LA TRAPANANDA DE PLATA

LA TRAPANANDA DE PLATA

Debido a las insistentes denuncias de Fray Bartolomé De Las Casas, el monarca Carlos V había prohibido,  rotundamente y desde 1550, nuevas conquistas en nombre de su Imperio.  Oficialmente, no se levantaría dicho veto hasta 1559.

Año 1556. En un punto indefinido del Sur de la Patagonia (Argentina) y de manera clandestina…

La temperatura de 30 grados bajo cero estaba haciendo que muchos de los ilegales expedicionarios, tanto nativos como castellanos, se estuvieran congelando y muriendo a gran velocidad y aún mayor cantidad. Sin embargo, esta dramática circunstancia, al pétreo y obsesivo Capitán Nuño Cuevas no le importó lo más mínimo. El implacable e impasible Nuño se ajustó el morrión de su cabeza, se sacudió el hielo de la barba y ordenó ferozmente que nadie parara, que nadie recogiera cadáveres, que se hallaban ya muy cerca de los quince volcanes dormidos durante milenios pero que solamente aquel día, por lo visto, erupcionarían plata líquida.

-Nunca antes o después. Solo ocurrirá una vez en Todos los Tiempos.– recordó en su lengua ,por enésima, vez el indígena Tamicuru a sus crueles amos.- Españoles,oid, esa es la profecía. Los Montes Feroces de la Trapananda están a punto de despertar y escupir plata por única ocasión.

El mandatario Nuño Cuevas, expectante pero sin entender el idioma quechua, miró a su traductor Lope de Aguirre.

– Mi capitán, el temeroso guía inca asegura por veinteava ocasión que solamente esta noche, de este año de 1556, se despertará la cordillera volcánica y sacará toda su plata ante nuestros ojos – interpretó hacia lengua castellana el cabo Aguirre.

– ¡Potosí no será nada comparado con ésto! En un día habrá más plata aquí que en los diez años que llevan explotando estas minas (bolivianas) del Norte. ¡Carlos V nos colmará de honores y a nadie de vosotros colgarán! – proclamó en alto un megalómano Nuño Cuevas, mientras sus subordinados le vitoreaban.

Era casi el momento, sucedería justo a la salida de sol. Durante toda la noche, aquella sierra excepcional se preveía que expulsaría 500.000 toneladas argentadas que se solidificarían por el día.

La escurridiza entelequia estaba a punto de hacerse verdad.

El cabo oñatiarra Lope de Aguirre, que estaba allí de manera aún más clandestina que cualquiera, no lo había visto nada claro y se había alejado de allí unos minutos antes sin avisar a nadie. Huyó en un momento que nadie se fijaba en él y había emprendido el camino de vuelta a Potosí: no había tanta plata allí pero Lope no la intuyó tan maldita como la de esa noche. Además, Aguirre quería intentar en el futuro capturar a ese otro fantasma rubio que llamaban El Dorado y ya no le interesaba aquella otra empresa.

Todo el grupo secreto, de 300 hombres blancos y 2.000 oriundos que sobrevivían en aquel hostil paraje de la Patagonia, contuvo la respiración. Era el mayor y más extraño tesoro de la historia del Hombre: la buscadísima Trapananda de Azogue, así la llamaban.

Sí. La profecía se cumplió, efectivmante pero veinte veces más de lo que los españoles esperaban porque no hubo erupción como tal sino una total, rápida y devastadora explosión sincronizada de los tres quintetos volcánicos, formándose así un repentino mar plateado que sepultó todo bicho viviente. El ansia argéntea había cegado al capitán y a su grupo hasta el punto de infravalorar la magnitud de todo aquello. Los volcanes dormidos pero con real vida propia se habían suicidado, voluntaria y colectivamente, pero arrastrando consigo a aquel arrogante tropel de extraños pretendientes e incluso a sus desgraciados esclavos indios.

Efectivamente, aquellos orgánicos montes de cima agujereada, prefirieron autodestruirse en bloque, como , antes de que aquellos profanadores perturbaran su paz, desgarraran su virginidad sin precedentes en toda la Tierra o robasen su preciada sangre argéntea; la cual había servido como arma final.

Resultaron curiosas las cientos de metálicas estatuas que se crearon con la forma de los Codiciosos Hombres, al explosionar la marea gris brillante. Además aquella plata estaba embrujada tal y como presintió Aguirre y es que solo se mantenía fresca dentro de los volcanes porque luego, en pocos días dicho metal mutó en ceniza y, con ello, no quedó ni rastro de la expedición disecada. No les hubiera servido de nada a Nuño Cuevas ni a su tropa, ni aunque la hubieran conseguido extraer y recoger.

Un Alférez llamado Pánico y su tropa de infladas leyendas atacaron velozmente los inconscientes humanos y nunca nadie más osó visitar más aquel territorio maldito.

Escrito por Txus Iglesias.

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