Hijo de la tierra e hija de la mar.

 

Inhaló todo el aire que sus pulmones podían albergar, preguntándose cómo había sobrevivido a tal naufragio. Un vago recuerdo de una figura asomó a su memoria, tal vez estuviese enloqueciendo pero juraría que alguien le había arrancado del abismo marino para devolverle a la superficie.

Tras el rompeolas se adivinaba su silueta. Aquella a la que pertenecían unos ojos esmeralda que contemplaban al desventurado marinero incorporándose en la arena. En sus labios mezcla de hiel y sal, escamas deslizándose por sus recién adquiridas piernas, y una daga aferrada a sus palmeadas manos.

Nadie sobrevivía al ataque de una sirena.

Ester

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