Furkul, el Clérigo Leproso
- publicado el 26/08/2008
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Atrapado
Abdel se levantó una mañana como tantas otras al escuchar los suaves y piadosos desgarros del silencio que profería Saul, el gran orador de la mezquita…
» Honorabilidad y Responsabilidad, eso les abre toda las puertas»
Era una voz relajante, tranquila, que estiraba las palabras y emitía los sonidos fuertes de manera más melodiosa. Abdel caminó descalzo hasta una palangana que tenía preparada en una esquina. Se arrodilló se lavó las manos y la cara, y sin incorporarse y con las manos mojadas las frotó cuidadosamente sobre sus pies aguantando el equilibrio de su cuerpo sobre las rodillas. Algo difícil pero acostumbrado a hacerlo a menudo no le costó. Apartó la palangana estiró una tela que tenía detrás y avanzó dos pequeños pasos con las rodillas hasta posarse sobre la pequeña alfombra.
Abdel empezó a rezar, implorando que el nuevo dia trajese lo que tanto esperaba, que él ya no sabía que hacer, que era un hombre piadoso, y no sabía si aquello era un castigo o si se esperaba algo de él. Al acabar se quitó la chilaba que usaba para dormir, se aseó y se puso un atuendo más colorido, más propio para salir a la calle.
Como si fuese un videojuego, Abdel supo en cada momento cómo esquivar a la gente para no chocarse, hubo incluso lugares que se lo sabía hasta con los ojos cerrados. Llegó a su relojería y abrió la cerradura tras echarle unas monedas a un lisiado que siempre se sentaba a escasos metros de la puerta. Abdel sin mirar sabía que había acertado al tirar las monedas.
Los clientes no tardaron en aparecer y Abdel resolvió sus problemas en el acto, y todos y cada uno de ellos sorprendidos lanzaron cumplidos sobre su trabajo. A las dos, cuando estuvo a punto de cerrar, un último cliente llamó a la puerta. Sabía lo que iba a decir antes de que pronunciase las palabras, esas palabras llevaban torturandole desde hacía tiempo, aunque tiempo es una palabra un tanto inadecuada para lo que le sucedía a Abdel.
Nuestro relojero siempre había sido un hombre rutinario y un tanto maniático, hasta que un día un hombre le llevó un aparato extraño que intentaba reparar. Él lo miró, lo examinó y no le supo ayudar. Y desde entonces ese mismo día se había repetido inumerables veces. Por eso conocía los problemas de los relojes de los clientes que entraban, por eso sabía que personas debía esquivar en su camino, porque había probado todas las opciones. Había conseguido resolver todos los problemas de su clientela de ese misterioso y repetitivo día excepto ese. Abdel había intentado todo, había investigado en libros para saber que objeto era aquel…Y nada, no había conseguido saber nada, y por tanto no tenía ni idea de cómo arreglarlo. Al acabar todos y cada uno de los días que llevaba sucediendole aquel extraño bucle, el se iba a dormir, pero no había «y a la mañana siguiente» sino que ese día volvía a empezar. Y ni siquiera cuando decidía que iba a probar no iendo a trabajar…Aquel extraño hombre se le presentaba en la puerta de su casa.
Abdel acompañó con los labios a aquel extranjero desconocido, en su pequeño discurso introductorio, conocía los errores gramaticales que iba a cometer, y sabía que iba a hacer con las manos. Como abriría el maletín…Todo. Está claro que si algo ya te ha pasado muchas veces, sabes predecir los acontecimientos. Sabes que vas a estornudar cuando la nariz te pica de determinada manera, sabes que te va a doler cuando te das un golpe, sabes lo que vas a sentir en la garganta cuando tragas un sorbo de leche…Es difícil de imaginar lo que sentía Abdel en una vida tan predecible. Cuando por fin el hombre desconocido puso el maletín que llevaba ese objeto sobre la mesa, y él se disponía a decirle otra vez apesadumbrado que no sabía lo que era aquél objeto, algo cambió. Algo sucedió. Abdel no llegó a tocar el objeto. Ese cambio en la rutina le paralizó.
-¡Alto!- el extraño hombre y él se giraron para mirar a la puerta. Era extrañísimo. Allí delante de ellos estaba el mismo hombre un tanto sudoroso. Eran como gemelos, Abdel no entendía nada. El hombre que repetidas veces le había llevado el objeto miró al hombre que había entrado parandoles y que era exactamente igual que él.
Hablaron en una lengua extranjera que Abdel no entendió. Y el que había entrado parecó convencer al otro para irse corriendo con el objeto en las manos.
«-No te asustes…Soy tu mismo.-contestó el hombre de la puerta (que para hacer más corto esto le llamaremos «Mañana»)
-Sabía que lo conseguiría algún día.- contestó el mas cercano al mostrador (él será «Hoy»)- Y dime que hiciste para repararlo.
-El objeto no está roto, es así. Sólo tenías que tocarlo y echarte a dormir. Corre, retrocede y salvalá.-contestó Mañana.
«Hoy» salió corriendo de la tienda con el objeto en las manos.
Abdel miró a Mañana a los ojos, pero ese cambio ya era una alegría para él. Tanta rutina le había preparado para esperar cualquier detalle de cambio, y aquello, por extrañísimo que pareciera, le impulsó a abrazar a Mañana.
-Creo que le debo una explicación. -comenzó asombrado Mañana al ser abrazado. Abdel se soltó listo para escuchar. Me llamo Arthur Mac Hales, perdí a mi esposa un año atrás en un atentado. Era historiador, y por mi mano habían pasado leyendas que nadie daba crédito de un reloj que repetía el día. Supuestamente un hombre lo había pedido a los dioses, hace miles de años para conservar el mejor día de su vida. Y cuando lo recibió, ese día se repitió para siempre para él. Pero claro los demás no lo sabían así que en una de esas repeticiones se lo enseñó a alguien, a una de sus esposas, y cuando esta lo supo le mató antes de que llegase el momento del día en que el debía tocarlo. Al parecer lo que había sido el mejor día de la vida de él no lo había sido tanto para ella. La historia parecía una leyenda sobre los diferentes intereses de las personas…
Pero cuando perdí a mi esposa confié en que fuera verdad, al menos la parte de que ese objeto existía. Si no mi vida no tendría sentido. Cuando lo encontré, me hallaba en esta ciudad, y vine lo antes posible a verle a usted para que intentase repararlo. Creí que si parecía un reloj extraño, repararlo sería suficiente. Tenía tanto interés en que no sufriera mas daños que ni siquiera lo toqué con mis manos…Usted sin embargo si lo tocó. Y hasta que yo no volviera del mañana a evitarlo, usted seguiría atrapado. Tardé tres años con el objeto en mis manos en tocarlo…Y un montón de dias repetidos para retroceder. «Hoy» no lo sabe, pero al haberlo tocado yo mismo dos veces en el mismo día, cuando despierte él no recordará esto, porque será «Ayer», y yo tendré que encontrarlo y explicarselo de nuevo…
Abdel miró a aquel hombre sin entender nada.
-No se preocupe, esta vez si, mañana será un día nuevo.- Mañana salió de la tienda mezclandose con el bullicio de la calle…
Esa novedad le dió la certeza que le faltaba de que ese día no se volvería a repetir. Sacó un cartel de madera y escribió de derecha a izquierda con grandes letras negras…
«Cerrado por vacaciones»
Y salió de la relojería con una sonrisa en los labios.
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- Nueva Tierra - 31/03/2009
Yas, qué locura! Ya hay historias sobre viajes en el tiempo y bucles temporales, pero tú lo has descrito desde el punto de vista de un humilde relojero, muy interesante…
llevaba tiempo intentando contar la historia de un objeto capaz de hacer esas cosas y no le encontraba perspectiva…
le ha quedado genial… muy interesante aquello de «quedarse atrapado en el mejor día de mi vida… aunque no fuera el mejor para otros»
Sí, ¡jugar con los diferentes puntos de vista de los personajes da mucho juego!