Estación Copilco
- publicado el 11/12/2013
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Ema
Crecí bajo sus cuidados y atenciones. Una segunda madre más presente que la verdadera. Sin embargo, nunca supe el verdadero alcance de su influencia sobre mí hasta que me hice mayor y la vida se empezó a complicar. Entonces lo vi con claridad, ella era el modelo de mujer con el que había crecido.
De mi verdadera madre tengo poco registro: desconozco sus gustos, sus modos de dar cariño, su forma de pensar. Tan sólo la veo como alguien que entra en un cuarto, da nuevas órdenes o controla que las anteriores se están cumpliendo al pie de la letra y vuelve sobre sus pasos. Una mujer absorbida por su trabajo y por las responsabilidades ajenas a la casa. Supongo que todos los de mi generación tienen el mismo registro que yo. Al fin y al cabo, las cargas laborales son las mismas para todos los trabajadores.
Somos una generación criada por niñeras.
Mi niñera era dulce, amable, preocupada al extremo. Se, ahora, porque estuve investigando, que pertenecía a un modelo de fabricación de alta gama y que estaba programada para eso. En eso, quizás, debo ver el amor de mi verdadera madre: no reparó en gastos para darme una infancia feliz.
A la niñera la llamaba Ema porque esas eran las letras que llevaba en su matrícula de trabajo. Ema 6698. Su cuerpo era de un color dorado y de un material duro al que, sin embargo, yo sentía más real que la piel de mis padres. Sus ojos todavía funcionaba con el sistema de iluminación a led y me encantaba verlos brillar cuando las luces de la casa estaban apagadas. Era como una luz al final de un largo túnel, la esperanza de que siempre estaba ahí, cerca, velando por mi seguridad.
Leí todos los manuales, señor juez, hablé con fabricantes e incluso pude entrevistar a uno de los creadores de su prototipo. Todos concuerdan en que ese modelo todavía carecía de la función empática de los más recientes y que nada en ella podía imitar la alegría o la tristeza. Sin embargo, yo estoy seguro de que me miraba con ternura cuando me veía hacer la tarea o con tristeza cuando llegaba a casa con algún moretón en un ojo. Según un especialista, es común atribuirle acciones humanas a los robots del mismo modo en que se les da a los animales: es tan absurdo pensar que un robot puede llorar como decir que un perro está sonriendo.
La primera mujer que besé tenía dieciséis años y yo quince. A partir de ahí, se abrió un mundo de experimentaciones y aventuras que tuvieron su pico más épico en la universidad. Pero ellas me recordaban a mi madre, su frialdad, su egoísmo y poco a poco comencé a sentir por ellas una sensación parecida a la desgana y al desinterés. Sí, lo sé, soy injusto. Vivimos en un sistema que nos obliga, a mujeres y a hombres, a ser así, a cumplir largas jornadas de trabajo y a estar más tiempo con extraños que con nuestros amigos y familiares. Vivimos en un mundo que nos obliga a aceptar nuestra soledad. Por eso comencé el análisis, señor juez. Sabía que seguía un modelo utópico. Según mi psicólogo el famoso complejo de Edipo lo había entablado con Ema y ahora estaba condenado a buscar una mujer inexistente. Supe por él que muchos de los hombres de mi edad padecían el mismo problema y que resolverlo era nuestra manera de ingresar al mundo adulto, con sus reglas y obligaciones.
Creo que venía progresando en mi análisis cuando me topé con un modelo semejante al de Ema en una casa de antigüedades. Le faltaban piezas y no funcionaba pero sólo verlo me bastó para llenarme de recuerdos y cargarme el alma de una nostalgia que arrastré durante días a cada lugar que iba.
El prototipo de Ema duró pocos años en el mercado porque a los pocos años salieron las versiones de la realistic motors con sus propuestas de piel sintética y caras realistas y el mercado cambió para siempre.
Participé de un foro de personas con mi mismo problema. Y fue uno de los usuarios el que me dio la idea. No es que me la haya dado a mí, en verdad, me contó su caso y yo decidí imitarlo.
Conseguí en el mercado negro un falso registro de paternidad y me hice acreedor de una niñera mecánica. Era de una calidad tal que parecía humana en casi todo menos en su carácter. Al igual que Ema y todas las de su clase, estaba programada para atender al otro, para dar, a mi entender, lo que constituye el verdadero amor: tiempo y dedicación.
He atravesado muchas discusiones desde entonces. A los que me dicen que para que exista una pareja se necesitan dos voluntades, les recuerdo que casi todas las parejas que yo conozco persisten justamente por no hacer caso a su voluntad. A los que me dicen que el amor es un sentimiento, les digo que no, que el amor es producto de la mente, no del corazón y que aunque no sean conscientes de eso, todos se programan para querer a alguien. Al menos, Ema, como he decidido llamar a mi pareja en homenaje a mi otro gran amor de la vida, cumplirá su compromiso durante toda su vida, con unas ganas y una responsabilidad que nunca traicionará.
Yo voy a seguir luchando, señor juez, voy a seguir luchando hasta que la sociedad acepte esta unión. Y sí, usted y los demás insisten en sostener que esto no es más que una locura, que no se puede amar a alguien incapaz de sentir amor por sí mismo, le diré lo que digo siempre, que todos ustedes también viven dentro de una ilusión, atribuyéndoles al resto su propia idea sobre ellos. Y que muchas personas que no lo merecen, tienen al lado alguien que los quiere y los ve mejor de lo que son.
Para el amor, señor juez, alcanza con que uno crea en él. A mí me alcanzo con eso. Y detrás de mí, señor, vienen muchos más, esperando que haya jurisprudencia, o esperando que seamos tantos que ustedes no tengan más remedio que reconocer nuestro derecho a elegir libremente con quién vivir en matrimonio.
Nos sobra paciencia. Nos sobra felicidad. Y el tiempo está de nuestro lado. Tarde o temprano, tendrán que reconocer nuestra existencia. Haga lo que quiera. Nosotros seguiremos acá, generación tras generación, sosteniendo nuestro amor.
Excelente!!! me encantó!!!
MUY BUENO!!! Hoy nos parece loco, pero quien te dice que sea lo que se viene….?!
muy bueno compa!!!
mucha merde!!!