¿Hola?
- publicado el 14/02/2009
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Juegos de mesa (2)
El otro tipo, el de la bizarra sudoración, reía nerviosamente y se tocaba compulsivamente el pelo mientras el gorila lo sacaba de la sala. Ahora recibiría su dinero.
-¿Qué te ha parecido muchacho?- las palabras del Pintor sonaban lejanas, las oía, pero no podía contestar, no parecía hablarme a mí.
La voz acida de su lacayo me sacó del trance – Este no sabe donde se ha metido. Los únicos cadáveres que ha visto han sido en las películas del autocine cuando iba a meterle mano a su novio- su comentario le pareció muy gracioso y soltó una sonora carcajada, dejando ver los huecos donde antes había dientes.
-no tengo novio- No sé porque dije eso. Quería decirle que era un gilipollas repugnante por el que nadie pagaría ni un mísero céntimo para sacarle de un estanque lleno de acido si se lo pidieran, y que me había acostado con más mujeres de las que jamás a él se le han acercado sin tener que usar el dinero o la fuerza. Pero solo pude decir –no tengo novio-.
Bueno, esta era la situación. Estaba en una habitación, previamente insonorizada, con un único objetivo: jugar a la ruleta rusa. Rusia es demasiado grande, y las naciones grandes tienen estas lacras: Exceso de gente aburrida puesta de vodka, muchas pistolas y pocas balas.
La puerta se abrió de nuevo y entro el gorila, sin la chaqueta, y con una fregona en la mano. Torpemente paso la fregona por encima de la mesa y el suelo, extendiendo mas la sangre que limpiándola. Recogió el revólver y se lo dio al Pintor.
-Ya te puedes sentar- me dijo indicándome con la cabeza el sitio donde hacia escasos minutos un pobre hombre, seguramente desesperado, se había volado la cabeza –En seguida empezamos. Dos sesiones en una misma noche, no estamos acostumbrados a esto. Pero bueno, el único que se puede quejar es Tello, que le toca fregar dos veces- los tres hombres rieron. Para ellos esto era un puñetero espectáculo, su sensibilidad estaba más sepultada que las ruinas de la Atlántida.
Me senté en la silla. Me sentía muy mareado y una nausea intensa recorría mi cuerpo, parecía que siempre había estado allí, no recordaba la sensación de estar tranquilo, quizás jamás lo volviese a recordar.
Intente pensar con más claridad. Me di cuenta de que algo fallaba en la escena. No había nadie sentado en la silla de enfrente.
-y… ¿contra quién voy a jugar?- una vez huidas de mi boca esas palabras me resultaron absurdas.
El Pintor me miro levantando ligeramente una ceja. – veras chico, en estas sillas se sientan dos tipos de personas, y ambos tipos de personas tienen una relación diferente conmigo. O bien se sienta alguien como tu- hizo una pausa y me miro de arriba abajo – que quiere conseguir dinero a través de mi, o de mis, digamos…juegos. O bien es alguien que vino a mi a pedirme dinero y por diversas razones, las cuales me son indiferentes, no me lo puede devolver- Dio unos pasos hacia la silla vacía y la movió hacia atrás. Se giro hacia el hombre de la cicatriz y le hizo un gesto para que se sentara. El hombre hizo una mueca con la boca que bien podría haber sido una sonrisa, en otras circunstancias.
-Aquí mi amigo Rudi- continúo el Pintor – resulta que es de ese tipo de personas que me debe dinero. Y no es la primera vez, ¿verdad Rudi?-
Mientras se sentaba en la silla clavo la mirada en mi -Cierto, no es la primera vez-.
Menudo psicópata suicida. Yo estaba agarrándome a la ingenua esperanza de que ocurriera un milagro de enormes proporciones que acabara con esto y me sacara de aquel lugar, y para este demente parecía un hobby, como el que hace puzles.
Ya estaba todo listo. Yo, otro hombre, una pistola.
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