Un encuentro con el mal
- publicado el 16/12/2013
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LA COLONIA
A continuación, una lista con la ocupación de cada cabaña, para hacer más sencillo el entendimiento de la historia:
CABAÑA 32
Luciano
Felipe
Romina C.
Sofía C.
Cintya
CABAÑA 31
Guillermo
Homero
Ximena
Andrés
CABAÑA 30
Silvana
Jimena
Diana
Claudia
Romina L.
Marcos
CABAÑA 29
Alvaro
Gonzalo
Yamila
Sofia P
PRÓLOGO
El sol resplandecía sobre sus cabezas cuando entraron, cargados con bolsos, al complejo vacacional conocido como “La Colonia”.
A pesar de que solo iban dieciocho de toda la clase sabían que la iban a pasar muy bien. Iba a estar divertido, de eso no cabían dudas.
Los adolescentes cruzaron la verja de entrada, saludaron al guardia de seguridad con la cabeza e ingresaron al lugar.
Era un sitio hermoso. Habían cabañas por todos lados, una gran casona donde se hallaba un pequeño living, un comedor y la cocina; una piscina, una cancha de fútbol y basquetbol, un fogón, y por supuesto, un extenso terreno verde.
-Es genial- confesó Sofía Castillo al ver el terreno.
-¡Mal!- respondió Cintya- Esto es muy lindo.
Todos sonrieron y avanzaron hasta la casona para buscar las llaves y adueñarse, por cuatro días, de “La Colonia”.
CAPITULO UNO
PROBLEMAS
—¡Mi cama es la grande del piso de arriba!—gritó Felipe al entrar en su cabaña—Si alguien quiere dormir arriba, usa la chica. ¡Yo ya canté!
—¿Sabes qué?—reflexionó Cintya a sus espaldas—Creo que estaría bueno que Luciano duerma arriba, así abajo dormimos las chicas.
—¿Chicas?—rió Felipe—¿Consideras a Sofía una chica?
—¡Felipe!— dijo sonriendo Sofía Castillo al entrar.
Romina Cancela ingresó de última.
—Yo tomo la cucheta de arriba–exclamó, poniendo sus pertenencias en ella.
A continuación, Sofía se adueñó de la cama de abajo y Cintya de la marinera. Felipe subió las escaleras y dejó caer sus bolsos en la cama matrimonial. Luciano hizo lo mismo pero en la individual.
—Es impresionante cómo pasó el tiempo…—confesó Luciano sacando las sábanas de su maleta— Seis meses planeándolo todo…
***
—Ya estamos aquí…—susurró Romina Lemos en su cabaña.
—Sí, ya llegó el día- respondió Silvana Lafluf- ¡Qué pena que los otros no hayan querido venir!
—¡Qué se maneje!.-exclamó Jimena.
—¿Saben lo que me jode?—confesó Claudia— ¡Que Silvana de León haya ido a Brasil con cualquiera, y no haya venido con nosotros!
—Quizás no podía pagar dos viajes—reflexionó Romina.
—Ahhh, Ro…—Claudia abrió su bolso—Todos sabemos que sí… ¡No vino porque no quiso!
—Serrana tampoco vino—aseguró Silvana.
—Eso era más que predecible… Serrana no es muy sociable que digamos. Ya la vemos en la clase, ¿o no? —pausó— Solo habla con Cintya, Luciano o Felipe…
—Hola.
El delegado de la clase, Felipe, había irrumpido en la conversación. Las chicas de la cabaña treinta quedaron en silencio.
—¿Les gusto el lugar?—preguntó.
-S…sí—tartamudeó Claudia—. Es muy lindo.
—Me alegro mucho— Felipe echó un vistazo a la vivienda y agregó:— La vajilla llegará en un momento. ¿Van a almorzar ahora?
—No. Comeremos después de arreglar todo.
—Está bien. Luego paso por acá.
Felipe quedó un momento en silencio y luego se retiró.
Durante unos segundos, las adolescentes se miraron sin decirse una palabra. Finalmente, Claudia habló:
—¿Ustedes creen que escuchó?
—No lo sé-contestó Silvana—. Lo único que puedo asegurarte es que si lo hizo, debe estar muy caliente.
Claudia agachó un momento la cabeza.
—Voy a escuchar-exclamó de pronto.
—¿Qué?—dijeron a coro Silvana, Romina y Diana.
—Voy a escuchar por la ventana de su cabaña—repitió. Dejó su bolso a medio desempacar y salió.
***
La cabaña treinta y dos estaba revolucionada.
Felipe estaba sentado en el borde de la cama marinera rodeado por Romina, Cintya y Luciano.
—¿Pero estás seguro?
—Sí, Luciano. Cuando entré se quedaron calladas todas… ¡Es obvio que estaban hablando mal de nosotros! ¡Me da rabia que ya empiecen con sus estupideces! Si tanto les molesta venir con nosotros, hubieran planeado otro viaje y punto.
—Entonces, ¿Eran Claudia, Romina, Jimena y Silvana las que estaban hablando de nosotros?–reiteró un poco perpleja Cintya.
El delegado no respondió. Agachó la cabeza y se quedó pensando unos instantes. Finalmente, exclamó:
—¿Saben qué? ¡No pienso ponerme mal por esas taradas! ¡Que hagan lo que quieran!
***
-Pensaron cualquiera—informó Claudia cuando llegó a su morada.
—¿Quién?
–Felipe. Pensó cualquiera… Ahora estaba repartiendo por toda su cabaña que estábamos hablando mal de ellos…
La chica se sentó en una silla de plástico frente a las camas.
—Pero ese es cualquiera—reaccionó Silvana— ¡Encaja cualquiera! Si ni siquiera escuchó la mitad de la conversación, ¡¿Cómo puede saber de lo que estábamos hablando?!
—Silvana, tú lo conoces bien…-agregó Jimena.- ¡Le encanta meter lío!
—Yo no creo que sea tan así—indicó Romina—Es solo un malentendido. Nada más.
—No lo sé…-dijo al fin Claudia— Ahora lo único que quiero es comer…
***
Luciano estaba arreglando su cama cuando entró en su cabaña Romina Lemos. Estaba un poco rara.
—Hola—la saludó el joven.
—Hola—respondió ella—Son cerca de la una… ¿Comemos juntos?
—No lo sé. Supongo. Felipe es el que coordina eso.
—¿Sabes?-susurró Romina— No se lo que pasó hoy, pero las cosas están un poco tensas. No sé lo que Felipe escuchó pero…
—No te quemes—corto Luciano— Son calenturas del momento, ya pasarán.
—El problema no es si pasan o no. Yo quiero aclarar que nosotras no estaban hablando mal de nadie.
—Ya lo… —Luciano se dio vuelta, frunció el ceño y preguntó:— ¿Cómo sabes que pensamos que estaban hablando mal de nosotros?
—Es que…
—Claudia estaba escuchando—aclaró Sofía Castillo que acababa de subir.
—¿Qué?
—Sí. Cuando traía el agua de la otra cabaña la vi en la ventana. Estaba espiándonos.
—¿Tú lo sabias, Romina?- le inquirió el chico.
—En realidad sí, pero no fue idea de nosotras. Ella estaba preocupada porque pensaba que Felipe había entendido mal, y así fue.
Luciano quedó en silencio. No sabía que decir. La bronca comenzaba a brotarle, pero decidió calmarse diciendo:
—Ehhh… Yo ahora voy al baño, Romina…— agarró su mochila y la dejó al borde de la cama. Alisó por última vez la frazada y concluyó:—Hablamos luego.
El muchacho bajó velozmente las escaleras de madera y entró al baño, cerrando la puerta de un portazo. Sofía imitó a su compañero: bajó las escaleras y salió de la cabaña dejando a Romina totalmente sola en el piso de arriba.
***
—Te vieron—dijo Romina casi en un murmullo cuando entró a su cabaña y vio a Claudia ordenando sus pertenencias.
—¿Qué me vieron? ¿Cómo?
—Sí. Sofía Castillo te vio escuchando por la ventana.
—¡La mierda!—gritó la joven—¿Y cómo me vio?
—¡Yo que sé! ¡Te vio!
—¿Pero fuiste a aclarar las cosas?
—Ahora esta todo mucho peor…—confesó Romina acercándose a su amiga— Estaba hablando con Luciano. ¡Cómo será que se enojó conmigo!
—¿Se enojó contigo?
-Sí, mal. Me dejó hablando sola. ¡No sé qué más hacer!
—Yo creo que deberíamos dejar las cosas como están. Si seguimos metiéndonos, el asunto va a empeorar.
***
—¿Cómo que Claudia estaba escuchando todo?—gruñó Felipe al enterarse de la noticia—¡¿Es que no se puede hablar en paz?! ¡Qué loca más estúpida!
—Felipe, no…
—¡Felipe nada! ¡Es cualquiera lo que hace! ¡Es cualquiera ella! ¿Qué se cree? ¡Por favor!… Y encima Romina haciéndose la buenita, ¡esa también es otra! ¡Yo, Luciano, no sé como te puedes llevar con ellas tan bien! ¡Anda a saber lo que dicen de ti a tus espaldas!
—Últimamente, no se que creer…—musitó el muchacho-—Ya no sé ni con quién puedo hablar en confianza.
—Y eso es que recién es viernes…—recordó Cintya.
***
Salió de su cabaña con el objetivo en su mente: matar.
Sabía que no era fácil ni cómodo hacerlo en ese lugar, pero era quizás la última oportunidad que tenía. Había que aprovecharla.
Observó con sumo cuidado todo a su alrededor. Nadie podía verlo. Nadie podía sospechar nada.
Descendió suavemente hacía la piscina. El sol de la mañana comenzaba a cederle paso a una gran tormenta, que sin dudas, desembarcaría en la tarde.
En su mano derecha resonaba el tintinar de las llaves del motel nueve. Tenía pensado llevar allí los cadáveres luego de asesinarlos.
Respiró hondo. Sentía como el aire primaveral le llenaba los pulmones. Era una sensación por demás placentera.
Levantó la mirada suavemente. Volvió a revisar toda la zona. No había nadie más que su victima, quien estaba jugando en la cancha.
Recordó entonces todo el asco que le tenía. No la soportaba. La odiaba.
Caviló la cuestión un momento. Debía asegurarse de que todo le iba a salir bien. Todo.
—¿Vamos a juntar leña?— le dijo a su compañera cuando se acerco.
—¿Leña?—respondió extrañada ella— ¿No vamos a comer lo que trajimos? Además, las hamburguesas las comemos mañana.
—Ya lo sé, es que Felipe me envió para juntar leña para la noche. Se acerca una tormenta y es peligroso que se moje.
Las nubes negras avanzaban con vertiginosa rapidez hacia ellos.
—Está bien, ¿tenés las llaves para entrar al monte?
—Sí. Las tengo acá.
La chica bostezó, soltó la pelota, y se encaminó junto con su asesino hacía el monte.
Abrieron la reja con precaución, y entraron al sitio indicado.
—¿De dónde sacamos las ramas?
—De allá. Hay mucha.
La joven camino por entre los árboles. Unas cuantas gotas comenzaron a caerle.
—Está garugando—advirtió de pronto—Déjame ir a buscar una campera o algo a mi cabaña… No, ¿sabés qué? Le envío un sms a Romina para que me la traiga, y ya de paso nos ayuda.
—No hace falta—respondió una voz a su espalda.
En ese instante, su compañero la tomó de los pelos, le sonrió cruelmente, y le reventó, literalmente, la cabeza contra el tronco del árbol.
CAPITULO DOS
LA TORMENTA
El cuerpo sin vida de Jimena Márquez fue arrastrado hasta el motel. Allí, el asesino se encargó de encerrarla en el baño y de trancar la puerta para que nadie entrara.
Era imprescindible controlar todos los detalles. Incluso, los más mínimos.
El asesino guardó las llaves en el bolsillo de su pantalón, y se encaminó hacia su cabaña en busca de una nueva víctima.
***
—¿Pensas hablar con ella?
Felipe y Luciano estaban en la cocina preparando la merienda para toda la clase.
—No. No tengo nada que decirle. En todo caso, es ella la que tiene que venir a hablar conmigo.
Luciano agachó la cabeza y bostezó. La tarde, fría y lluviosa, le provocaba sueño.
—¿Te enteraste?—exclamó de pronto Felipe.
—¿Qué?
—Diana y Guillermo…—bajó la voz—Quieren ir al motel.
—¿Al motel?—rió Luciano—¿Y eso?
—¡Es obvio ¿no?!—el delegado levantó las cejas.
—¡Al menos pueden esperar a mañana!
—Yo digo.
Felipe sacó la leche del fuego y comenzó a servirla en las tazas.
—¿Viste que el Alvaro se quiere venir a nuestra cabaña?
—Sí—Felipe dejó la olla en la mesada— Ya me dijo. No le gusta su cabaña.
—¡Para no! Lo metimos con la Fofi.
***
—Mira que la merienda ya esta pronta. Hay que apurarnos.
Yamila estaba en la puerta de su cabaña. Tenía un paraguas en su maño derecha, y en la otra un frasco de edulcorante.
—¡Ya voy, Yami! ¡Me estoy poniendo una campera!
Sofía Pérez (Fofi) bajó velozmente las escaleras de madera. Fue hasta el baño, se arregló un mechón de pelo y salio.
—Vámonos.
***
Todos estaban sentados en torno a una gran mesa de madera merendando. Felipe había preparado café con leche y galletitas.
—¿Dónde está Jimena?-inquirió Romina Lemos luego de tomar el primer sorbo de su bebida.
—No lo sé-contestó Alvaro- La última vez que la vi fue cuando estaba en la cancha.
—Apropósito—interrumpió el delegado—¿Trajiste la leña que te pedí?
—Sí. La dejé en tu cabaña.- Alvaro se metió una galleta en la boca.
—¿Ya intentaste mandarle un mensaje?
—Sí, Sil. Le mandé como treinta y no me respondió ninguno.
—¡Qué raro! … ¿No estará en el motel?
—¡No!- Alvaro se levantó de golpe—No, no está en el motel… Digo, si no nos hubiera dicho.
—A ti… no creo—sonrió Claudia.
Nadie dijo nada. El comedor quedó en completo silencio.
—Ya terminé—advirtió Felipe agarrando su taza—Voy a la cocina.
—¡Pero nadie ha terminado todavía!—exclamó Silvana— Quédate un rato más…
-No, yo voy a limpiar esto y me voy.
—¡Qué mala onda!
Felipe miró a Silvana desafiante, y largó un suspiro. Acto seguido, se retiró.
—¡Me tiene podrida!—confesó Silvana cuando el delegado ya había entrado en la cocina—No tiene humor para nada.
—¿Por qué nos espiaste?-preguntó Felipe al ver entrar a Claudia en la cocina.
—¡Yo no hice nada!—se defendió ella.
—¡Dale, Claudia! Ya nos enteramos todos.
La joven avanzó hasta la mesada y apoyó su taza allí.
—Entendiste cualquiera—le contestó.
—¿Qué?
—Que entendiste cualquiera. Felipe, nosotras no estábamos hablando de ti.
—No me mientas—el chico se dio vuelta bruscamente, y quedó cara a cara con su compañera—¡Yo las oí!
—Está bien—refunfuñó Claudia—Estábamos hablando de la gente que no había venido. Dijimos que Silvana de León era una aburrida, y luego salió el tema de Serrana—guardó silencio un momento y continúo— Solo dije que se llevaba contigo, con Cintya y Luciano. Nada más.
—Entonces, ¿por qué no fuiste y me lo dijiste de frente en vez de escucharme por la ventana?
—Es que debía asegurarme de que habías escuchado mal… Solo no quiero tener problemas con nadie. En serio.
Un rayo cayó iluminando todo el terreno.
—Está bien. Igualmente se me pasó todo. Quedamos bien.
Claudia sonrió vagamente, fregó su taza y se fue. En ese momento, entró Romina Cancela.
—¿Qué paso?
Felipe colocó su mano enfrente de su cara y la agitó, haciendo referencia a que Claudia era un falsa.
—¿Careta?-murmuró la chica que acababa de entrar— ¿Qué te dijo?
—Yo que sé… ¡No le creo nada! La dejé tranquila con que me había tranquilizado.
Otro rayo iluminó el cielo.
***
—¿Ya llevaron las llaves?
—No. Guille las viene a buscar en cualquier momento.
Cintya y Felipe estaban en la cocina de la cabaña conversando. Romina Cancela y Sofia Castillo estaban durmiendo, y Luciano estaba en la cabaña treinta.
—¡Yo no entiendo cómo van a hacer! Con esta tormenta no doy ni dos pasos.
—Bue, Cintya, tampoco es muy difícil, ¿no?
La chica rió.
—Me enteré que hablaste con Claudia. Ella piensa que quedó todo bien.
—Sí, la dejé tranquila.
—Me imagino… A veces no me banco las caras que pone—pausa—¿Viste lo que le dijo hoy a Sofía Castillo?
—No, ¿qué le dijo?
—Estábamos en la cocina y no sé que fue lo que hizo Sofía. Entonces ella la miró y le dijo con asco «Sos tan vulgar».
—Es tan tarada pobrecita—repuso Felipe.
La puerta de la cabaña fue sacudida por un golpe estrepitoso. Guillermo estaba golpeando.
—¡Pasa!
Guillermo entró, saludo a sus compañeros y preguntó:
—¿La llave del motel?
Felipe sonrió. Se levantó, fue hasta la mesa y agarró las llaves.
—Aquí están.
El recién llegado agachó la mirada, dio las gracias y se fue.
—No lo puedo creer—exclamó Cintya— Tan… tan…están.
Felipe volvió a sonreír, y se dirigió al baño.
—Me voy a bañar—avisó, y cerró la puerta de un portazo.
***
—¿Vamos, Di?
Guillermo y Diana estaban sentados en la cama cucheta de la cabaña treinta. A su lado se hallaban Homero y Claudia.
—Espera. Anda vos primero—dijo ella—Enseguida voy yo.
Guille asintió suavemente, y se retiró, cubriéndose de la lluvia con las manos.
—¿Piensas ir en serio?—le susurró Homero cuando su amigo salió de la vivienda.
—Ni loca—confesó Diana largando una carcajada—¡Me quedará esperando allí toda la noche!
***
Guillermo pasó por la cocina apresuradamente, cruzó las cabañas y llegó a los moteles. Sacó de su pantalón la llave de su habitación y abrió la puerta.
De inmediato, lo invadió un asqueroso olor a podrido. Era nauseabundo.
<< ¿Qué es esto-pensó>>
Dejó la campera en el piso, y las llaves en la mesita de luz. Luego, se dispuso a ir al baño.
Se acercó a la puerta, apoyó su mano izquierda en el pestillo y…
CAPITULO TRES
LA SOMBRA DEL ASESINO
… y nada. En el baño no había absolutamente nada. Solo un asqueroso y repugnante olor a podrido. Nada más.
Guillermo abrió el bolsillo chico de la mochila – que había llevado consigo hasta el motel – y sacó un desodorante. A continuación, comenzó a echarlo por todo el monoambiente. El hedor era tan espantoso que gasto más de medio frasco en ocultarlo.
—¡Esto es increíble!—dijo casi en un grito.
Guardó nuevamente el desodorante y se sentó al borde de la cama.
Su celular señalaba las diez y cuarto, y Diana aún no había llegado. Encima afuera el clima era cada vez peor. Los rayos caían uno tras otro.
De pronto, entre la lluvia, vio acercarse una sombra. Caminaba lentamente hasta la puerta de la morada.
Guillermo apagó la luz y se acostó en la cama. Se tapó hasta la cabeza y esperó.
Los pasos se hacían cada vez más fuertes…
Finalmente, la puerta se abrió. El rechinar de la misma provocó en el joven un ligero escalofrío. ¿Sería Diana?
Un aire congelante invadió velozmente toda la habitación. Guillermo, que se encontraba con los ojos abiertos e intentando controlar sus impulsos, sintió como el frío helaba los huesos.
La puerta volvió a cerrarse, y otra vez todo quedó a oscuras.
El recién llegado se sentó muy lentamente sobre la cama. Se descalzo y se acostó.
—Llegaste—murmuró de repente Guillermo.
—Estoy aquí.
Aquella no era Diana. Esa no era su voz. Entonces, ¿quién estaba acostado con él? ¿Sería una broma?
El muchacho se dio vuelta, largó un grito y todo se apagó.
***
—¿Todavía te está esperando?
Las ajugas del reloj pulsera de Silvana Lafluf señalaban las once y veinte de la noche. La lluvia había comenzado a cesar y los rayos habían parado hacia cerca de media hora.
—Si—rió Diana—Hace como dos horas le dije que iba.
La cabaña veintinueve saltó en carcajadas. Junto con Diana estaban Silvana, Romina Lemos, Homero, Claudia, Ximena, Luciano, Cintya y Felipe.
—Igualmente—exclamó Ximena- ¿No les parece raro que todavía no haya llegado? Digo, supongo que a esta altura ya se habrá dado cuenta de que todo era una joda ¿o no?.
—Guillermo es así—opinó Felipe— ¡Medio opa!
Todos rieron nuevamente. Por primera vez – y última – reinaba un clima de paz.
-¿Pero fuiste tú la de la idea?
—Yo y Sil—contestó Diana—Le propuse la idea a Guillermo, y no dudo en instante en decir que sí. ¡Pobre!
—Alguien debería ir a ver qué le pasó—propuso Romina—Solo para saber que esta bien.
—Nooo—respondió Felipe, alargando el sonido de la última vocal—Debe estar durmiendo. Se habrá sacado las ganas solo.
Por tercera vez, todos volvieron a reír.
—Hay que hacer algo—exclamó Homero levantándose de la silla—Algo para entretenernos…
—¿Cómo qué?—inquirió Claudia.
—El juego de la botella.
Todos asintieron de una. No hubo ningún no.
Se sentaron en ronda, de modo que las chicas y los chicos quedarán enfrentados, y dejaron una botella en el centro.
—Las reglas son así—advirtió el delegado—Las dos personas que toquen se paran, se ponen de espalda, y mueven la cabeza. Si van al mismo lado beso, y si van a diferente, cachetada.
—¿Beso?—Cintya sonrió— ¿En dónde?
—En la boca—cortó Felipe.
—Ah, no, no—criticó Silvana.
—Beso o nada.
Silvana agachó la cabeza, pensó unos instantes y aceptó:
—Está bien, pero de esto no se entera nadie.
Los adolescentes se prepararon, arreglaron los últimos detalles y comenzaron.
El primero en girar la botella fue Luciano. El objeto dio unas cuantas vueltas y se detuvo.
—¡Homero y Cintya!—gritó Claudia.
Ambos compañeros se levantaron y se colocaron de espalda. Felipe sostuvo sus cabezas con la mirada al frente, dio la orden y giraron.
—¡Beso!—afirmó Ximena.
Cintya dudó un tiempo. No quería hacerlo, se negaba.
—No, en serio, no quiero—decía.
—Si no querías te hubieras negado a jugar. Jacke, tu elegiste.
—Dale, nadie se va a enterar.
El beso entre Homero y Cintya fue corto y rápido. Nada fuera de lugar.
Cuando todos se volvieron a sentar hicieron girar la botella nuevamente. Esta vez, eran Felipe y Silvana.
—No—dijo el chico—Con ella no, está el novio en la otra cabaña, ¡mira si entra!
—¡Ay, no va a entrar nadie!—exclamó Luciano— ¡Dale!
Los dos jóvenes se acercaron con lentitud. Acercaron sus rostros, pero en el momento en que los labios se iban a chocar, apareció Marcos.
—¿Qué estás haciendo?—le gritó a Felipe, y lo empujó.
El muchacho dio un salto para mantenerse en pie, y se quedó parado en la mitad de la sala.
—No pasó nada, amor—explicó Silvana—¡Solo estábamos jugando, en serio!
La pareja salió de la cabaña a los gritos. Marcos estaba muy enojado.
—Y eso que no es celoso—apuntó Diana levantándose del suelo.
***
El sábado amaneció lindo. Había sol y hacía calor. Era un día perfecto.
—Vamos a desayunar al comedor—avisó Felipe al levantarse—Es temprano igual. Son las diez.
—¿Quién va a preparar todo?— Luciano todavía estaba acostado.
—No sé. Me imagino que nosotros…—silencio— ¡Che, Cintya! ¡¿Nos ayudas a preparar el desayuno?!
Desde abajo la joven respondió:
—Sí, Felipe. Los ayudo.
***
—¿Dónde está Jimena?
Esas fueron las primeras palabras que pronunció Romina Lemos al levantarse. Estaba despeinada y llevaba puesto un pijama rosa.
—Creo que fue a ver al novio—informó desde el baño Silvana—Hoy jugaba.
—Entonces se fue temprano.
—Al parecer.
Romina bostezó. Aún tenía sueño.
—¿Saben qué?-anunció Diana— Silvana de León llega en un rato. Me envió un mensaje.
—¿Viene a quedarse?—preguntó sorprendida Claudia.
—Sí, va a hablar con Felipe, pero sí. Esa es su idea.
***
—No me la fumo.
—¿Pero por qué?
Yamila y Sofía Pérez estaban sentadas en la mesa de la cocina de su cabaña. Álvaro y Gonzalo estaban durmiendo arriba.
—Es una estúpida. ¿No viste lo que le dijo a Sofia ayer? ¡Que era vulgar! ¡Qué se mire ella!
—Ahh, pero eso fue porque Sofia no sé lo que le dijo, ¡no tiene nada que ver contigo!
—Ya lo sé, es solo que no la soporto… Todo el día con esa cara de idiota. O sea ¿quién es?…
***
—¿Guillermo durmió acá?
Homero acababa de entrar en la cabaña treinta. Llevaba puesto un pantalón deportivo y una remera.
—No, acá no—Diana estaba peinándose en el baño- Estará en el motel durmiendo.
—Sí ¿no?—apuntó Romina— Todavía te está esperando.
Silvana Lafluf bajó las escaleras perezosamente.
—¿Qué pasó?—inquirió Homero al verla—¿Se pelearon?
—No lo sé—respondió cortante la joven—No lo sé.
***
—¿Te amigaste con Claudia al final?
Alvaro había irrumpido en la cabaña treinta y dos. Eran las once y cuarto, y ya habían terminado de desayunar.
—¿Qué?
—¿Te pregunto si te amigaste ya con Claudia?
—¿Por qué preguntas?
—Es que acabo de escucharla hablar con Silvana y Romina.
Alvaro se sentó en una silla de plástico.
—¿Qué decían?
—No llegué a escuchar bien, pero era algo así como que te había pedido disculpas. Por eso te pregunto, ¿te amigaste con ella?
—Al parecer…—Felipe abrió la heladera y sacó un bidón de agua. Se sirvió en un vaso y se sentó— Igualmente, yo no me la banco. Hay algo raro en ella.
—¿Raro?
—¿Hipocresía?—preguntó el delegado sarcásticamente.
Alvaro asintió lentamente, y de inmediato exclamó:
—¿La fiesta del revés es hoy?
—No sé… No sé si alguien va a salir. Por mi, sí. ¿Tú trajiste ropa?
—No. Yo no traje nada. Pensé que nos iban a prestar.
Felipe hizo un gesto con la boca y tomó un sorbo de agua. En ese momento entró Cintya.
—Hola, ¿qué hacen?—saludó.
—No mucho. ¿Tú?
—Estaba en la otra cabaña. Guillermo no ha vuelto. Al parecer se quedó durmiendo en el motel. Homero lo va a ir a buscar en un rato.
—Debe estar roncando luego de la increíble noche que vivió.
Los tres jóvenes rieron.
—¿Me puedo venir a dormir acá?—preguntó repentinamente Alvaro.
—¿Y eso?
—Es que no me siento muy cómodo allá. ¿Puedo?
—Por mi si—dijo Felipe— Hay que ver en que cama dormís.
—Que duerma contigo arriba—Romina Cancela acababa de salir del baño——Así abajo dormimos las chicas.
—¡Otra vez con eso de las chicas!—sonrío Felipe— ¿Cuántas veces tengo que decirte que Sofia Castillo no es una chica!
***
—¿Vas a buscar a Guille?
Silvana Lafluf, Romina Lemos, Claudia, Homero y Ximena estaban en la cabaña treinta.
—Todavía no, ahora a las doce voy. Debe estar roncando ahora.
—¿Marcos a dónde fue?
—No sé—la voz de Silvana sonó aguda—Casi ni me ha hablado hoy.
—¡Ay, pero no fue nada lo que pasó ayer! Además, era Felipe…
—Sí, sí, pero al parecer hay una faceta de Marcos que aún no conocía.
—¡Me di cuenta!—aportó Ximena— ¡Ayer estuvieron como una hora discutiendo!
—¿Tanto se escuchaba?
-Obvio que sí. Por más que estuvieran en el baño se sentía, eh. Tus gritos más que todo.
Silvana sonrió.
—Los gritos que se sentían ayer eran los de Yamila. ¡Yo no sé qué estaba haciendo!
—Yo no quiero ni pensarlo.
Un silencio bastante molesto quebró la conversación.
—Che, Ro—dijo Claudia de pronto- ¿Me acompañas a sacarle una foto a los patos?
—¿Ehh?
—¡Ahh, dale!
Romina se levantó de su asiento, y acompañó a su amiga hasta el arroyuelo.
—¿Al final todo bien con Feli?
—Sí, creo que sí.
—¿No has vuelto a hablar con él?
—No, ni quiero tampoco. Ya está bien.
Claudia sacó la cámara de su estuche. Visualizó a la pata y sus patitos, y le tomó una foto.
—¿Crees que Marcos la va a perdonar?-preguntó Claudia mientras revisaba la foto.
—Es obvio. Si la quiere la va a perdonar—Romina rió—Tampoco es para tanto.
—¿Te das cuenta que siempre es Felipe el de los problemas?
—Tampoco es para tirarlo abajo. La idea de jugar fue de todos.
Claudia no dijo nada. Quizás se había dado cuenta de que su amiga tenía la razón.
—¿Vas a salir hoy o vas a la fiesta del revés?—inquirió Romina sentándose un tronco caído.
—No sé. Creo que voy a la fiesta. Está buena la idea. De todas formas, yo no le presto ropa a nadie.
—Yo también voy a ir a la fiesta. Creo que para salir nos hubiéramos quedado en San Carlos, ¿o no?
—Sí…-Claudia dudó- ¿A quién le vas a pedir ropa de varón?
—No sé, pensaba en Luciano, pero no sé…
—¿Y te entrará?-Claudia largó una carcajada.
—Ahhh… ¿tú a quién piensas pedirle ropa?
—A nadie.
—¿Qué vas a hacer?
—Antes de venir me apronté por las dudas. Ya traje la ropa.
Romina respiró profundo, echó un vistazo a la piscina y murmuró:
—Esta noche va a pasar de todo, ¿no lo crees?
—Tal cual—coincidió su amiga—Esta noche va a ser un total descontrol.
***
—¿Sigues enojado?
Silvana Lafluf se hallaba ahora en la cabaña veintinueve. Estaba sentada junto con Marcos en el borde de la cama matrimonial.
—No. No estoy enojado. Estoy confundido.
—Pero lo de ayer fue solo una bobada, un juego… ¡No pasó nada!
—¡No pasó porque llegué yo!
—Ay, amor, es Felipe… ¡Con él no pasa nada!
—No me interesa quién es. La cuestión es que estabas ¿engañándome?
—Creo que lo de lo celos lo habíamos hablado, ¿o no? Prometimos que veníamos a pasarla bien.
—Ya sé lo que prometimos. En cuanto a los celos, yo ya te dije que no estoy celoso. Estoy confundido.
—Marcos…-la chica tomó la mano de su novio— … yo te amo. No puedes dudar de eso.
El muchacho guardó silencio unos segundos. Inmediatamente, le soltó la mano, la miró con tristeza y se fue.
***
Para el mediodía Homero fue al motel a buscar a Guillermo. Creía que era hora de que se levantará.
Golpeó la puerta una vez. Nadie atendió. Golpeo nuevamente. Nada.
Sacó el celular de su bolsillo, y marcó el número de su amigo. Desde adentro de la habitación sintió el tono de un teléfono sonar. Era el celular de Guillermo.
Golpeó por tercera vez, y nada. Era algo raro. Muy raro.
Se hincó para mirar por la cerradura pero descubrió algo sorprendente. En el piso, frente a la puerta, estaban las llaves.
—Este tiró las llaves y se trancó por accidente. ¡Es tan tarado!
Agarró las llaves con firmeza y abrió la puerta. Un olor a encierro mezclado con perfume lo abatió al entrar. Era horrible.
Notó entonces un bulto en la cama. Había alguien durmiendo allí.
—¡Dale Guille!—gritó—¡Levántate! ¡Dale!
Diana y Claudia aparecieron por detrás del muchacho.
—¿Ya lo despertaste?—preguntó Claudia al verlo.
—No, ni ahí. Está durmiendo todavía.
Diana rió.
—¡Despiértalo, dale!
Homero se acercó con suma precaución hasta su amigo. Estaba tentado. Quería reírse a carcajadas.
—Guiiiiilleeeee—repitió, alargando las silabas.
Finalmente, Homero agarró con firmeza la frazada que lo tapaba y tiró hacia atrás…
CAPITULO CUATRO
VERDAD / CONSECUENCIA
La primera reacción de Claudia, Homero y Diana al ver el cadáver de Guillermo fue quedarse atónitos. No podían creer lo que estaban viendo. Era algo imposible.
—¡Busquen ayuda!—gritó Homero cuando logró recuperar la voz— ¡Alguien vaya a buscar ayuda!
Las dos chicas no se movieron. Aún continuaban quietas, con los ojos fijos en su compañero muerto.
—¡Diana!-chilló al fin Homero— ¡Diana! Anda a buscar a alguien, ¡Dale!
La muchacha miró a sus amigos, asintió lentamente y salió de la habitación. Estaba perpleja. Las piernas le temblaban, y sentía al corazón latir con violencia. Estaba mareada, el parque daba vueltas sin parar, tenía nauseas…
Intentó correr pero fue en vano. Un hormigueo repentino anuló sus fuerzas.
—¡Ayuda—-gritó entonces en un suspiró.
Para su fortuna, una persona conocida corría hacia ella. Era un compañero de clase.
—Diana—le dijo—¿Qué te pasa?
—Es que… Guillermo… está muerto. Homero y Claudia están con él, en el motel.
—¿En el motel?
—Sí, están ahí. ¡Anda a buscar a Felipe! ¡Él es el responsable del grupo! ¡Si hay un asesino entre nosotros hay que irnos ya!
—Mjmmm…—su compañero de clase la miró sin sorpresa. Aquella información no le movía un pelo— Tengo que decirte algo Diana.
La chica, vencida ya por el desánimo se dejó caer de rodillas al suelo.
—¿Qué vas a hacer?—le gritó al ver que la persona recién llegada se acercaba a la puerta del motel— ¡Ve a buscar a Felipe!
Su compañero la miró de reojo, sonrió y trancó la puerta del motel. Enseguida, Homero y Claudia revivieron en gritos.
—¿Por qué hiciste eso? ¿Quién sos?
El asesino agarró con firmeza el brazo de Diana. Le sonrió, y contestó:
—Ustedes me descubrieron—le dijo murmurando— No puedo dejar que nadie más sepa nada… ¿Sabes qué?… Toda verdad, por única que sea, tiene su consecuencia…
***
—¡Marcos!—Silvana Lafluf bajó las escaleras a toda velocidad—¡Marcos! ¡Espérame!
La joven salió de la cabaña tan rápido como pudo.
—¡Ya te dije que no quiero hablar más por hoy!—el chico estaba cruzando la cocina. Iba directo hacia la salida del complejo.
—¡Marcos! ¡No te vayas! ¡Marcos!
Silvana corrió hasta alcanzar a su novio. Sabía que no podía dejar las cosas como estaban.
—¡¿No entiendes que fue todo un juego?! ¡Te he dicho mil veces que no pasó nada!
Marcos se detuvo bruscamente.
—¡Yo ya te he dicho mil veces que no quiero hablar más! ¿Qué parte no entiendes?
La muchacha lo miró a los ojos unos instantes. Se sentía destrozada.
—Por favor…—suplicó.
—¡Déjame, Silvana! ¡Deja que vaya a tomar un poco de aire y pensar! Te prometo que cuando vuelva conversamos…
—¿Y me perdonarás?
—No lo sé-le contestó alejándose—No lo sé.
***
—¿Qué pasó? ¿Pudiste arreglar las cosas?
Romina Lemos y Ximena estaban tomando un café en la cocina de la cabaña treinta.
—No. Salió. Me dijo que iba a pensarlo.
Silvana Lafluf sacó un sobre de café de la alacena y lo vertió en su taza.
—Tengo miedo— agregó, colocando la taza en el microondas— Tengo miedo de que no me perdone.
—Es obvio que te va a perdonar, Sil—animó Romina—El problema es que se siente dolido, confundido.
—Eso es justamente lo que me dijo- exclamó la joven sentándose junto a sus amigas.
En ese instante, entró a la morada Silvana de León.
—¡Silvana!—gritaron a coro las chicas al ver a su amiga entrar—¡Llegaste!
Las adolescentes se abrazaron un largo rato. Parecía que no se veían hace años.
—¿Cómo han pasado?—preguntó Silvana de León echando un vistazo a la cabaña- ¡Es muy lindo el lugar!
—Bien. La hemos pasado re bien. Igual hay muchas cosas que tenemos que contarte—Ximena estaba alegre.
—¿Dónde está Diana?
—Aquí.
Diana apareció detrás de su mejor amiga. Las dos muchachas se abrazaron y al soltarse, Silvana cuestionó:
—¿Dónde estabas?
—Estaba con Home y Clau-repuso todavía con una sonrisa en la cara.
—Hablando de eso, ¿Guillermo aún duerme?—preguntó Romina volviéndose a sentar.
—Sí. Parece que anoche se quedó despierto hasta tarde. De todas formas, él no es importante ahora… Sil, cuéntame, ¿llegaste en ómnibus?
***
—¿Quién carajo trancó la puerta?
Homero ya comenzaba a sentirse débil. Tenía mucho calor y lo abrumaba un olor putrefacto.
Por su parte, Claudia estaba arrinconada junto a la puerta, llorando y con miedo.
—No sé, pero quiero salir, ¡ya!
—No nos escucha nadie—refunfuñó el muchacho—Hace media hora que gritamos, y nada. Deben estar todos en la cabaña… Encima este celular de porquería no agarra señal.
—El mío tampoco—informó decepcionada Claudia— ¡No sé qué hacer! Hay que avisarles a los demás que hay un asesino suelto, y no sé cómo…
Homero guardó silencio. Miraba a su compañero desangrado con pesadez. Sentía un gran vacío en el estomago.
—¡¿Dónde carajo se fue Diana?! ¡No ha vuelto más!
—Quizás la agarró el asesino-reflexionó con temor Claudia.— A lo mejor él cerró la puerta.
—No digas estupideces—gruñó Homero, aunque sabía que su amiga podía tener razón- ¡A Diana no la atrapó ningún asesino!
Nuevamente, los dos quedaron en silencio. Solo se oía su respiración agitada y el tic tac del reloj de pared. Eran la una y veinte.
—Las profes ya deben de haber llegado—recordó Homero— Deben estar haciendo las hamburguesas… ¡Es que acaso no advierten nuestra ausencia!
Claudia, quien parecía no haber oído lo que había dicho su compañero, espetó:
—¡Ya sé! El día que llegamos y vimos todas las habitaciones, la recepcionista nos mostró un ventilador en el placard.
—¿Para qué quieres un ventilador?
—Me estoy asando de calor aquí encerrada—la chica se levantó con suavidad, se dirigió hasta el ropero a grandes zancadas y cuando estuvo enfrente de él, lo abrió.
Entonces, el cuerpo sin vida de Jimena cayó como plomo encima de la joven, quien ahogo en un grito de terror.
***
—No vienen— anunció Felipe luego de haber cortado una llamada telefónica— Las profesoras no pueden venir. Dicen que lo sienten mucho, pero no pueden.
—¡Qué raro!—señaló Cintya—No entiendo por qué nos avisaron recién.
Felipe levantó las cejas y salió de su cabaña.
—¿Vamos a almorzar ya?
Luciano acababa de salir del baño.
—Sí…—caviló la chica— Supongo que sí. Álvaro iba a hacer las hamburguesas… ¿Lo has visto?
—No, hace un rato que no lo veo…
***
—Es muy gracioso lo de Guillermo.
Yamila, Gonzalo y Sofía Pérez estaban sentados en un tronco cerca del arroyuelo.
–Sí. Diana lo dejo plantado—Gonzalo reía— Es increíble.
—Qué se joda— Fofi estaba comiendo una barra de chocolate— Por juntarse con esas taradas, son todas iguales. Claudia, Romina, Jimena, Diana… ¡Todas!
—Yo no las conozoco mucho—confesó Yamila—Pero al parecer lo son… Tienen toda la pinta.
Sofía dio el último mordisco al chocolate y agregó:
—Encima ahora llegó Silvana de León. No es que no me caiga pero, no sé.
—Sí—Gonzalo agarró una hoja del suelo y comenzó a romperla—Igual, es raro que Jimena no haya aparecido aún.
—Esta con el novio en San Carlos— aseguró Sofía—Jugaba al fútbol hoy.
—Sí, pero desde ayer en la mañana nadie la ha visto… ¿No les parece extraño?
Yamila agachó la cabeza y Sofía arrugó la envoltura del dulce.
***
—¡Sáquennos de aquí!
Claudia y Homero golpeaban la puerta del motel nueve con fuerza. Los nudillos de sus manos prácticamente sangraban y les dolían mucho.
—¡Ayúdennos! ¡Por favor!
Ahora, en la pequeña habitación habían dos cadáveres: el de Guillermo y el de Jimena.
Claudia tenía la remera manchada de sangre y sudor. Hacia casi dos horas que estaba ahi metida. Comenzaba a faltarle el aire y a sentir nauseas.
—Necesito salir…—le dijo a su amigo balbuceando—Me siento mal…
Claudia comenzó a ver todo blanco. Los pensamientos más atroces se agolpeaban en su cerebro. Nada tenía sentido. Nada.
—¡Claudia!—gritó Homero al ver que su amiga se desmayaba— ¡Claudia! ¡No!
***
Alvaro prendió el fuego con extremada facilidad. Al parecer tenía talento en eso.
—¿Homero, Claudia y Guillermo vienen a comer?—preguntó Luciano al percatarse de su ausencia.
—No—contestó Diana en alto—No vienen. Me dijeron que iban a salir.
—¿Salir?—se extrañó Felipe.
—Sí—reiteró la joven con firmeza—Cuando fuimos a buscar a Guille hoy, lo despertamos y Home y Clau dijeron que no iban a comer. Iban a salir a no sé a dónde.
—¿De mañana?— Sofía Castillo no sonaba convencida.
—Sí, de mañana—respondió con violencia Diana— ¿Qué tiene de raro?
—Nada—contestó ofendida la chica—Nada.
Silvana Lafluf y Romina Lemos aparecieron de la nada. Vieron el fuego y preguntaron:
—¿Vamos a comer ya?
—Sí. Son tres hamburguesas para cada uno— Felipe estaba organizando la mesa.
—Yo voy a bañarme antes de comer—anunció Romina Cancela— Ahora vuelvo.
Luciano dio vuelta la cabeza y la siguió con la mirada. ¿No se había bañado en la mañana?
***
Cuando Claudia despertó, y se dio cuenta de que Homero no estaba se volvió loca. Comenzó a golpear las cosas con fuerza y a gritar. No soportaba estar un minuto más ahí adentro, sola y con los cadáveres de sus dos amigos: Guillermo y Jimena.
Acercó la mirada a la ventana. El sol no brillaba, por lo que dedujo que ya era de noche. Entonces, recordó que sobre la puerta del baño había un reloj. Eran las diez y cuarto.
¡Diez y cuarto! ¿Cuánto tiempo había estado inconsciente? Intentó recordar lo último que había hecho antes de desmayarse pero su mente no tenía energía. Por más que intentaba solo lograba acordarse del cuerpo de Jimena viniéndose hacia ella.
Se acercó a la puerta y se sentó. Tenía ganas de llorar, gritar, morir… ¿Por qué todo eso le pasaba a ella?…
Miró su celular para ver si tenía algún mensaje o algo. Sin embargo, vio algo mejor. ¡El teléfono agarraba señal!
***
La fiesta del revés acababa de comenzar. Todos los chicos estaban vestidos de chicas y las chicas de chicos. A su vez, al delegado del grupo se le había ocurrido una idea genial: utilizar mascaras. De modo que en la tarde fueron hasta Devoto y compraron unas cuantas mascaras que tapaban la cara un noventa por ciento.
Habían organizado la fiesta en la sala de juegos. Habían pedido permiso y luego de una larga charla con la recepcionista obtuvieron el tan deseado «sí».
Sacaron las mesas a un lado, decoraron el salón con velas, y empezaron la fiesta. Debido a que la luz era tenue y confusa, el reconocimiento se volvía casi imposible.
Quizás a los chicos, por los pocos que eran, resultaba fácil reconocerlos, pero a las chicas no.
—¿Al final te perdonó?—Ximena y Silvana Lafluf estaban camino a la fiesta.
—Sí, me perdonó. Viene a la fiesta dentro de un rato. Todavía se está aprontando.
Las amigas entraron a la sala de juegos con discreción. Enseguida, las abrazó la oscuridad. Apenas podían ver las velas y a sus compañeros.
Felipe se acercó a grandes pasos hacia ellas.
—¿Qué les parece—-le preguntó, haciendo un ademán con la mano.
—Sinceramente—reconoció Ximena—¡te pasaste!
El joven sonrió y se alejó.
En ese momento, se acercó a ellas Romina Lemos.
—¿No han sabido nada de Clau?—les inquirió—Es que no la he visto desde la mañana y me preocupa.
—No. Nada. Supuestamente salió con Guille y Home pero…
La conversación se vio interrumpida por el tono de celular de Silvana Lafluf.
—Ya vengo—anunció.
Silvana salió del lugar, y contestó el teléfono.
—¿Clau?—dijo en un susurro.
—S..sí—parecia que había interferencia— Nece…nece…sito… tu…ayu…ayu…da…
—¡No te entiendo!—la muchacha comenzó a caminar hacia los moteles sin darse cuenta—¡Habla más fuerte!
En ese instante, apareció Marcos.
—Espera—le dijo Silvana— ¿Qué pasa Clau? Dime.
—Estoy en el motel nueve—la voz de la chica se había aclarado— Necesito tu ayuda. Estoy encerrada con Guillermo y Jimena.
—¿Qué pasó?—Silvana comenzaba a alterarse.
—Están muertos. Por favor, ven.
Se escuchó un pit y la llamada se cortó.
A continuación, escucharon un débil susurro. Alguien estaba cerca.
Corrieron para esconderse y entonces vieron como una sombra se acercaba hasta el motel nueve y abría la puerta.
—Claudia está ahí—dijo casi en silencio Silvana— Me dijo que esta encerrada. Hay que ayudarla.
La noche estaba cada vez más cerrada. Hacía frio.
—¿Qué piensas hacer?—le inquirió Marcos.
—No sé. No tengo idea.
***
Claudia dejó caer el celular, y se tiró al piso. La puerta de la habitación estaba abriéndose. De seguro el asesino estaba entrando.
En la oscuridad solo pudo distinguir unos championes deportivos y un pantalón negro. No se animó a mirar hacia arriba. Tenía mucho miedo.
Sintió como un refrescante aire frio entraba por la puerta entreabierta…
El asesino se dirigía hacia el baño. ¡Claro! ¿Cómo no había revisado allí? ¡Homero podía estar ahí!
En un acto de valentía decidió actuar. Se levantó como pudo, se sujetó de la puerta y salió corriendo.
El asesino se percató de la huida de su víctima, y salió tras ella.
Claudia sentía como el frío le chicoteaba la cara. Le costaba respirar, estaba mareada y sentía el corazón latir a mil. Veía como los arboles giraban vertiginosamente alrededor de ella. Parecía que había corrido días, meses, años…
Giró la mirada hacia atrás. Nadie. No había nadie. Intentó gritar pero ningún sonido salió de su boca. Estaba aterrada.
Dobló en una esquina, entre los moteles y allí los vio. Eran Silvana y Marcos.
—¿Qué te pasó?—gritó Silvana al ver a su amiga cubierta de sangre.
—Es que…—Claudia lloraba. Estaba sin aliento—Guillermo y Jimena… Puede que Homero también…
—¿Qué pasó?
—Están muertos.
Silencio.
—¿Qué?
Silvana y Marcos habían quedado perplejos. No entendían nada.
—¡Están muertos! ¿Cómo quieren que se los diga?
—¿Y quién los mató?
—No lo sé, pero es seguro que uno de nosotros.
De pronto, todos quedaron callados. Sintieron que alguien se acercaba a gran velocidad hacia ellos.
—¡Tú!
El asesino levantó de los pelos a Marcos y lo degolló. De inmediato agarró a Silvana y le insertó el puñal en la yugular.
Claudia lanzó un gritó de horror. Quizás el último en su vida…
CAPITULO FINAL
LA SOLUCIÓN
Llegó a su cabaña con las manos cubiertas de sangre. Como todos estaban en la dichosa fiesta, nadie se percató de su misteriosa aparición.
Entró al baño, se lavó las manos, se cambió de camiseta y salió del lugar.
Sin embargo, en la cocina de la vivienda se topó con Diana.
—Me asustaste—le confesó— Pensé que eras otra persona.
—¿Y?—preguntó Diana ansiosa—¿Qué pasó?
—Todo se está saliendo de control—le informó—Tuve que asesinar a Silvana y Marcos. Claudia se me escapó pero la volví a encerrar.
—¿Y dónde metiste a Sil y a Marcos?
—Decidí que eran muchos ya en el motel—el asesino abrió la heladera y sacó un bidón de agua—Los dejé en el monte.
—¿No te vio nadie?
—Creo que no… Igualmente, creo que los planes deben cambiar.
—¿Cambiar?—Diana se sentó en la cama marinera.
—Sí. ¿Te acordás que te dije que mañana iba a ser el «gran día», durante el fogón?
—Me acuerdo… ¿Qué pasó con eso?
—Bueno, me parece que es mejor que terminé mi trabajo hoy. Esta noche.
—¿Hoy?
—Sí. Hoy. Es la mejor opción.
—No creo que lo sea—Diana dio su opinión—La idea original era mañana y…
—¡¿No escuchaste que todo se me está saliendo de control?! ¡Tengo que actuar rápido! Además acordáte que te salvé la vida para que me ayudarás.
—Y lo estoy haciendo—murmuró Diana consternada.
—Yo no digo que no—replicó el asesino—Pero debes continuar guardando el secreto. Dentro de unas horas todos estarán muertos, y nosotras nos iremos a San Carlos vivitas…
Diana sacudió la cabeza en señal de positivismo. No podía mostrar ninguna señal de desacuerdo.
—Entonces, ¿qué piensas hacer?
—Usar un arma.
—¿Trajiste un revolver?
—Sí. Lo traje. También tiene silenciador así que…
Desde afuera se sintió el grito de Felipe: «¡Dale! ¡No se queden en la cabaña! ¡Vengan!»
—Es mejor que nos vayamos—exclamó Diana.
—Anda tú—le dijo el asesino—Yo me tengo que encargar de unos asuntos antes de terminar con esto.
—¿A quién vas a matar ahora?—Diana tragó saliva.
—A la recepcionista y el seguridad. No pueden intrometerse en mis asuntos.
De esta forma, el asesino salió de la cabaña. No obstante, Diana se percató de que se le habían caído las llaves del motel. Y ella sabía muy bien lo que hacer…
***
Diana se desplazó con sumo cuidado hasta el motel. Debía asegurarse de que el asesino no las seguía. No podía arriesgarse.
Sacó del bolsillo las llaves, las colocó con nerviosismo en la cerradura y abrió.
Cuando entró vio los cadáveres de Jimena, Guillermo y Homero tendidos en dos camas. Claudia estaba agachada cerca de la puerta del baño.
—¡Diana!—gritó al verla.
Se levantó y salió a su encuentro.
—¿Qué pasó?—le preguntó—¿Te había agarrado el asesino? ¿Por qué nunca llegaste?
—Es muy largo de contar—respondió culpable la recién llegada— Ahora es imprescindible que me hagas caso. Si haces todo lo que te digo, todos saldremos vivos de aquí…
Claudia asintió con alegría. Al fin todo comenzaba a solucionarse.
—Anda, sin que nadie te vea, hasta la cabaña veintinueve. Escóndete en el baño. Todos están en la fiesta del revés, nadie te verá.
—¡Pero yo quiero salir ya de aquí! Di, tengo miedo.
—¡Yo también!—respondió la chica—Pero si alguien te ve, el asesino se dará cuenta y todos moriremos.
—¿Quién es el asesino?—inquirió casi en silencio Claudia.
Diana la miró y solo le respondió:
—Tiene un arma. Intenta escabullirte entre los árboles. Así nadie te verá… Te lo digo en serio, que nadie te vea. Nadie.
—¿Ya le avisaste al guardia?
—No. De todos modos ya debe estar muerto.
—¡¿Qué?!
—Sí. El asesino iba tras él… y tras la recepcionista.
Claudia agachó la cabeza, miró a sus compañeros asesinados, dejó escapar una lágrima y salió.
***
Cuando por fin hubo asesinado a la recepcionista, el asesino se encargó de esconderla en el desván de la cocina. Agarró copias de todas las llaves de las cabañas y algunos moteles, incluyendo el nueve. Se deslizó hasta la puerta trasera de la cocina y salió. La ropa de hombre le incomodaba. << ¡Estúpida fiesta del revés-pensaba>>.
Atravesó los parrilleros y el tendedero, y caminó hasta el motel. Tenía que liquidar a Claudia.
Subió a la pequeña vereda que unía los moteles y se dirigió, con paso ligero, hasta la habitación nueve.
Cuando por fin llegó, revisó todos sus bolsillos y se dio cuenta de que la llave original no estaba consigo, por lo que decidió usar la copia. Abrió apresuradamente la puerta y se adentró.
***
Claudia caminaba sigilosamente hasta la cabaña veintinueve. De vez en cuando se detenía detrás de una columna, de un árbol o incluso, de una cabina telefónica. No podía dejar que nadie la reconociera.
Oía los gritos que salían desde la sala de juegos. Era increíble que estuviera huyendo de un asesino, que encima, era de la clase.
La remera, empapada de sudor y sangre, se le pegaba al cuerpo y le producía picazón. Además, al momento de trotar, el pantalón vaquero le raspaba las piernas.
De pronto, el corazón de Claudia dio un vuelco. Alguien se acercaba a ella. ¿Quién seria? ¿Diana? ¿La habría visto el asesino?
La joven se esforzó por conservar la calma. No podía desesperarse.
***
—¿Te animas a decirle esta noche?
Luciano estaba dentro del salón de juegos hablando con Alvaro y Felipe.
—No sé… No sé que pueda decirme.
—¡Pero Luciano!—Felipe sonaba irritado—¡Anda y encárala! Más que decirte no, no va a ser…
—Sí, pero…
Alvaro puso los ojos en blanco y exclamó:
—Dale, anda.
Luciano tomó coraje, y salió. La mascara y la ropa le molestaba. Se sentía incomodo. Además, no sabía cómo reaccionar ante un «no». ¿Qué iba a decir?
Se acercó a Romina Lemos, agachó la cabeza y le dijo:
—Hola.
—¿Hola?—dudó ella— ¿Luciano, no?
—Sí. Soy yo—el adolescente se sacó la mascara.
Durante unos segundos reinó entre ellos silencio.
<< ¿Y bien?—pensaba él— ¿Ahora?>>
—Romina… ehhh… yo…
De pronto, irrumpiendo en la conversación, aparició Ximena.
—¡Romina ayúdame!—le dijo y al ver a Luciano, repitió: —¡Necesito que vengan!
***
Claudia agudizó la vista. Era Silvana de León. Intentó ver mejor. Estaba hablando por teléfono. ¡Por supuesto! No la había visto, había salido de la fiesta para hablar por celular.
Avanzó entre la oscuridad lentamente. Intercalaba su mirada entre el salón de juegos y la cabaña veintinueve. No estaba lejos. Había cruzado ya casi toda la cancha. Eran unos pocos pasos. Nada más.
Claudia notaba el frío y la humedad del viento en su rostro mientras avanzaba sigilosamente hasta su objetivo. Su corazón latía con furia, y le dolía mucho la sien. Sentía como les temblaban las piernas, y como le costaba respirar. Estaba exhausta.
Finalmente, entró a la cabaña. Efectivamente, no había nadie allí adentro. Las luces estaban apagadas así que no las prendió. Solo corrió hasta el baño, entró y se encerró en él.
***
—¿Claudia?
El asesino advirtió la presencia de un silencio bastante extraño al entrar al motel.
—¿Claudia?
Nadie respondió.
Caminó con violencia hasta el baño y allí no había nadie.
—¡Maldición!—gritó—¡Se escapó!
Dejó escapar un disparo que dio de lleno en el pecho de Homero, el cual dio un pequeño brinco en la cama.
Enseguida, se dio cuenta de lo que había pasado.
—Diana…—rugió entre dientes.
***
—¿Qué pasó?
Luciano y Romina Lemos seguían a Ximena hasta las afuera del salón.
—Quería traerlos hasta aquí para pedirles algo.
—¿Qué paso? ¿Por qué nos pediste ayuda?
—Es que era la forma de captar su atención… Ahora escúchenme, Andrés y yo estaremos en la cabaña veintinueve. No queremos que nadie entre…—levantó una ceja— ¿Captaron?
—Sí…¿Los otros ya lo saben?
—Sí, ya les dije. Solo me faltaban ustedes.
—Está bien—Romina miró al chico—Todo bien.
—Genial.
Ximena saludó a los jóvenes con la mano y se alejó.
—¿Querías decirme algo, Luciano?
—Romina, yo solo quería decirte que…solo quería decirte que me gustas.
***
—¿Ya le habrá dicho Luciano?
Felipe y Alvaro estaban en una esquina del salón intentando ver hacia afuera.
—No creo—concluyó Alvaro— No creo que le haya dado para decirle…
—Yo creo que sí— caviló Felipe— De igual modo, no le va a decir que sí. ¡Eso es más que obvio!
***
El asesino salio con brusquedad del motel, cerrando la puerta de un portazo. Estaba rabioso. Quería matar, y en primer lugar a Diana.
Caminó por entre los árboles hasta llegar a la casona. Entró nuevamente por la puerta trasera. Quería encontrar la llave general de luz. Para llevar a cabo la última parte de su plan, todo tenía que quedar completamente a oscuras.
***
Claudia sintió cómo la puerta de la cabaña se abría. De inmediato, escucho dos voces. ¿Quiénes eran?
Apoyó el oído izquierdo a la puerta y se convenció de que eran Ximena y Andrés.
No sabía de qué modo actuar. No sabía si salir o quedarse, ¿a qué iban Andrés y Ximena a esa cabaña? ¿Habían ido a lo que ella pensaba?
Se miró en el espejo que había colgado sobre la palangana. Tenía la cara defenestrada, estaba toda manchada de sangre, y los pelos parados.
<< Esta no soy yo-se dijo>>
De pronto, escuchó como alguien se acercaba al baño. ¿Era Ximena o Andrés? Solo atino a quedarse quieta observando como el pestillo de la puerta se movía…
***
—Luciano… —Romina lo miraba a los ojos— … Yo no…
Por segunda vez la conversación se vio interrumpida. Esta vez fue por Diana, quien entro alterada a la fiesta. En una de sus manos llevaba una cuchilla.
Se paró en el centro del salón, dio la orden de que cortaran la música y gritó:
—¡Hay un asesino entre nosotros!
Nadie dijo nada. Solo se quedaron en sus lugares mirándola.
—¿Qué?—Felipe sonrió—¿Qué te tomaste Diana?
—¡Es en serio!—gruñó ella—Jimena, Guille, Homero, Silvana y Marcos están muertos. ¡Créanme!
—¿Pero qué estás diciendo, Diana? ¡Cálmate!—Felipe se acercaba hacia ella. Algo dejaba de parecerle gracioso— ¡Suelta eso!
—¡Ella tiene un arma!
—¿Ella?—repitió Silvana de León sorprendida—¿Quién es el asesino? ¿Dónde están Guille, Home y los demás?
—El asesino los tiene encerrado en el motel. A todos. Excepto a Sil y Marcos. Ellos fueron a parar al monte.
—¿Al monte?
—¡Sí! ¡Al monte! ¡Ahora hay que salir de aquí!
—¿Quién es el asesino?
Felipe tomó su teléfono celular y marco el número de Homero. Nadie atendió. Marcó el de Guille. Nadie. Luego, el de Jime. Nadie.
—¡Esto es una joda, ¿verdad?!—Felipe se estaba poniendo en realidad nervioso.
—¡No, no lo es!
Poco a poco, en el salón de juegos comenzaba a crearse un clima de caos.
—¡Basta ya!—gritó Sofía Pérez— ¡Si esto es una broma, ya está bien! ¡Basta! ¡Córtala! Me estas asustando.
—No es ninguna broma.
Luciano y Romina Lemos acababan de entrar en el salón. Ambos lloraban.
—Fuimos hasta el motel, y allí están los cadáveres de todos los nombrados…—Romina dio vuelta la mirada— ¿Quién es el asesino?
—El asesino es…
La luz se cortó, y al fin, el terror y el pánico cundieron.
***
<<¿Qué pasó?>>
Claudia percibió como todo quedó a oscuras nuevamente. Algo había pasado.
—¿Quién cortó la luz?—preguntó la voz de un chico.
—No lo sé, pero se cortó en todo el establecimiento…—Ximena sonaba preocupada— Esto es raro.
A Claudia le recorrió por la espalda un escalofrío. Algo esta mal. Muy mal.
De pronto, y para empeorar las cosas, la puerta del baño se abrió. No pudo distinguir si era mujer o hombre, pero alguien había entrado y se estaba acercando hacia ella.
La chica caminó hacia atrás, pero tropezó con el escalón que separaba la ducha del resto. Entonces, Ximena gritó.
—No, Xime…—Claudia aún estaba aturdida por el golpe—Soy yo, Claudia.
—¿Claudia?
—Sí, soy yo.
—¿Qué haces acá?
—Es largo de explicar… Lo único que te puedo decir es que hay un asesino entre nosotros. Hay que escapar.
—¿Qué? ¿Quién?—Ximena estaba desconcertada.
Claudia se levantó y con gran esfuerzo alcanzó la mano de su amiga.
—Tenemos que irnos—le dijo en un suspiro—El asesino puede estar en cualquier parte…
***
Al ver que las luces se habían ido, todos en la fiesta corrieron a tomar una vela.
Afuera no se veía absolutamente nada. Solo se podían divisar las pobres y tímidas luces de las velas.
—¿Qué hacemos ahora?—la voz del delegado sonaba temblorosa.
—Yo propongo que nos separemos en grupo—exclamó Alvaro por lo bajo—Y nos encontramos en la fuente, ¿qué dicen?
Al no encontrar otra solución todos aceptaron la propuesta de Alvaro.
—Tenemos que caminar con cuidado—advirtió Diana—Ella nos puede encontrar.
—Al final no nos dijiste Di… —la voz de Romina Lemos resurgió de la oscuridad—¿Quién es el asesino?
***
—Caminemos despacio.
Ximena, Claudia y Andrés habían salido de la cabaña veintinueve lentamente. No veían nada, solo unas tenues luces en la sala de juegos. A parte de eso, nada más.
Alumbraban su camino con la luz de sus celulares, los cuales señalaban que eran las doce y cuarto. La noche recién empezaba.
—¿A dónde vamos? ¿A la fiesta?
—No— Claudia sonaba rara—Ahí no… No pueden verme.
—¿No?
—No. El asesino piensa que estoy en el motel con el resto.
—¿Resto?—Ximena estaba temblando.
—No lo sabes, pero Guille, Home, Jime, Marcos y Sil están muertos…
—¿Qué?
—Sí, el asesino los mató.
—¿Y quién carajo es el asesino?
—No lo sé. Solo sé que tiene un arma, es peligroso de verdad.
Siguieron caminando hasta toparse con un árbol. Entonces, decidieron resguardarse allí unos momentos.
Sin embargo, hubo algo que los dejó helados. Desde la sala de fiesta se oyó un disparo…
***
La vela que sostenía Diana Aquino cayó al suelo girando sobre si misma. A continuación, ella también lo hizo. Diana había sido atacada por un disparo en la cabeza.
Los gritos en la fiesta comenzaron a escucharse. Muchas velas se apagaron. Solo unas cuantas estaban encendidas.
Comenzaron a salir corriendo del salón. Todos llevaban las prendas intercambiadas y las velas en las manos.
El asesino estaba allí pero, ¿quién era?
El grupo se dividió enseguida. Unos corrían para un lado, otros hacia otros. Algunos se resguardaban en las cabañas, incluso en la piscina. Total, nada se veía. Era una especie de «escondidas».
Dos disparos rompieron el silencio de «La Colonia». El asesino estaba allí, ¿dónde?
***
Sofía Pérez avanzaba hacia la salida con rapidez. Sentía que el mundo se le venía encima. Tenía mucho miedo.
Llegó con dificultad hasta la cabina de seguridad.
—¿Hola?—dijo susurrando—¿Hola?
Intentó tantear las cosas. Una mesa, una radio, una mano… ¡Una mano!
Sacó de su campera la cámara. El celular lo había dejado en la fiesta. Se le había ocurrido una idea, ¡ver con el flash! Tal como en la película «La Casa Muda».
Prendió el objeto con cuidado, activó el flash, apuntó hacia adelante y ¡plaf!
***
Felipe y Alvaro corrían despavoridos hacia el monte. Debían esconderse allí al menos hasta la mañana.
Entraron con dificultad. Debido a que ambos llevaban vestidos, sus piernas se rasgaban y eran lastimadas por las ramas del suelo.
Entonces Felipe recordó lo que había dicho Diana <>.
—Cuidado Alvaro— dijo al aire—Acuérdate que puede que estén Silvana y Marcos por aquí.
Avanzaron hacia el bosque. La luna comenzaba a ser ocultada por un par de nubes grises que viajaban por el cielo.
—¿Hacia dónde vamos Felipe?
—No lo sé, pero mientras más caminemos, mejor.
Crujidos. Pasos fuertes. Alguien se acercaba a toda velocidad hacia ellos.
***
Luciano y Romina Lemos se escondieron en la cabaña treinta. Al entrar, trancaron la puerta – ignorando que el asesino tenía copias de todas la llaves – subieron y se ocultaron debajo de la cama matrimonial.
Luciano casi no podía respirar, y Romina sentía el corazón en la boca.
—¿Qué hacemos?—dijo Luciano intentado recuperar el aliento.
—Esperar… Solo nos resta esperar…
***
Yamila, Gonzalo y Silvana de León estaban escondidos debajo del pequeño puente de madera que había cerca de las hamacas. Estaban tiritando de frío y miedo.
-Shhh…-Gonzalo le tapó la boca a Yamila- Alguien se acerca- anunció.
***
—Soy yo, Romina Cancela.
Felipe quedó congelado.
—Vengo con Sofía Castillo. Está detrás de mí.
Felipe buscó a las chicas en la oscuridad. Cuando al fin las encontró, se escondieron detrás de un árbol.
—¿Dónde está Cintya?—preguntó inquieto.
—No lo sé… Creo que venía detrás de nosotras pero…
Sofía largó un grito de dolor que se escuchó por todo el complejo.
—Algo me pico-dijo sollozando— Algo me pico la mano.
Alvaro sacó el celular y alumbró. Efectivamente, la mano de Sofía tenía una herida que rápidamente comenzaba a ponerse negra.
—¡Hay que salir de aquí!—Alvaro guardó su teléfono— ¡De seguro es una tarántula!
***
Yamila temblaba. Tenía mucho miedo. Sentía nauseas y creía que iba a desfallecer. No tenía fuerzas.
Los pasos hacia ellos se hicieron cada vez más y más fuerte… ¿Sería el asesino?
—Soy yo…—una voz familiar trajo tranquilidad al grupo—Sofía.
Sofía Pérez llevaba la cámara en su mano derecha.
—Vi como alguien se escondía aquí… Me pareció oír tu voz, Yami…
—¿Tú dónde estabas?
—Fui hasta la cabina de seguridad. Mataron al guardia.
***
Romina y Luciano casi se desmayaron al escuchar como la cerradura de la cabaña se movía. Alguien estaba abriendo, ¿pero quién?
Permanecieron inmóviles mientras la puerta se abría.
—Tengo miedo…—la voz de Romina sonaba como una suplica.
La puerta se cerró con un estrepitoso golpe. Alguien estaba abajo.
Unos pasos profundos y firmes comenzaron a subir las viejas escaleras de madera.
-Viene hacia aquí…
Finalmente, el rechinar de la escalera se detuvo. No se escuchaba nada. Solo una respiración agitada y cortante.
Luciano cerró los ojos y espero. Un segundo. Dos segundos. Tres segundos.
Se preguntó si le dolería, si sentiría el impacto de bala.
Cuatro segundos. Cinco segundos. Seis segundos.
***
—¿Qué fue eso?
Ximena, Claudia y Andrés saltaron al escuchar dos disparos seguidos cerca de donde ellos se encontraban.
El asesino estaba muy próximo. ¿Serían los siguientes?
***
El silencio del monte se vio cortado por el tono del celular de Felipe.
—Jacke—dijo al atender— ¡¿Dónde estás?!
—Cerca del monte—la chica parecía llorar—¿Dónde están ustedes?
—Vení hacia el al monte, yo te esperaré en la entrada.
Felipe cortó la llamada y dijo:
—Sigan ustedes, yo voy a esperar a Cintya.
—Pero…
—¡Nada! Sigan.
Felipe se vio media vuelta y empezó a caminar por donde había venido. La oscuridad total lo abrazaba. Era aterrador.
***
Claudia, Ximena y Andrés escucharon como algo o alguien se movía en dirección hacia la cancha.
—Es el asesino—aseguró Ximena.
Al ver como se alejaba, los tres amigos decidieron actuar. Comenzaron a correr hacia la casona. Andrés había propuesto la idea de volver a encender las luces.
Todo se volvería más claro entonces.
***
Felipe llegó a la entrada del bosque justo a tiempo. Cintya recién llegaba.
—¿Dónde estabas?
—No sé, me perdí—mintió ella— No sabía por dónde ir.
—Vamos. Nosotros estamos subiendo.
—No puedo—dijo ella—Te quiero mucho, Feli.
Un disparo acertado le quitó instantáneamente la vida al delegado de la clase.
Cintya era la asesina.
***
Sofía Pérez, Gonzalo, Yamila y Silvana de León decidieron salir de su escondite e ir a la casona. Suponían que ahí estaba escondida la llave con el interruptor de luz de todo el complejo.
Se desplazaron minuciosamente hasta la entrada de la cabaña central. La oscuridad total los acorralaba.
Entraron con precaución, cruzaron el living a tintas y llegaron a la cocina.
—¿Dónde está?—preguntó Silvana por lo bajo.
—Cerca de la salida trasera—contestó Gonzalo.
Avanzaron hasta la puerta trasera, guiados por la luz de los celulares.
Sin embargo, algo sucedió. Yamila se chocó con otra persona. ¿El asesino?
La chica gritó.
—Soy yo—reconoció una voz familiar—Claudia.
—¿Claudia?—Silvana de León tenía miedo de hablar.
—Sí. Estoy con Ximena y Andrés. Venimos a buscar el interruptor para encender las luces.
Recorrieron el lugar paulatinamente. No podían hacer mucho ruido.
Luego de unos minutos, Gonzalo encontró la llave. Respiró hondo, cerró los ojos y subió la manija.
¡Plaf! ¡Plaf!
Lo primero que oyeron al reaparecer la luz fueron dos disparos seguidos. Aunque todavía estaban aturdidos por la oscuridad, los adolescentes se percataron de que Andrés y Yamila estaban en el piso, ambos con un disparo en la cabeza.
Ximena largó un gritó de terror y se abrazó de Gonzalo. El asesino estaba ahí. No obstante, no reconocieron a nadie extraño. En el lugar estaban solo Claudia, Gonzalo, Ximena, Silvana y Sofía.
—¡Hay que salir de acá ya!—bramó Gonzalo, escapando por la puerta trasera.
Sus compañeros lo siguieron. Afuera, todo era más clarito. Se podía ver absolutamente todo. Incluso, al asesino.
—¡Quédense quietos!—la voz de Cintya hizo eco por toda la zona—¡No se muevan!
Los adolescentes giraron, y vieron cerca de la piscina a Cintya, quien llevaba un arma en su mano izquierda y una cuchilla en la derecha.
—¿Tú?—dudó Silvana.
—¡Sí! ¡Yo!—respondió Cintya—¿A quién esperabas? ¿A Luciano? ¿A Felipe?
La joven no respondió. Solo agachó la cabeza.
—¡Reacciona Cintya!-gritó Ximena—¡Mira lo que estás haciendo! ¡Mírate!
—¿Por qué lo haces?—Claudia temblaba.
—¡Porque se me antoja hacerlo! ¡Me cansé de ser la buenita del grupo! ¡Me cansé!—apretó el gatillo y una bala dio de lleno en el pecho de Sofía, la cual cayó hacia atrás.
—¡Los mataré a todos!—informó-—¡A cada uno de ustedes! ¡Uno por uno!
Gonzalo corrió hasta su compañera. Tenía pensado quitarle el arma. Sin embargo, el plan no le salio nada bien, pues Cintya advirtió su comportamiento, y sin dudarlo, le disparó en la cabeza.
—¡Basta!—gritó Ximena—¡Basta de hace esto! ¡Termina con nosotros de una vez si quieres, pero basta!
Cintya la miró a los ojos unos segundos, agitó el arma entre sus dedos, y exclamó:
—Si eso quieres—nuevamente presionó el gatillo, y esta vez, la bala se alojó en el cráneo de Ximena.
Silvana sentía como le costaba respirar, y como le latía a mil las venas. El cuerpo le temblaba, y no podía casi mantenerse en pie. Aquello debía ser una pesadilla, pensó, un mal sueño.
Claudia se había dejado caer de rodillas al suelo, exhausta, con un terrible dolor de cabeza y una taquicardia severa. Sentía como todo viraba alocadamente alrededor de ella.
—¡Solo me quedan ustedes!—vociferó la asesina.—Levantó el arma, y apuntó a Silvana. Acto seguido disparó.
Nada. No salió nada.
Silvana, quien había cerrado los ojos, sintió alivio, paz. Entonces aprovechó. Levantó a Claudia del piso, y las dos se largaron a correr.
Corrían por entre los árboles. Las ramas le chicoteaban la cara, las lastimaban.
—¡Vamos Clau!—gritaba Silvana— Estamos llegando a la salida.
Continuaron corriendo. El viento gélido las congelaba.
—¡Dale Clau!
Silvana cayó. Algo le había pegado en el tobillo y ahora le dolía muchísimo, ¿se habría fracturado?
Intentó levantarse pero no pudo. Atisbó como su amiga corría a toda velocidad hacia la salida.
Se echó para atrás y esperó. La muerte sin dudas no tardaría en llegar.
Claudia notó que Silvana no estaba a su lado cuando estaba ya por la carretera. Miró hacia atrás, y no la vio. ¿Que haría? ¿Volvería y la ayudaría o se iría?
Pensó que quizás ya estaba muerta, por lo que avanzó. Observó como un camión, proveniente de Piriápolis se acercaba.
Es mi oportunidad, se dijo.
Se paró en el medio de la calle y empezó a gritar. Los faroles de luz blanca se acercaban cada vez más. Estaban a unos pocos metros.
¿Por qué no se detiene?
Más cerca. ¿Cuántos metros? ¿Ocho, siete?
—¡Pare!
¿Seis, cinco?
De pronto, percibió como un escalofríos le recorría la espalda, y de inmediato, todo se apagó.
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-¡Ya basta, mamá! ¡No sigas!
-No puedo seguir, mi amor, ese es el final…
-Entonces, ¿mató a todos?
-Digamos…
La niña dio un suspiro y se alejó. Al llegar a la puerta, preguntó:
-¿Alguien la encontró alguna vez?
-No. Nadie.
La niña se dio vuelta, abrió la puerta del escritorio y se fue.
Repentinamente, el celular sonó.
-Hola-contestó la mujer.
-Hola, Jacqueline.
-Sí.
-Soy Álvaro. Mañana hace aniversario. Ya sabes, de la tragedia. ¿Vas a ir a la iglesia? Estamos preparando una ceremonia de recordación.
-Sí- Cintya levantó la mirada- Allí estaré.
FIN
- Como siempre. O como casi siempre. - 11/01/2014
- La Misión - 04/01/2014
- INCURABLE CORAZÓN -Capítulo Tercero- - 04/01/2014