pasaba fuera de un edificio del cual jamás me había percatado, delante de mí comenzaron a llover vidrios rotos. Sí, alguien quería lastimarme y venía siguiendo mis pasos que salí de la biblioteca. Ahora le había avisado a alguno de sus compinches, pero no soy tonto, pude sentir la agresión antes de que sucediera. Me detuve ante la cascada de cristales que caían del primer piso. Arriba sólo quedaba un espacio gigante rodeado por un marco pequeño de madera. Maldita sea, no lo voy a permitir de nuevo—me dije en el momento en que furioso entre al edificio para encarar a la persona que quería lastimarme— subí corriendo las escaleras hasta encontrarme con la puerta del único departamento del primer piso.
Comencé a golpear la puerta con fuerza. Estaba furioso, cómo los dos personajes del relato. De mis ojos brotaban chispas que parecían quemar la madera que detenía mi paso para poner fin al mal de esa noche. Seguí golpeando fuertemente, parecía que la derribaría. Escuche unos gritos de mujer y la voz agresiva de un hombre. Me asuste. Por dentro unos pasos se acercaron a la puerta y pude sentir la mirada de alguien que se asomaba a través de la mirilla. Bajo la puerta se veía la sombra de la persona. Estábamos frente a frente, separados por la delgada línea de madera que mantuvo por los últimos instantes una normalidad en mi vida. El hombre la abrió, mire hacia adentro y esa fue mi condena.
Los detalles no los recuerdo con claridad. Es como si hubieran sido borrados de mi memoria. Suena absurdo, pero es cierto. Después de haber mirado el fondo del lugar todos mis recuerdos se disipan. Como si ellos mismos estuvieran huyendo de las imágenes que los componen. Únicamente puedo recordar una soga colgada en la cocina. Una silla con las patas arriba y sobre cada una de las patas una cabeza de un muñeco para niñas. Una montaña de ropa cubriendo algo. Los ojos azules de una mujer que lloraba desconsolada. La mirada de fuego de un hombre. Un olor a suciedad. La ventana rota. Gritos. Golpes. Sangre. Sirenas de autos policíacos. Altavoces.
Ahora que estoy huyendo puedo percatarme del estado en que me encuentro. Tengo la camisa rota, ambas mangas fueron arrancadas. Hay una gran mancha de sangre en mi pecho, sin embargo, no estoy herido de gravedad. Siento el dolor de algunos golpes en la cara, está hinchada y con el ojo izquierdo apenas puedo ver. No cometí crimen alguno. Todo lo que hice fue ir a la biblioteca en busca de un poco de tranquilidad para mi alma. Trate de detener la dirección que llevaba mi vida para estabilizarla. Y ahora, ahora estoy escondido en un bosque, pensando en cómo puede cambiar la vida en un instante. Cuestionándome cómo fue qué llegué a esta situación. Pude haber estado en casa viendo televisión. Pero quise ir a leer, maldita sea, ahora me siento como un personaje de algún relato. Llegare al corazón del bosque, o hasta su alma, a donde sea con tal de escapar. Puedo escuchar los autos de policía recorrer el perímetro, a lo lejos los destellos de lámparas. ¡Yo no mate a nadie, yo no mate a nadie!
Ustedes me mataron a mí.
- Relaciones indirectas - 19/11/2013