Un relato

Ojalá pudiera adentrarme entre los resquicios de la luz. Me levantaría de la silla, estiraría los brazos muy alto y, juntos, los pegaría fuertemente a mi cara. Cerraría los ojos. Me mordería el labio inferior hasta notar una sensual gota de sangre acariciando melosamente mi barbilla. En un movimiento brusco y seco, caería de rodillas, primero, sintiendo un punzante e intenso dolor en la rótula izquierda, y después, el torso, los muslos, y mi cara sangrante se desplomarían como muertos ante la infinitud del suelo blanquecino.

Después de unos instantes de adormecimiento y hermosa lujuria, pasaría entre el más sólido y firme de los enchufes que vigilan el cuarto, saboreando la entereza de cada uno de los dos agujeros que lo conforma.

Siempre desisto, penosamente, en este punto, medio inconsciente por el golpe, y cargado de ira. Y entonces sólo unos lánguidos pantalones, magullados, liberan una desencajada y cargante carcajada, que me sume en mi inconsciencia, pataleo y desmayo.

El teléfono, que descansaba en mi mano, suena y vibra con fuerza. Lo acerco violentamente a mi cara, y con el pulgar preparado para accionar alguna tecla, abro los ojos, vagamente. Nadie llama. De modo que, impulsado por un grito que desde dentro, aclama misericordia y ayuda con desgarro, apáticamente alzo la vista y suspiro, y el teléfono vuelve a reposar en su celda.

Al día siguiente, caía la noche. La ventana estaba salpicada con sucias gotas de lluvia, del día anterior. Todo parecía indicar hacia la misma dirección; el flexo alumbraba sin cese hacia abajo, con mucha fuerza y concisión, un helado de avellana, y sabrosos trozos de almendras, se derretía, al tiempo que caía estrepitoso al inmune suelo, y el reloj de la pared, que era de un azul metalizado, con el fondo amarillo, hacía ya tiempo que había parado.

“La vida es bella, ya verás…” Oía repetidas veces esas palabras de algún genio, al tiempo que un trueno entraba en el baño, y yo miraba fijamente a la toalla. Minutos antes había estado limpiándome la pequeña hemorragia del labio. Presionaba fuertemente con una gasa húmeda, y observaba cómo vorazmente la sangre atrapaba y se esparcía por el virgen hilo de la gasa.

Otras veces, cogía un pedacito de papel higiénico, y le administraba unas gotitas de agua, lo justo para humedecerlo. Entonces lo dejaba reposar en el labio, inmiscuirse en él. Un escozor ácido y penetrante, muy intenso pero realmente dulce, atrapaba todo mi maxilar inferior. Una sensación sobrecogedora. Yo, sin aliento, era una mezcla de dolor punzante, angustia, serenidad y pulcritud. Era algo bello.

Pero allí me encontraba, frente a una toalla azul con visos cobrizos, resplandecientes. Mi cara goteaba abundantemente, y el suelo estaba empezando a convertirse en un campo de batalla.

Y yo sentía que moría.

Pablo
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5 Comentarios

  1. ameliemelon dice:

    vaya… entre el «villancico» de lascivo, el relato que acabo de colgar y este, vamos a acabar todos suicidados. que nos pasa?

    me gusta ese punto de surrealismo, aunque hay algo que hace que sea muy real.

    amelie…

  2. Lascivo dice:

    Joder, joder, qué gore, qué gore.
    Sobretodo me llama la atención que, al principio la narración transcurre en presente, mientras que al día siguiente, hablas en pretérito, muy original.

  3. zilniya dice:

    Pero… ¿qué le pasa al tío ese del relato? ¿Le han apaleado o es que le va el masoquismo? ^^U

  4. Pablo dice:

    Joder Zilniya, pero a quién no le va el masoquismo, de cuando en cuando.

  5. zilniya dice:

    No me malinterpretes… me estoy refiriendo a que, aunque la descripción en el relato es buena, no se entrevee cuál es la motivación, la razón o lo que sea que ha llevado al personaje a esa situación. Aun así, precisamente esa carencia te obliga a seguir pensando en el relato (¡leches! ¡no me lo quito de la cabeza!) XD

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