La máquina del tiempo
- publicado el 28/03/2017
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Lolo, el metralletas
En los años sesenta, se podían observar por las calles de Duisburg carteles escritos en castellano con ofertas de trabajo para contratar conductores de tranvía. Muchos inmigrantes españoles provenientes de Valencia estaban más que capacitados para ese puesto, dado que Valencia fue una de las últimas ciudades españolas en disfrutar de este medio de transporte urbano (y la primera ciudad en recuperarlo en el año 1994). A consecuencia de ello, las autoridades municipales alemanas decidieron trasladarse a Valencia para reclutar a maquinistas valencianos, sometiéndoles tanto a exhaustivas entrevistas personales como a pruebas técnicas de conocimientos y habilidades al mando del tranvía.
De esta manera, un gremio único, y también muy particular, de tranvieros –- como decían entre ellos – valencianos se formó en la ciudad alemana. No es que Duisburg fuera precisamente una tierra de categoría ni el mejor lugar del mundo, como estos proclamaban sobre su adorada Valencia, pero procuraban, por todos los medios, que esta ciudad obrera de la cuenca del Ruhr se acercara a las excelencias levantinas.
Por aquel entonces los conductores de tranvía ches tenían comunicación interna a modo de walki-talkies y entre ellos vigilaban, amén de los movimientos de los pasajeros, los de sus propios vástagos y los de sus compañeros, no sólo en el interior de los vagones, gracias a las cámaras del tranvía, sino en las mismas calles de Duisburg. Sobre todo, controlaban con ahínco a sus hijas, por si a estas se las veía viajar a horas intempestivas. Cualquier crío o adolescente, descendiente de estos tranvieros, estaba bajo su control. Ningún desplazamiento urbano de su prole les pasaba desapercibido.
Un día el mozalbete Ángel, valenciano-duisburgués e hijo también de padre maquinista, apurado por no llegar tarde al instituto y respetando al cartel que advertía “¡No hablar con el maquinista!”, no acudió a saludar al conductor de turno. Ángel, como buen adoctrinado alemán, es educado y respetuoso con el orden establecido. Craso error, pues el saludo entre compatriotas, y más valencianos, era de obligado cumplimiento sobre el metro ligero, aun saltándose a la torera la prohibición señalada. Así que, de pronto, en la parada en la que Ángel debía apearse para acudir a sus clases su vagón no abrió las puertas. Acto seguido, se escuchó en perfecto castellano levantino: “¿Qué xiquet, hoy no toca saludar a Lolo?”. Y avergonzado, Ángel, se apresuró hacia la cabina para saludar, disculparse y explicar a Lolo, el maquinista, que ese día llegaba tarde al colegio.
Lolo Vidal, natural de Ontenyent y al que apodaban “el metralletas” por su fluidez y garrote verbal, tanto en español, valenciano, como en su intrépido alemán, era toda una institución entre los tranvieros valencianos de Duisburg. Dueño y señor absoluto de su tranvía, llevaba el timón de su máquina con total autoridad. A las señoritas de buen ver que matriculaba por las calles, las animaba por megafonía a “dar un paseo” en su tranvía, inventando así una inexistente, pero ocurrente, expresión en alemán spazierenfahren (dar un paseo sobre ruedas).
Alguna vez su elocuencia verbal le jugó una mala pasada. Un día, avisó a la policía local que había visto una bolsa (Tütte) y estos entendieron que se trataba de un muerto (Tötte) provocando, involuntariamente, un desproporcionado despliegue de medios, con policías, ambulancias y bomberos en una zona céntrica de Duisburg. «Que mal hablan valenciano estos duisburgueses, de verdad, y que escandalosos», se jactaba Lolo. La operación bolsa tuvo que ser abortada y Lolo, sonrojado, comenzó a extralimitarse menos al mando de su máquina.
Era un buenazo, a pesar de sus osadías al volante, y siempre intentaba ayudar a los demás. Una vez, intentó dar marcha atrás con el tranvía, maniobra harto complicada y peligrosa, ya que el de una compañera, que marchaba delante de él, había entrado en de vía equivocada a causa del mal funcionamiento del guardagujas. Entonces, le propuso dar marcha atrás, él primero, para que luego ella pudiera corregir y modificar su dirección. La maniobra hizo descarrilar el tranvía de Lolo, en el mismo corazón de Duisburg. Como consecuencia de ello, todo el centro quedó colapsado medio día y Onkel (tío) Lolo, como también le llamaban, recibió como recompensa tres meses vendiendo tickets a pie de tierra.
– Oye, Ángel, ¿entonces tu padre, antes de venir a Duisburg, era también tranviero en Valencia?
– ¡Qué va! Pero como vinieron en los sesenta desde Alemania a buscar maquinistas en Valencia, se apuntó a ver si colaba.
Vaya si coló, más de treinta años estuvo al mando de un tranvía en Duisburg.
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