Lápida

Abrió los ojos como pudo y se miró la mano. Encontró su piel rota y acartonada, crepitante con cada contracción; entre grieta y grieta ya sólo había el espacio suficiente para oír los suspiros de aquél que fue.

Probó a mover un pie. Nada. De las profundidades lo habían penetrado raíces que como hiedra se le enredaban hasta la médula. Era uno con la tierra.

Intentó rugir con la garganta, pero su voz seca sólo pudo susurrarle la avenencia de la muerte.

Polvo somos y polvo seremos, pensó. Así es siempre en el jardín de Medusa.

 

Zugatomica
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1 Comentario

  1. Irene Sanchez dice:

    Muy bueno 🙂

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