Gálata moribundo II

Se le sabe moribundo y aún está

esperando su muerte y su final.

Vencido, no acabado, con el cuerpo postrado,

la rodilla en tierra y los dedos enterrados

en el lodo sobre el que reposa.

 

A su lado, queda patente su lucha,

en forma de gladio y trunca.

Su respiración sigue latente pero fría;

podemos sentir en nuestra espina

el vapor intangible de sus pulmones.

 

Tiene fijos os en el suelo sus ojos vacíos

llenos de gestos que nos resultan conocidos.

Hasta su corazón aún late si lo escuchas;

puedes percibir su bombeo sin permuta

aunque en constante silencio de luto.

 

Sobre su mármol frío y seco, quizá en su antiguo bronce,

puedes notar su flujo de sudor; tenso ante la noche,

que sueña con alcanzarle en su eterna carrera,

aunque sea por hacer eterna su presencia

y no achacable a deserción o a cobardía.

 

Tiene en cada uno de sus estáticos rasgos

tanto más que cualquiera de humano;

su vivir sin vivir lato

no ha vuelto su rostro opaco

lo ha colmado de existir.

 

Y, nosotros, condenados a morir pero vivos,

con el vaho de nuestro aliento bien presente,

llenando nubes que empañan nuestro rostro:

con los pies bien sustentados en el suelo,

para que pueda temblar nuestras rodillas,

y nuestra espalda alzada.

Con nuestra mirada fija al frente pero necia,

sin más propósito que permanecer anclados a este mundo,

estamos condenados a olvidarnos; siendo cuerpos

no poseemos la mitad de alma de una piedra.

khajine
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