No se dice adiós

Aprendemos a olvidar con los días, con cada latido, con cada abrir y cerrar de ojos. Olvidamos cada noche mientras viajamos por el mundo onírico, mientras la luna y las estrellas conversan de las nubes, de las guerras, de la vida.
Aprendemos a olvidar pero no a decir adiós, porque siempre el soñar despierto evoca imágenes del ayer, sonidos y aromas que parecen ser tan reales. Estúpidos recuerdos que podrían martirizar el alma sino es porque aprendemos ese arte contemplativo, introspectivo y silencioso como es olvidar.
Sin embargo el eco del recuerdo sigue ahí, indispuesto a irse, convicto de nuestras imaginaciones mas profundas y torcidas. Tapa sus oídos ante el grito desesperado de nuestro olvido, vanos son los intentos para destruirle, para ahuyentarle, porque la vida no nos ha enseñado a decir adiós o a decir hasta nunca.
El alma en instantes de quietud puede sumergirse en recónditas cavernas del recuerdo, dibujando sonrisas rupestres con personajes primitivos. La lanza ya hace tras la roca, la lanza del adiós. Una lanza cuyo peso ningún hombre podría levantar.
No decimos adiós porque todo lo que una vez fue, es parte de nosotros. Olvidamos pero no nos despedimos. El recuerdo es una sombra que nos sigue mientras caminamos en este día soleado llamado vida. La sombra nos sigue, pero tampoco interrumpe nuestros pasos. Es un testigo sordomudo, y al verle distante pero cercano, nos damos cuenta que seguirá ahí. Que olvidaremos pero que nunca podremos decir adiós.
Kenson Gonzalez
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