Lo que aprendi de la reina de Saba
- publicado el 28/01/2014
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La última noche.
«La noche vuelve a cubrir el cielo con su manto de oscuridad. Frío, siento el frío de la brisa que susurra palabras en un idioma ya olvidado, tan antiguo como el Tiempo, el idioma de la naturaleza y los seres salvajes que habitamos en ella. Silencio, es lo único que se oye, el silencio tenso e incómodo de un depredador que sale de caza en busca de alimento.
La luz de la luna y de las estrellas es lo único que ilumina el bosque, justo como a mí me gusta, de modo que salgo de mi escondrijo, las ruinas de una vieja casa abandonada que desde mi llegada bautizaron en el pueblo como «La Casa Roja», y ni siquiera es roja, le pusieron ese nombre por todas las manchas de sangre que han encontrado desde que me instalé en ella… valiente estupidez, los humanos no tienen imaginación.
Camuflado entre las sombras por mis ropas negras, cruzo a gran velocidad el bosque, sin hacer apenas ruido al pasar entre el follaje, sintiendo el aliento gélido de la noche en mi piel nívea. Al correr, mi pelo se echa hacia atrás de la velocidad, y me siento libre, me siento yo mismo, en mi elemento, pues a pesar de que apenas se ve nada, mis ojos están adaptados a esta oscuridad, y me siento el dueño de la noche.
Al llegar a la linde del bosque, veo un poco más abajo las luces de las farolas y las casas del pueblo. Una corriente de aire que proviene de allí llega hasta mí, trayendo consigo ese rico olor que revoluciona mis sentidos, ese dulce aroma que hace que mis ojos de tornen de un color rojizo y que casi me hace perder el control. El olor de la sangre.
Salgo disparado hacia el pueblo, atraído por el aroma que me llega desde allí. Al llegar, me descontrol aumenta, pues ahora son muchos más los olores que mi olfato percibe, más variados, más específicos, y me relamo de gusto solo de pensar cuál de ellos será mi presa esta noche.
Ya en el pueblo, voy caminando por las calles más oscuras para no ser descubierto. Al parecer, todavía es pronto para los jóvenes de este lugar, que ahora salen de los bares (en los cuales se escucha una música estridente a alto volumen) oliendo a alcohol y a tabaco, riendo entre ellos y paseando por la calle dando tumbos.
Menudo asco, así no se puede disfrutar de una presa, con las venas llenas de alcohol y los pulmones apestando a humo… cada día los humanos se empeñan en estropearse más y más.
Sigo andando por las calles en busca de algo más apetecible, más sano, y de repente mi olfato detecta un aroma bastante apetecible. Sigo el rastro y encuentro unas calles más allá una chica, también joven, que sale de otra taberna, pero que, a diferencia de los otros, huele de manera exquisita.
Decidido, ya tengo cena.
Al principio no parecía percatarse de mi presencia, lo cual me empezaba a aburrir, de modo que decidí jugar un poco con ella antes de comer, a pesar de que mi madre me decía siempre que “con la comida no se juega”. Hice ruido con mis pasos intencionadamente para que me escuchase, y al volverse ella me vio quieto bajo la luz de una farola, mirándola de reojo. Ella siguió andando, esta vez un poco más rápido, y yo repetí la jugada un poco más. A la tercera vez, se dio cuenta de que la estaba siguiendo e intentó despistarme girando bruscamente en la esquina de una calle.
Ahora comenzaba el juego.
Me deslicé por las calles con movimientos felinos, pasando de vez en cuando cerca de ella, y otras veces lejos, para despistarla aún más. Ella, que comenzaba a ser presa del miedo, echó a correr con todas sus fuerzas en cualquier dirección. He de decir que, para ser una simple humana, corría bastante rápido, pero aún así no lo suficiente como para superar a un vampiro.
Logré llevarla a un lugar apartado para “proceder”, un viejo granero que había a las afueras del pueblo. Ella se metió en él pensando que lograría esconderse de mí, y se refugió tras unos montones de paja que había en una esquina. Su respiración era entrecortada, jadeaba de cansancio, y la sangre bombeaba ahora con más velocidad por sus venas. Podía escuchar los latidos de su corazón desde mi posición, y la boca se me hizo agua cuando la sorprendí por detrás, cogiéndola de los brazos y empujándola hasta la pared. Apreté mi cuerpo contra el suyo, sintiendo sus formas femeninas y el temblor de su cuerpo. Mientras intentaba sin éxito gritar para pedir auxilio, yo disfrutaba del momento previo a matarla. Olí su cuello, deslizando también mis labios por él, seguramente ella se pensaría que la iba a violar…
-Po… por… favor…
Su voz apenas se entendía, sollozaba y temblaba de terror, y yo sonreía ante su impotencia y su debilidad.
Mas mi sonrisa se borró de mis labios como si un témpano se la hubiese llevado cuando la miré a los ojos: eran los ojos más hermosos que había visto jamás, de un color verde azulado, empañados por las lágrimas que afloraban de su interior. Pero lo que me hizo parar no fue solo su belleza, sino su mirada. Suplicaba que le perdonase la vida, aunque no me hubiese echo nada, me estaba suplicando perdón… a mí…
No pude seguir, no pude matarla, algo en ella me hizo darme cuenta de repente que era un monstruo, que no sólo se alimentaba de personas cuando yo mismo había sido una de ellas hace ya tiempo, sino que además disfrutaba atormentándolas y asustándolas antes de…
La solté de repente, ella se dejó caer al suelo y se echó a llorar. Me miré un momento las manos, me empezaba a aterrar a mí mismo.
Los momentos siguientes fueron algo confusos. Solo recuerdo que le pedí perdón a la chica, y que acto seguido corrí, corrí con todas mis fuerzas, tan rápido como el viento. No volví a mi guarida, no volví a mi bosque, sólo corrí, intentando huir de mí mismo, de lo que me había convertido.
En aquel pueblo dejé al monstruo que había poseído mi alma y mi cuerpo, y me juré a mí mismo que NUNCA volvería a dejarle salir, aunque fuese esa la causa de mi muerte.”
Gael.
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Un tanto típico en esta época en la que están de moda los vampiros románticos (que sin ánimo de ofender a quien le guste, no es mi caso), pero tienes un buen uso de las palabras y del ritmo.
ciertamente, el tema vampirico ya ha sido tocado en este blog, pero a mi no me cansa. Me gusta que, encima, humanices a una bestia asi, y lo dotes de emociones humanas. ¿Quizás te inspiraste gracias a unos ojos como los que describes?
Este relato se merece una continuación…