La cortina del viento
- publicado el 19/08/2009
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Zapatos de tacón a las 5:30 de la mañana ( 1ª Parte )
Hola, soy Danny, y la historia que voy a contaros a continuación me ocurrió hace apenas 3 días. He decidido explicaros esto ahora ya que aún tengo los recuerdos frescos y vívidos en mi mente, aunque no creo que sea algo que pueda olvidar con facilidad. No espero que crea lo que voy a relatarle a continuación, crítico lector, pero sentía el impulso de contar lo que me sucedió aquella noche fatal.
Era un día como otro cualquiera. Me levanté a mediodía, con algo de náuseas , así que pase de la comida y salí directamente al trabajo. Desde entonces no he vuelto, pero llevaba un par de meses en un almacén de calzado femenino, de todo tipo, para cualquier ocasión. Todo sucedió con normalidad. Nada interesante que comentar sobre mi jornada laboral. Así que hagamos un pequeño salto.
Hora de salir. Recojo mis cosas y vuelvo a casa con la mente lejos de aquel lugar, entonando una vieja canción de Bob Dylan. Apenas tardé quince minutos en llegar a casa. Si, por una vez la suerte me sonreía. Un tío mío al que apenas conocía, me dejó en herencia un viejo piso reformado en el centro de la ciudad. Es un largo corredor de techos altos, con un gran salón en un extremo; a lo largo del piso, que es un pasillo ancho y largo, se encuentran las otras habitaciones (cocina, baños, despensa, cuartos de invitados ); y al otro extremo de este, hay un pequeño salón que da a otra gran habitación, que es mi cuarto. Entré y fui directamente a mi habitación, seguía sin tener apetito y estaba algo cansado, así que me eche en la cama sin pensarlo más.
Menudo día, por suerte ya había pasado lo peor ( oh, pobre de mí, eso pensaba entonces ). Había estado todo el día con ganas de meterme en la cama y descansar.[ A medida que avanzo en mi relato empiezo a sentir lo mismo que sentía aquella noche. Lo recuerdo todo, de una forma tan lúcida, como si me estuviera ocurriendo ahora mismo.]
Intenté conciliar el sueño. Hacía frío, pero sentía el sudor cayendo por mi frente. Empecé a dar vueltas, a inquietarme. Sentí un escalofrío, y más sudores, pero hacía tanto frío… No conseguía relajarme, ¿qué hora sería? Las tres! Maldita sea, me quedaban apenas cuatro horas de sueño. Vale, no pasaba nada, aún podía dormir algo. Pero no podía dejar de dar vueltas, y esto me ocurría a veces si le estaba dando vueltas a alguna nueva idea, absurdos proyectos, pero no, aquella noche no. Estaba con la cabeza tranquila, sin más preocupaciones que ayer. Cuanto más se concentra uno en dormir, más le cuesta. Vuelvo a mirar el reloj. Las cinco y media! No había pegado ojo en toda la noche. Incluso pude oír a la vecina de arriba levantándose de nuevo para ir a trabajar. Se había puesto zapatos de tacón, y empezó a dar vueltas por el piso. El sonido resonaba por todas partes, pero llegaba desde la distancia, desde arriba. ¿Desde arriba? No, no podía ser. Me incorporé y volví a escuchar con más atención. Era imposible… Seguí escuchando. Maldita sea, esos pasos estaban en mi casa! No, mi oído me la estaba jugando. ¿ Como habría entrado? ¿ Y cuándo? Había estado despierto todo el rato, lo habría escuchado antes. A no ser que ya estuviera aquí antes. ¿Pero cómo? ¿ Que hacía aquella persona andando en mi casa con tacones a las 5:30 de la mañana?
Y entonces me di cuenta. Hacía al menos diez minutos que eran las 5:30. El reloj no se había movido. Quizá fuese un sueño, pensé, ¿Habría conseguido dormirme al fin y al cabo? Mientras tanto, lejanos pasos seguían oyéndose, resonando e incrementando su volumen. Permanecí sentado en mi cama, sin apenas respirar, y de repente se hizo el silencio. Esperé, pero nada, ¿Habrá sido real? Podría estar durmiendo, o ser una alucinación fruto del insomnio. Sea lo que sea, había terminado y, seguramente, ya debería ser la hora de volver al trabajo. Verifiqué la hora y entonces sentí como un relámpago de hielo atravesaba todo mi cuerpo, todo mi ser, dejándome totalmente paralizado. Esto no había acabado. Seguían siendo las 5:30. Apenas pude salir de mi terrible asombro, cuando unos nuevos pasos, mucho más cercanos, empezaron a recorrer mi casa. Conocía el sonido, sin duda, eran los mismos zapatos de tacón. El sonido provenía del salón situado al otra extremo de la casa, y se acercaban. A ritmo acelerado. Venían corriendo hacía aquí, venían a buscarme. Los sentía cada vez más cerca, era incapaz de moverme, excepto por pequeños temblores. Llegaron hasta mi puerta y se detuvieron justo al otro lado. Siempre duermo con la puerta cerrada. Permaneció hay, unos segundos, quieta al otro lado de la puerta. Se hizo un breve silencio, pero esto no era más que el comienzo. La puerta empezó a ser golpeado violentamente, se sacudía y hacía temblar las paredes ¿Que estaba ocurriendo? No pensaba ir a averiguar que había al otro lado, pero tampoco fue necesario. Las puertas se abrieron como azotadas por el viento, y nada podría prepararme para lo que vería a continuación.
Dos zapatos, si señores, dos zapatos de tacón metálico azules entraron andando, sin nadie sobre ellos, en mi cuarto. Empezaron a corretear, rodeándome, y clavándome los tacones en los pies siempre que podían. El lector podría caer en la trampa fácil de decir que actué como un cobarde, que hubiera resultado fácil cogerlos y arrojarlos por la ventana o prenderles fuego. Sí, que fácil es hablar. Cuando te paraliza el miedo y la incertidumbre, lejos está tu mente de pensar con racionalidad. Así que hay estaba yo, inmóvil, siendo atacado por dos pies vacíos. Era todo de lo más extraño. Pero ya no tenía ninguna duda, lo que estaba ocurriendo era real. Intenté gritar, pero apenas pude emitir un leve gruñido.
Basado en una anécdota real.