Summer Wars: La llegada de Elba y Yaiza

Si vas a Bahía Blanca, que no te confunda sus casitas blancas con sus ventanas y puertas azules, tampoco sus verdes paisajes, la brisa costera y el mar, tan puro como la sonrisa de un niño. No, no estás en un pueblecito de Grecia. Y tampoco en otra isla del Mediterráneo. Ni yo misma sé donde queda el pequeño pueblo costero donde viven Ione y sus amigos.

Por muy larga que sea la tormenta, el sol siempre vuelve a brillar entre las nubes.
Khalil Gibran.

No es difícil de imaginar lo que estaría pensando Ione sentado en el porche, por eso, no creo que haga falta contarte los pensamientos de un aburrido muchacho y me centraré en lo ocurrido en el pueblo de Bahía Blanca unas horas antes de que este chico acordara con sus amigos la hora en que lo irían a recoger.
Horas antes, concretamente en la estación de guaguas, sentadas sobre un banco de madera, se encontraban dos chicas. Cualquier aficionado al cine que pasara por ahí, sonreiría al verlas.
“Thelma y Louise”.
A la típica vieja huraña, entrometida y novelera del pueblo no le importaría estar de pie detrás de la cortina hasta saber quien venía a buscar a esas dos chicas, porque por supuesto, esa vieja novelera conocía a todos los habitantes de Bahía Blanca.
Las dos chicas que estaban sentadas en los bancos de la pequeña estación de guaguas, no tenían ni idea de que estaban siendo observadas por los frikis del cine y por las noveleras. Aunque si lo supieran, te juro por lo que más quieras, que les daría igual, incluso, a Elba, la chica de la melena castaña recogida con una coleta alta, le haría gracia.
Pero a Yaiza, la chica de la media melena cobriza, no sé si le haría gracia. Ya estaba bastante molesta por haber accedido a pasar las vacaciones en aquel pueblucho para que ahora la estuvieran observando con lupa unas viejas que no tenían otra cosa que hacer que hablar. Y es que Yaiza odiaba esas cosas.
– ¿Tu padre no nos estaba esperando aquí?
– Se suponía – contestó Elba con una amplia sonrisa – Hacía tanto que no venía a este pueblo…
– No hace falta que me digas el porque – le cortó la otra observando los pequeños comercios, las repetidas fachadas blancas de los edificios del pueblo, la escasa gente que caminaba por la calle y la ausencia de coches.
Elba ladeó la cabeza, cansada de las quejas de su mejor amiga. A ella tampoco le hacía ninguna gracia tener que veranear en aquel pueblo olvidado de la mano de Dios, pero era la mejor opción después de haber salido de la ciudad en aquella situación.
No, no eran fugitivas… lo que pasa es que… bueno, eso ya lo comprobarán a lo largo de esta pequeña historia de verano.
– Yaiza – realmente la paciencia de Elba no tenía límites – Las dos acordamos venir aquí a descansar de todo.
– Accedí porque ya estábamos dentro de la guagua… ni siquiera te molestaste en preguntármelo cuando viniste a secuestrarme a la clínica.
– Pues si lo hubiera sabido dejaría que te quedaras ahí todo el verano.
Yaiza no dijo nada, más que nada porque su amiga tenía razón. En realidad aquel muerto pueblo era mejor que estar encerrada entre cuatro paredes, que comer asquerosamente y que el olor a penicilina. La chica de la media melena, de los enormes ojos verdes, era una mal agradecida, pero porque era una orgullosa que le costaba reconocer el esfuerzo, la valentía de su amiga por ayudarla arriesgándolo todo, incluso, la inquebrantable confianza de su madre.
Elba lo había arriesgado todo, por ella.
No tenía miedo por la reacción de sus padres cuando el hospital les llamara diciéndoles que su “enferma” primogénita no estaba drogada en su cama, sino por lo que le podía pasar a Elba.
Pero por suerte, Elba tenía una coartada; su padre. El señor Sosa había accedido a que las dos pequeñas fugitivas (es que no hay otro sinónimo para calificarlas) se hospedaran en su pequeño hotel todo lo que restaba de verano. Claro está, después de haber oído el por qué de esa huida.
– ¿Has apagado el móvil? – le preguntó Elba a su amiga.
– ¡Por supuesto! – soltó con incredulidad Yaiza – ¿Por qué crees que no ha sonado? – negó con la cabeza, indignada – A veces tienes cosas de…
– Esta noche llamaré a mi madre para explicárselo todo… creo que tu deberías llamar a la tuya mañana… más que nada, para que no se preocupe.
Elba tenía razón, lo sabía, pero la idea de llamar a la neurótica de su madre le ponía los pelos de punta. La creía capaz de pinchar el teléfono con tal de saber donde se encontraba… y si la encontraba, volvería a aquella clínica que tanto detestaba. Entonces, se miró las muñecas, adornadas con multitud de pulseras de cuentas, que escondían la razón de su internamiento, de las terapias diarias y de aquella fuga imprevista.
Suspiró con resignación… ¡En qué lío se había metido!
– ¿Y si tiene pinchado el teléfono?
– Realmente me lo creo todo de tu madre – contestó con una sonrisilla maliciosa su amiga – Mañana por la mañana cogeremos el coche de mi padre y te llevaré a algún pueblo que esté alrededor, o sino, a algún área de descanso para que la llames.
– Esto es como las películas americanas – musitó Yaiza.
– ¡Pero nosotras no hemos matado a nadie, ni robado un banco!
– Solo hemos inquebrantado un par de leyes – dijo con sarcasmo Elba.
– Tú ya tienes dieciocho años, podrías haber salido de ese loquero cuando quisieras.
Elba volvía a tener razón. Sí, podría haber salido cuando quisiera… pero eso significaría volver a tener que enfrentarse al mundo, a él en sí… Porque, después de lo que había ocurrido, él iba a volver… y no sabía si iba a poder soportarlo. Lo único positivo de estar encerrada entre cuatro paredes, era estar lejos de todo… y de Omar.
– ¿Hola?
Una voz ronca y masculina la alejó de sus recuerdos. Cuando se quiso dar cuenta, dos chicos, uno asiático y otro moreno, estaban delante de ellas mirándolas con una mezcla de vergüenza y curiosidad.
– ¿Hola? – repitió Elba con una sonrisa nerviosa.
– ¿Son Elba y Yaiza?
Ambas se irguieron. ¿Las habían descubierto? Por la mente de Elba pasó todo lo que había visto en esas famosas películas americanas; policías de paisano, espías de la policía… Ya les digo… Todo lo imaginable. Pero fue Yaiza la más directa:
– ¿Quién son ustedes?
– Me llamo Yong – señaló a su amigo con la cabeza – Y él es Jonás. Isaac nos ha pedido que vengamos a recogerlas porque tiene mucho lío en el hotel.
Yaiza suspiró, aliviada. Sin embargo, Elba se mosqueó. La última vez que vio a su padre había sido el verano anterior, cuando la llevó a Ibiza y supuestamente, él le había dicho que le encentaría que se replanteara vivir con él en aquel pequeño pueblo costero… Aquel último año, apenas recibía noticias suyas pero creía que era por lo ocupado que estaba con el hotel… y cuando volvió a llamarlo para explicarle sus planes de verano estaba tan contento que le aseguró que la iría a buscar personalmente… Pero ahora, que estaba delante de ese chino con esos pelos tan raros y con el otro que tenía una mirada tan extraña… se replanteó si realmente iba a pasar el tiempo que quisiera con su padre.
– ¿Mi padre les ha mandado venir a buscarnos? – preguntó con un hilo de voz.
Yaiza enarcó una ceja… Conocía bastante bien a Elba para saber cuando se avecinaba uno de sus berrinches… pero el tiempo hace madurar a la gente y tan solo le quedaba esperar a verla insultar a su propio padre cuando estuvieran a solas.
– Está muy ocupado con la clientela – respondió el chico moreno, ese Jonás – ¿Nos vamos? Dentro de poco cortaran la calle porque empezará la procesión.
– ¿Qué es una procesión? – preguntó con curiosidad Yaiza.
Yong y Jonás se intercambiaron una mirada llena de malicia. No creo que haga falta decirte que estarían pensando.
Tras dejar las abultadas maletas en la parte trasera de la camioneta negra, y arrancar, empezó nuestra historia. Bueno, exactamente cuando Yong rompió aquel incómodo silencio:
– Y bueno… ¿Estudian o algo?
– Sí – contestó Elba – Este año hicimos la PAU – la joven notó la asesina mirada de Yaiza – ¿Y ustedes?
– Por supuesto – respondió sonriente el chino – Sino, de aquí no salimos señorita ¿Verdad, Jonás?
– A mi me gusta vivir aquí – dijo el otro de manera cortante.
Tan cortante, que por alguna razón Elba se sintió molesta:
– ¿Y que están estudiando? – preguntó Yaiza.
– Jonás estudia Historia y yo estudio Biología ¿Qué pensáis estudiar vosotras?
– Me han admitido en Bellas Artes – contestó con orgullo Elba y miró a su amiga – Yaiza está pensando en estudiar Historia del Arte.
– Para eso te aconsejo que estudies Historia – dijo entonces Jonás.
– A mi me gusta muchísimo Historia del Arte. – acertó a decir la chica.
Yong rió y Elba soltó una débil risita.
– Sé que esa carrera no tiene muchas salidas… – empezó a decir Yaiza, pero fue interrumpida por Jonás.
– Por no decir, ninguna.
– Historia tampoco tiene ninguna salida que aporte algo al mundo. A no ser que prefieras morirte del asco en un museo de mala muerte y buscar información sobre un aburrido pueblo. A lo más que puedes aspirar es a ser un profesor de instituto.
Lo que Yong no se había atrevido a decirle a Jonás hacía un año cuando hizo la preinscripción a la Universidad, aquella chica se lo había dicho en tan solo media hora y con palabras que seguramente le había herido el orgullo. Ya no confiaba en los veinte euros que Isaac le había dado a cada uno a cambio de llevar sanas y salvas a las chicas hasta el hotel.

Anónimamente, anónima.

3 Comentarios

  1. Deprisa dice:

    Buen inicio, dejas todo cargado de misterios por resolver. A ver cómo continúa.

  2. ameliemelon dice:

    esperamos las siguientes partes!
    ah! y como recomendacion, deberias indicar en el genero que es un relato por capitulos, para que despues sea mas facil encontrarlos todos juntos 😉

  3. Zilniya dice:

    Jajajajjaja, qué mala leche gasta la Yaiza!

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