ATMÓSFERAS MUSICALES Y ACORDES TERAPÉUTICOS

El concierto del jueves está a punto de arrancar en el Bar, hacia las 23:30.  Delante de un expectante público, los instrumentos como el bajo, el piano o la batería aguardan silenciosamente nerviosos a que sus amos salgan ya del «backstage» y les ordenen exactamente lo que tienen que hacer. Minutos después, efectivamente la «performance» enciende motores.

Han sido muchas actuaciones desde hace tantos años y hasta las duras paredes de piedra, que no aparentan temer a nada ni a nadie, parecen derretirse ante el seductor rock and roll que allí suele sonar y también se funden, placenteramente, esos cuatro muros del Bar ante las jornadas de Blues o puntual Jazz que, a veces, también se organizan.

Según va transcurriendo la interpretación de la banda, en cada mente de los asistentes melómanos van navegando sus personales e intransferibles raciocinios azules y pasiones rojas , amén de muchos otros colores en forma de opinión acerca de los sonidos percibidos. Los tranquilos compases de las músicas allí inyectadas a los sentidos, hacen que cada persona de la taberna olvide por un momento el ruido del tráfico, los conflictos laborales u omita momentáneamente su mundanal etcétera.

Muchos de los espectadores/as (empezando por el que aquí redacta), mientras toman una fresca cerveza o cálido café, son atados (interprétese muy quietos) y amordazados (leáse muy callados) en sus sillas o taburetes por esa amable enfermera que es la música.

Definitivamente, los acordes terapéuticos, justo antes del fin de semana en el bar de conciertos, nos curan a todos en algún momento u otro.

Txus Iglesias
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