EL VALOR PARA AMAR
- publicado el 04/12/2014
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Negro
(Buenas. No escribo desde 2011, como podéis comprobar, pero hace unos días me dí un paseo por la playa en plena noche y no pude evitar inspirarme)
Camina hundiendo sus pies en la húmeda arena. Había escuchado –o leído- que caminar por la playa era bueno para la circulación o algo así. Pero este no era uno de esos momentos. No era un día soleado, no estaba rodeado de gente ni de familias felices ni de parejas con la espalda quemada. Es una noche sin luna y está solo. Completamente solo. Su rumbo es el que le marca la orilla. La oscuridad lo envuelve todo. Hace un momento se metió al agua y al poner su vista a la altura del negro mar se dio cuenta de que este se fundía con el cielo. Daba la impresión de estar en una habitación totalmente oscura en la que lo único real era el olor a sal. Sigue caminando hasta divisar una especie de montaña blanca (más bien una enorme roca) que nace en la arena y se incrusta mar adentro, en algún lugar imperceptible. Decide instintivamente avanzar hasta ella. Tras unos segundos se percata de que ya no siente humedad en la planta de los pies. Fija su vista en ellos, pero no ve nada. “¿Qué está pasando?”. ¿Dónde están mis pies?, se debe estar preguntando. No es que no los vea, es que no los siente. Y sin embargo, camina. Todo es oscuridad. Cada vez anda más deprisa. “¿Puede existir algo sin ser sentido?” La montaña blanca sigue ahí, y sin duda existe, es decir, es real, es decir, puede llegar a ella. Mientras la montaña esté ahí todo irá bien. Pero en seguida piensa en lo absurdo de esa idea. “¿Cómo va a ir todo bien? ¡Si me han desaparecido los pies!”. Acto seguido se da la vuelta, exaltado. ¿Sus amigos seguirán ahí? Sólo se ha alejado unos minutos, tienen que seguir ahí. Pero algo en su interior le dice que no están. De hecho, ese mismo algo le dice que ni siquiera existen, que nunca han estado ahí. De repente parecía como si el viento se hubiese convertido en oscuridad, como si el viento fuese negro. Ya sé que suena a locura, pero así fue. Tiene que llegar como sea a la roca blanca, que cada vez se hace más grande y ya parece un poderoso titán dormido. “¿Dónde está la luna? ¿Y las estrellas?”. Era como si la oscuridad le asfixiase. Continúa avanzando por la arena, alejándose poco a poco de la orilla, cuando se da cuenta de que no siente los brazos ni los muslos. Se detiene en seco y por un momento la caída parece inminente, pero se mantiene erguido sin saber muy bien por qué. La oscuridad es absoluta. Lo único visible es esa extraña estructura blanca. Parece un rayo hecho roca y puesto ahí aposta, como para impresionar a los turistas. Siente sus piernas temblar, pero la sensación dura poco pues estas también se han evaporado. Cuando mira al suelo apenas puede ver la arena. “Qué sueño tan raro”. Piensa en el momento en que les cuente el sueño a sus amigos. Seguro que les parecerá interesante. Piensa en que desde que era pequeño no tenía un sueño lúcido. Recuerda a aquel chico que le dijo una vez que él siempre tenía sueños lúcidos porque había aprendido a manejarlos a su antojo. Piensa, además, en escribirlo nada más se despierte. Piensa escribirlo de forma que aterrorice. O por lo menos de forma que aterrorice a los niños. Eso será suficiente. “Pero esto no es ningún sueño”. No, no lo es. Es real. Su cuerpo, a excepción de su cabeza, se ha mezclado con el viento negro. Pensaría que sus ojos han desaparecido también de no ser porque aún divisa el peñasco blanco. Decide avanzar. Decide que si llega a la montaña blanca se salvará. Sólo se escucha el ruido de las olas. Moverse sin cuerpo se ha convertido en algo normal para él, aunque desde fuera solo puede divisarse una cabeza flotando envuelta de oscuridad y soledad. Cuando apenas faltan unos metros para entrar en contacto físico con la montaña su boca y su nariz desaparecen. Se pregunta, alarmado, cómo va a respirar sin nariz ni boca, pero en seguida se da cuenta de que tampoco tiene pulmones desde hace por lo menos unos minutos. Se ríe por dentro. Sus ojos y el resto de su rostro desaparecen. “¿Soy?”. Silencio. Las olas llevan tanto tiempo ahí que forman parte del silencio, no hacen ruido al deslizarse por la arena. Oscuridad absoluta. “No veo nada”. Pero piensas. “Pienso, luego existo”. Exacto. “¿Y la montaña?”. Ya no está. “¿Ya no está?”. Ya no está.
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