Retazos.
- publicado el 17/05/2010
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Un beso y un melocotón
Aquel río arrastraba grandes derrubios por su gran fuerza erosiva, pero el amor que se escondía camuflado por su pacífico arrullo hubiera conseguido arrollar cualquier obstáculo, excepto un rechazo de la Providencia.
Como todas las mañanas muy temprano, la ninfa Gloria paseaba por la orilla de un río, maravillándose con la vegetación y los helechos que la naturaleza ofrecía para su deleite, fruto de la gran humedad de aquellos parajes durante todo el año. Por su condición de ninfa, Gloria estaba en todo momento ojo avizor para evitar el acoso de los sátiros que rondaban a sus alrededores como golondrinas en primavera. Ella era una hamadríade, una de las nueve hijas ninfas de Óxilo y con la capacidad de transformarse en árbol, hecho por el que los dioses del Olimpo castigaban a todo aquel que profiriera algún tipo de injuria contra estos seres de la naturaleza.
Muy cerca del río vivía un muchacho joven, el cual enamoróse de la joven ninfa desde el mismo instante en que la divisó con inocencia. Desde su casita de madera tenía el privilegio de observarla pasear, viendo como ondeaban sus cabellos rosados y un liviano manto a merced de la brisa. Hector, el muchacho en cuestión, nunca dejaba de fantasear con ellos dos sentados en la vera del río, sumergiendo los pies en el agua y gozando de la tranquilidad de la felicidad, cubriéndose de besos, mimos y ternura. Al contrario de los sátiros, que deseaban realizar todo tipo de actos carnales con Gloria, Hector la veía con otros ojos. Él miraba a través de su cuerpo y de lo físico. Aquello para él no suponía más que el reclamo. Deseaba conectar con aquella chica cuya sonrisa conseguía cautivar su alma hasta extremos que ni él podía sospechar. Una sonrisa impróvida esbozada por la joven era más valiosa para él. Un solo beso de sus labios le demostrarían más amor que cualquier tipo de acción mundana.
Asqueado por la espera, decidió poner fin a su angustia y pesadumbre y tomó la decisión, para bien o para mal, de acercarse a los lindes del reino de belleza de Gloria y declararle su amor. El joven aguardó en su casita hasta verla pasar. Al cabo de un rato, allí se encontraba ella, con sus cabellos rosas y su sonrisa. Sus ojos eran fantásticos por su capacidad de mover montañas por su imponencia y sinceridad.
El momento del desenlace se acercaba. Todo podía acabar bien o mal, más eso estaba sólo en manos de los Dioses, y esto es así porque no estaba en sus manos el acontecer de los hechos. El muchacho salió hacia ella cuando ésta se hallaba mirando las aguas del río, de espaldas a él. En esos momentos las aguas estaban más apaciguadas que nunca.
Le dijo lo que sentía.
-Gloria… –comenzó mientras la ninfa se giraba hacia él- Mi nombre es Hector. Eres el anhelo de mis días. Nunca había visto a ningún ser tan bello en este mundo y desde que te divisé hace años desde mi cabaña te has convertido en mi sino…
No pudo acabar su cometido, pues hay muchas ocasiones en las que el destino, Dios, Alá, Yavéh, Odín; qué importancia tiene el nombre, trae consigo hechos que escapan a nuestro juicio de lo que es justo o injusto. Simplemente, ocurre.
-¡Por los Dioses! –profirió la hamadríade- ¡un sátiro! ¡un hijo de Baco ha venido a hacerme presa de sus placeres carnales y de sus deseos!
-¡No, no! No es así. Soy un ser humano. Yo os amo de verdad, Gloria.
Hector no pudo continuar. La ninfa se rodeó de un intenso viento que apartó a Hector de su lado. Sus piernas se volvieron muy finas hasta unirse en una sola. Sus brazos, echados a la cabeza por hallarse escandalizada, se volvieron en un mismo color blanquecino, como su piel y sus piernas. Finalmente, sus cabellos rosados se convirtieron en finas ramas con flores rosas y blancas. Se había transformado en un melocotonero para toda la eternidad, una eternidad que para Hector sería solo de aflicción y tortura.
Se agachó al pequeño árbol que poseía un fruto. Besó el melocotón con sus finos labios, con ternura y suavidad.
-Te quiero.
Y tras ello, se lanzó al río, esperando que éste le arrastrara hasta acabar con su sufrimiento.
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Hageg de Bofilla
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Ups… Te recuerdo que tienes que darle un género (categoría) al relato, si no se va directamente a «Zona Basura». Tenlo en cuenta.
¡Y sigue escribiendo! Tienes mucha fuerza en la narración.
¡Saludos!
Ostras es cierto! muchas gracias amigo! =)
Me ha gustado, llama la atención sobre todo que no sea un tema tan recurrente, sigue así 😉