El Infierno
- publicado el 02/09/2008
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Mi boli
El bolígrafo me lo había regalado mi abuelita. Era MI bolígrafo, y no tenían ningún derecho de apropiárselo. Aunque en aquel momento no me di cuenta. La verdad la he descubierto de pronto, como por ensalmo, cuando por una de esas inexplicables relaciones cerebrales el recuerdo ha aflorado en mi mente. Suele ser durante episodios de autocompasión cuando, supongo que para segregar adrenalina antes del ataque, en mi cerebro se produce una implosión de recuerdos de provocaciones ignoradas. ¿El ataque? Sí, ese ataque, el ataque a la delusoria sociedad.
Aquel día Olga me preguntó inocentemente si le regalaba el bolígrafo. ¡Menuda caradura! No sé qué le conteste, pero de seguro expuse una excusa bastante razonable, pues por aquel entonces más de la mitad de alumnas de mi clase me aterrorizaban. Formaban una prole de vanguardistas inconformes, o para ser más literarios, de vagas redomadas macarras e intimidantes. Estábamos en aquella edad en la que para triunfar es necesario ser agresivo, y desgraciadamente yo era uno de los blancos más suculentos a tal objetivo.
De modo que ahí quedó la cosa, dejándome por cierto bastante satisfecha de haber salido ilesa del potencial altercado.
No sé cuánto tiempo pasaría después, pero dudo que más de veinticuatro horas. El boli ya no estaba, sólo una ahora inútil cajita a conjunto, hecha a medida y que yo cada día hasta entonces metía cuidadosamente en la mochila. En el bolsillo delantero, alejada de cualquier elemento puntiagudo que pudiera rasgar la deliciosa superficie de latón pintado que tanto me gustó el día de mi cumpleaños. Tenía ganas de llorar, pero lo único que me pude permitir fue reservar a mi bolígrafo ese instante de intensa amargura y rabia. Porque hoy día ni entre niños están ya las lágrimas permitidas. Sólo nos queda ese llanto artificial que somos capaces de evocar en la cama de noche, a veces cada noche, cuando la oscuridad oculta nuestra debilidad.
Pero no sé si fue porque yo era demasiado inocente o demasiado descuidada. El caso es que maquillé el hurto con pérdida. Ahora me resulta tan obvio. Es como cuando vemos una peli y nos creemos muy inteligentes porque conocemos a ciencia cierta el final. Pero eso es porque el director ha seleccionado las escenas de una historia mucho más larga y nos ha dejado sólo las que verifican el desenlace. No hay que ser un Hercules Poirot, en fin. Pues esto es algo así, hacía falta atar cabos. Lo matizo para que el lector no me tache de estúpida: entre medias de los hechos comí, dormí, di de comer a los periquitos, hice caca, cogí algún autobús, desayuné algún bol de cereales, ¿te has tomado el zumo, hija?, sin café (aún no había descubierto los milagros de este mágico brebaje)… En definitiva, lo típico.
Me sobrevaloraría a mí misma si pensase que me intenté ocultar la realidad para crearme un mundo más amistoso en el que vivir a gusto.
O quizá lo cierto es que, entre todo mi desorden, el boli se perdió. No sé, la verdad, es que hace tanto tiempo…
Pero era el bolígrafo de mi abuelita.
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Parece un fragmento de un diario. En mi opinión le falta algo de sustancia. Argumento.También puede ser que hoy me he levantado quisquilloso…Podréis vengaros cuando escriba de nuevo.
Lo cual esperamos que sea pronto…
Del relato destacaría algúnas formas del uso del lenguaje que me parecen muy acertadas, por ejemplo: El caso es que maquillé el hurto con pérdida.
No sé porqué pero esa frase me llena completamente, me suena casi poética… Pero a mi personalmente el tono, quizás el punto de vista del niño, no me pega con ello,… creo que tratas de llegar a un público por la forma de escribir, que insisto en general me gusta mucho, y a otros a través del argumento,narración. Y eso a mi me chirría un poco, pero en general me parece bueno.
A mí me parece un excelente relato. Tienes una narracion muy meticulosa, como si escogieras las palabras con sumo cuidado.
No estoy de acuerdo, por tanto, con los dos comentarios anteriores. Creo que tanto por argumento como por estilo encaja en lo que un buen relato es.
Un saludo!