AMORES ESPERPÉNTICOS I

Nada quedó de aquellas últimas eclosiones que hacían previsible la hecatombe, el final act .
Aquello fue lo suyo, desde el principio o desde el indeterminado instante en que se convirtieron en actores improvisados de un género propio, a caballo entre el vodevil y el esperpento.
Era muy dado a la perversión lingüística de sentimientos, a letanías de amor que sonaban distorsionadas y se leían como reflejadas en espejos cóncavos.
Valle Inclán se sentiría orgulloso de ambos, tan capaces de tornar absolutamente todo en grotesco ya que, hasta las imágenes más bellas, vistas en un espejo cóncavo, rayan el absurdo.
Había quien, con ironía le apodaba como «actor de buen final». Así era.
De tales comienzos, tales finales, porque el azar o la necesidad juegan a encadenar sucesos improbables que vinculan a extraños por espacios variables de tiempo.
Apareció rídiculamente ataviado con una máscara de extroversión artificialmente inducida, esa que otorga licencia para el descaro y la insolencia.
Se coló en una fiesta inexistente cimentada a base de improvisación.
¿Qué hay tras la máscara de frescura de las personas que aparentan no haber roto un plato en su vida y se pasean por la vida tejiendo telarañas por doquier?
Un mundo.
Ni él, ni su desaliño, ni sus formas se ajustaban al casting de la obra, pero se hizo con un papel principal,
invadiendo todo cuanto tenía al alcance, moldeando a su antojo el escenario, como seguramente llevaba haciendo desde antes, desde entonces y hasta el instante en que el telón y las máscaras, caen.

Victoria Permuy Maceiras
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