La cruz bajo el ajimez
- publicado el 17/10/2014
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A nuestro querido perro Ringo, in memoriam
Llegaste a casa hace ya más de ocho años. Eras un cachorrillo al que asustaban las escaleras ¡Ay las dichosas escaleras!
Te hiciste la sombra inseparable de nuestro hijo Juan Luis, vivías pendiente de cada movimiento suyo, dormías en su cuarto y, no pocas veces, sobre su propia cama.
Creciste y te hiciste un perro grande, hermoso, eras el paradigma de tu raza, perro de pastor alemán.
Tu color de pelo, negro y fuego, era un espectáculo cuando correteabas por el verde del jardín, cuando te tumbabas al sol y a dentelladas ibas atrapando moscas, con una maestría que nos divertía y nos asombraba.
Aprendiste, tú solo, a abrir la puerta de casa, eras el perfecto “cancerbero”. Cuando nos olvidábamos las llaves, o las dejábamos a propósito, no había más que decirte “Ringo, abre” y tú, siempre servicial, siempre pendiente de nosotros, abrías.
Cuantas madrugadas permaneciste en el rellano de la escalera, pendiente hasta que oías llegar a Juan Luis, para bajar corriendo a abrirle y a besuquearle.
Comías tu pienso, pero siempre esperabas a que nosotros terminásemos de hacerlo, sabías que algo caería para ti.
Entendías hasta por señas. Era por las noches oír la palabra “basura” y salir corriendo y gruñendo de satisfacción a abrir la puerta para acompañarnos a tirarla al contenedor. Era el momento que más disfrutabas del día. Lloviese o hiciese una espléndida noche, no te perdías ni un solo día ese rito, tan importante para ti. Aprovechabas para hacer tus cosas, nunca las hiciste en casa, ni de cachorrito. También te encantaba olisquear y perderte por el gran prado que hay delante de casa. Si veías a algún gato, salías como una exhalación a darle caza, nunca lo conseguías, pero a ti te divertían esas alocadas carreras.
Un mal hadado día, sería de madrugada, quisiste bajar tan de prisa las escaleras que caíste rodando y te golpeaste la columna vertebral contra el filo de un peldaño.
Te encontramos tumbado frente al escritorio de la entrada, sin poder moverte.
Las visitas al veterinario se hicieron una rutina, te inyectaba cortisona y nosotros en casa te dábamos toda la medicación recetada y te poníamos otra inyección para tratar de fortalecer el sistema nervioso que, había quedado dañado por el golpe.
Todo fue en vano, poco a poco, en el espacio de diez días, apenas, te fuiste apagando. Ni los mimos y cuidados que todos te prodigamos hicieron que mejorases. Te vimos sufrir, apenas un quejido. Tú que siempre habías sido un perro fuerte y sufrido, te quejabas y nos partías el alma.
Tuvimos que tomar la decisión más dura, la que nunca hubiésemos querido tomar, pero tu mirada suplicante nos pedía que te ayudásemos a dejar de sufrir.
Hoy día 11 de Marzo de 2015 a las cinco y media de la tarde, el veterinario, vino a casa.
Te rodeamos y acariciamos, estabas tranquilo, te sabías protegido con nosotros.
No sufriste, te fuiste quedando dormido lentamente mientras Juan Luis te hablaba y yo te acariciaba, mamá lloraba desconsolada ante tu partida.
Nos dejaste el corazón roto y una profunda tristeza.
Una tristeza que nos acompañará ya para siempre, una tristeza que se unirá a la que sentimos por Cati, la mascota que te precedió.
Allá donde quiera que vayan los perros buenos como tú, seguro te estará ella esperando, dale un beso de nuestra parte. Tú, querido amigo, compañero, cómplice, te llevas todos los besos y el amor que te devolvemos, porque amor y fidelidad es lo que tú nos diste a nosotros a raudales.
Descansa en paz nuestro querido Ringo.
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