EL SUPERMERCADO (PARTE I)
- publicado el 27/02/2009
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Extracto »Las aventuras de Adolf Pickler»
Bueno aquí os dejo un extracto del libro que estoy escribiendo. Se llama »Las aventuras de Adolf Pickler» y tiene 232 paginas. Empecé a escribirlo en verano. ¡Espero que lo disfruteis!
Una mañana cualquiera llegué puntual como siempre a las oficinas del Sunday Express. Me gustaba esperar a que fueran justo las cinco en punto (de la mañana, obviamente) para entrar el primero (y a veces el ultimo también) a las oficinas. Recuerdo que ese día fue cuando me llegó el email en cuestión. Abrí la puerta a las cinco y treinta y nueve segundos, algo sofocado por mi retraso y ante mi sorpresa pude distinguir una silueta flaca y diminuta encima de la mesa de mi modesto despacho.
– ¡Psst! ¿Eres el de la pizza? – me preguntó la voz del Kobra.
– No – me limité a responder secamente.
– ¡Oh! ¡Adolf! – se exclamó, y levantó el brazo derecho mientras arrejuntaba todos sus dedos – ¡Heil Hitler!
Y se echó a reir. Al parecer le resultaba gracioso mi nombre, que coincidía con el fallecido dictador alemán Adolf Hitler. Yo no le veía la gracia al asunto pero, ¿quién soy yo para juzgar qué es o qué deja de ser gracioso?
– Hoy has venido muy pronto ¿eh? – le pregunté.
– He encargado una pizza– y me mostró unas botas para pegar que acababa de comprarse en aquella tienda de la calle Spooner que tanto frecuentaban los jovenes marginales del barrio, como insinuando que iba a patear al repartidor a su llegada.
– Me temo que ese repartidor está en el hospital.
– ¿El gordo al que casi maté el Martes? Claro que no.
– Pero si le mataste del todo…está en coma.
– ¿En coma?
En ese instante se abrió la puerta de golpe y entró un joven adolescente con mas acné que sentido común en la imprenta.
– ¿Para quién es esta pizza? ¿El señor Kobra?
– ¿Dónde está tu amigo el gordo? – respondió el mafioso. Dicen que responder con una pregunta es signo de falta de atención. También dicen que se utiliza para darle la vuelta a la primera pregunta.
– Creo que se refiere a Tommy…falleció anoche.
Me dio un vuelco el corazón.
– ¿De qué? – pregunté, ante un iminente ataque de panico.
– De empacho, de chocolate. Resulta que salió del hospital y lo primero que hizo para celebrarlo fue comprarse media chocolatería. Al principio solo vomitaba de tanto en tanto, pero mas tarde comenzó a perder la cabeza y a chocarse contra las paredes. El resultado ya se lo pueden imaginar…
Suspiré aliviado mientras aquel joven continuaba narrando la odisea de su amigo gordinflón. No pudé evitar esbozar una sonrisilla cuando dijo que el chico en cuestión acabó rodando cuesta abajo por la carretera principal de Chelsea.
– ¿Has oído eso? – me preguntó el Kobra, sin parar de reir.
Yo me limité a asentir mientras encendía mi ordenador. Era uno de esos ordenadores de los años noventa que casi no quedan en Inglaterra. Tenía ya tantos años que todas las letras y números del gris teclado habían desaparecido en las manos de secretarias, oficinistas y, por supuesto, en las mias.
Ya que aún no lo he hecho, voy a describiros lo mejor que pueda la imprenta en la que trabajo de Lunes a Domingo (o de Domingo a Lunes, según como se mire) , desde las cinco de la mañana cuando aparece el sol en Londres y canta el gallo hasta las siete de la tarde cuando desaparece para dejar paso a la Luna . Está situada (la imprenta, no la Luna) en un poligono industrial en las afueras de la ciudad, en el barrio de Southampton, que está al norte de la ciudad.
Solo se puede acceder a ella por una carretera sin asfaltar y desierta la mayor parte del tiempo, mas o menos hasta que llego yo con mi bicicleta o bien algun amigo del Kobra en uno de esos lujosos coches, bien acompañados por mujeres u hombres gordos para el deleite de este ultimo.
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super mega pecimo