Se supone que ahora vienes a salvarme.
- publicado el 26/01/2014
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La Voz (parte II)
Había apuñalado algo blando. Pero la jodida voz no había desaparecido. Antes de sacarlo, retorció el cuchillo y abrió los ojos
(¿trece?)
Había apuñalado algo blando. Pero la jodida voz no había desaparecido. Antes de sacarlo, retorció el cuchillo y abrió los ojos. Había apuñalado un cojín. Un maldito cojín. Pero allí debería estar el gato durmiendo, maldita sea. Seguro que habría (trecetreceTRECE) escapado, sigiloso, sin que se diera cuenta. Giró lentamente la cabeza hacia la izquierda, intentando fijar la vista en la ventana. Estaba entreabierta. ¿Habría huído por ahí la bestia? ¿Habría ido al pasillo? ¿Por qué tan oscuro? Su corazón empezó a latir más fuerte, y el dolor de cabeza empeoró. Se estaba cabreando de verdad. Pero empezaba a tener miedo de sufrir alucinaciones. ¿Y si el gato no había entrado esa noche? La verdad es que no lo recordaba, no había prestado mucha atención a lo que decía la desgraciada (treCe puta puta) puta de su mujer. Otra vez la voz. Cada vez estaba más convencido de que tenía alucinaciones. Ahora su cabeza empezaba a dar vueltas y le costaba demasiado pensar con claridad. Decidió que el gato habría ido al pasillo. Alargó la mano hacia la puerta, que ahora quedaba a su izquierda, y antes de poder abrirla le pareció ver dos puntos rojos, ojos demoníacos de película de terror barata, observándole desde la oscuridad. Intentó gritar, pero la exclamación murió en su garganta y cerró de un portazo.
Mierda, mierdamierdamierda. Buscó el interruptor de la luz de la cocina sin atinar. No lo encontraba. Estaba empezando a ver todo (trece TRECE TRECE ¡ya!) borroso. Es decir, más borroso de lo que la miopía le tenía acostumbrado. Cabeza palpitante. Pie palpitante. Luz, necesitaba luz, más que aquella semiclaridad que entraba por la ventana. ¿Habría desaparecido el interruptor? Vaya mierda de casa. (treeeeeeceeee). Volvió a acercarse a la nevera, la abriría y su bombilla interna le ayudaría a encontrar el interruptor. Sí, eso es. Encendería la luz, se desprendería de todos esos miedos absurdos, tomaría una aspirina del armario y la ayudaría con un largo trago de agua helada, que a la vez le permitiría despejarse y ahuyentar a La Voz de Los Cojones. Era un plan perfecto, estaba mareado pero seguía siendo capaz de pensar. “Soy un genio”. Todo ese pensamiento pasó por el cerebro del genio en menos de medio segundo. El genio abrió la nevera bruscamente y encontró
(trecee…)
oscuridad.
Ahora la Voz parecía reírse de él. Soltó una breve e histérica carcajada, como si quisiera poner voz a a la Voz -“qué absurdo”-. Así que se había ido la luz. Perfectoperfectoperfecto. La puerta estaba bien cerrada. Pero fuera lo que fuese ese ser de los ojos rojos, no era el gato y sin ninguna luz no había nada que lo protegiera. Un momento… los gatos son seres demoníacos, los ojos rojos… -”a mi salud mental le vendría mejor no pensar en… ello… dando sentado que es un par de ojos”- sí, podía ser el gato. Oh, sí, perfecto de nuevo, perfectísimo. Un gato del diablo. Al menos (TRECE) iba armado. Un cuchillo de cocina, de sierra. “No tendrá buen filo, pero se debe disfrutar de lo lindo con uno de estos clavado en el estómago”. Otra risilla nerv..(treeeece) histérica, in crescendo, que acabó rayando la carcajada, contenida por fin cuando pudo taparse la boca con la mano.
Con la mano temblando, cogió otro cuchillo del cajón aún abierto. “Debo dar miedo”, pensó, y, en un acto no carente de su punto absurdo, reunió el suficiente valor para mirarse el el reflejo del cristal de la ventana. Efectivamente, daba miedo contemplarse. Y también daba miedo lo que le permitía ver la ventana. No había sido su intención, pero pudo comprobar que la ciudad, al menos hasta donde le alcanzaba la vista, estaba completamente a oscuras. Ni alumbrado, ni semáforos, ni luces en los demás edificios. Un corte de luz general, vaya. De nada le serviría escapar por la ventana, el ser de los ojos rojos estaría en su salsa allí. Y quién sabe qué más seres podían habitar la oscuridad. Además, se mataría con la caída. Oh, qué estúpido, cualquiera sabe que hacer un triple mortal desde un (TRECE) decimotercer piso no es saludable. Oh, la vocecilla había vuelto a acertar. Y volvió a sentir la cabeza estallar, y la vista nublarse. Estupendo. Se sentía a punto de desmayar. Pero luchó contra la sensación. A saber qué haría ese puto gato -“¿gato? si es que realmente ha sido un gato alguna vez”- con él inconsciente.
Esa oscuridad… todo parecía en contra suya. Deseó no haber despertado, no haber ido a la cocina, no haber cogido el cuchillo, no haber mirado por la ventana para ver esa inmensa oscuridad. Pero ya estaba hecho, así que debía tomar cartas en el asunto si no quería volverse loco de terror o -quién sabe- morir en las garras de algún extraño ser. Pero intentar matarlo era peligroso… ojalá la puerta de la cocina tuviera pestillo. Chorradas, chorradas. Seguro que los ojos eran parte del sueño.
Sí, dentro de un rato despertaría, esta vez de verdad, y se reiría de toda esta locura.
Además, seguro que el gato tenía los ojos rojos por alguna clase de infección.
Normal, en un gato criado en la calle.
Sí, tenía que ser eso.
Pero eran tan demoníacos y a la vez tan… tan reales… no, la infección no era una explicación válida. Oh, Dios, estaba empezando a compadecerse de sí mismo. Así no hay forma de echarle cojones… no sólo se le nublaba la vista, también el pensamiento, por segunda vez. Cerró los ojos con fuerza, intentando convencerse de que aquello no era nada más que una prolongación del sueño. Sí, había oído hablar de esas cosas, era probable que no fuera más que una terrible pero, por suerte, irreal pesadilla de esas en las que uno imagina su despertar pero en realidad sigue soñando.
Definitivamente estaba demasiado nervioso. Es posible que no fuera un sueño. Vale. Sería un producto de su miedo a la oscuridad. Las voces eran otro aditivo más a ese pánico. Todo se solucionaría moderando y dominando sus nervios.
Oyó un crujido a su espalda.
Mierda…
Ruido de pasos. Un chasquido. Pausa.
Respiró hondo y aguzó el oído.
Otro chasquido. Gruñido. Ruido de pasos.
Se dio la vuelta con el corazón de nuevo acelerado al máximo. “Voy a palmarla”. Sintió una descarga de adrenalina que se complementaba misteriosamente con el miedo para colocar su cerebro en un estado de alerta máxima. Su subconsciente le había preparado, así que no sintió sorpresa cuando la puerta se abrió. (ÉCHALE COJONES) “Échale cojones “. Sí, era su única oportunidad. Vaya, la Voz había intervenido de nuevo, ya casi la echaba de menos, casi casi. Alzando las dos manos corrió hacia la puerta y asestó dos certeras puñaladas, una en cada uno de los puntos rojos que habían aparecido prácticamente a la altura de su cabeza. Un grito demoníaco, extremadamente agudo, desgarró el silencio. La vista se le nubló aún más. El maldito gato (DEMONIO) demonio seguía haciendo ruido. “Van dos”. Subió la mano derecha mientras retorcía la izquierda en el hoyo del ojo del gato (DEMONIO) demonio.
(TREcE TRECE treeeece)
La Voz susurraba de nuevo. La cabeza le palpitaba, parecía tener un tambor en cada sien, y, de regalo, en el pie derecho un bombo. Buena batería. Clavó el cuchillo derecho en alguna parte del demonio. “Vamos a hacer sonar los platillos”.
(TRES)
Se sentía seguro por primera vez desde que se había levantado. Pero el mareo no cesaba. Tendría que acabar pronto con la vida de ese miserable ser del averno, necesitaba… necesitaba dormir.
(¡TRES!)
Sacó el cuchillo izquierdo mientras removía el derecho en su sitio, repitiendo el proceso anterior.
Volvió a clavarlo de nuevo, con todas sus fuerzas. No sabría decir muy bien en qué lugar, pero lo había clavado.
(cuaaaaatro)
Se sintió súbitamente feliz. “Fui capaz de echarle cojones”. Repitió el proceso, cambiando las manos.
(cinco)
Una vez más. El mareo iba en aumento.
(seis)
De nuevo. Esta vez alargó el retorcer del cuchillo. Placentero, de verdad.
(SIETE)
Y otra vez.
(ocho)
Y otra.
(nueve)
Y otra.
(diez)
Paró un momento. Apenas era capaz de ver algo. Los demás sentidos también parecían abotargados, sentía un cosquilleo en las manos y los oídos le pitaban. Pero al menos ahora no le dolía tanto la cabeza. Sentía más bien… sueño
(¡DIEZ!)
Volvió a repetir el proceso de las anteriores puñaladas.
(once)
Y entonces, sacó ambos cuchillos. Esperó un instante y escuchó, el demonio no se movía ya. Pero debía rematarlo.
Por si acaso.
Clavó los dos cuchillos al unísono.
(¡¡¡TRECE!!!)
Le invadió un inmenso cansancio, pero atinó a ponerse en pie. Estaba agachado. ¿En qué momento se había…? Cansancio. Igual, daba igual. Cansancio, cama. Dos palabras, era bien sencillo.
Dio los trece pasos que le separaban de la habitación tambaleándose, y chocando de cuando en cuando con las paredes. La Voz había callado por fin. Se estrelló contra el marco de la puerta. Estaba abierta. “Menos esfuerzo”. Ya no veía absolutamente nada. Dejó caer las armas de sus manos y se arrojó a la cama, sobre la que quedó inmediatamente dormido.
(bien hecho)
[Leer la parte III]
- Escribir - 07/06/2011
- La Voz (parte III) - 08/09/2009
- La Voz (parte II) - 07/09/2009
Me he leído esta parte y la anterior y me tienes en vilo ante el PC. Me gusta cómo metes esa voz tenebrosa 😉
Un saludo,
Deprisa
Espeluznante. No digo nada más. Voy a la siguiente parte.