Ella

En la oscuridad no se veía nada. Pero ella lo notaba todo. Lo quería todo. El todo eran ellos dos, ella lo sabía y le encantaba. Mientras notaba su piel contra su paladar y le llenaba la boca con su sabor, con sus fluidos, ella empezaba a encontrar el éxtasis, y lo único que podía hacer era pedir más. Tenía la boca tan llena de él que se atragantaba, le daban arcadas, y notaba como el principio del vómito empezaba a prepararse en su estómago. Pero nada importaba, eran ella y él. El resto del mundo no existía. Usaba las dos manos, siempre usaba las dos manos, y aunque las tenía manchadas seguía moviéndolas al ritmo de su boca, de sus labios, que se abrían y se entrecerraban. Estaba chorreando, lo notaba. Su saliva se mezclaba con lo que él le otorgaba, y un líquido espeso le goteaba de la barbilla, y eso le encantaba. Cuando estaba terminando, se permitió emitir un gemido de placer, y al acabar, una sonrisa de satisfacción. Y se lo tragó, se lo tragó todo… todo, TODO.

Era sábado por la tarde, y los sábados ese era su ritual. Miró los huesos en el suelo y sus ojos se iluminaron. Lo peor de todo era limpiar los restos… lo detestaba. Pero eso nunca le echaba atrás, jamás. Era sábado por la tarde, y ella podía hacer lo que quisiera. Siempre… SIEMPRE.

Se limpiaba las lágrimas amargas con la mano derecha, y con la izquierda limpiaba sus restos. Siempre lloraba después… ¿Cómo no hacerlo?… Era sábado por la tarde joder, y había vuelto a caer,… otra vez. Luego venían las excusas internas, el pedirse perdón a si misma y el jurarse que no lo volvería hacer, pero era mentira, y ella lo sabía. Le encantaba y lo disfrutaba. Jugar con el cuchillo era su vida,… Eso era ella.

Si la gente se enteraba de esas cosas… Pero nunca lo harían, no lo permitiría, y jamás dejaba restos que la delatasen. Todos los sábados sacaba la basura sin excepción. Y los domingos corría… huyendo de… ¿De quién? ¿De si misma? Sabía que lo que hacía era horrible pero… le encantaba. ¿Por qué tenía que esconderse? Maldita sociedad de mierda… Era la culpable de su sufrimiento. No era culpa de ella, llevaba años diciéndoselo y seguiría haciéndolo.
Recordó la primera vez que desmembró a uno y se permitió una sonrisa. Daban igual los riesgos, no importaba lo que pensaran. La semana siguiente escogería uno mejor, uno que le proporcionase más placer, uno todavía más grande.

La semana siguiente sería sábado por la tarde y ella no tenia pasarelas ni entrevistas. La semana siguiente seria sábado por la tarde, y todos los sábados por la tarde, ella dejaba la dieta y se comía un pollo entero.

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