María
- publicado el 08/04/2014
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Define… (II)
Puedo verlo aún fresco en mi mente, te veo, frente a mí, sonriendo.
Esa sonrisa me acompaña en todo el camino a casa, y me lleva a niveles de alegría que nunca pensé que podría llegar. Tu sonrisa aún me acompaña por horas y horas.
Ha pasado un día y tu sonrisa sigue ahí, grabada a fuego en mi mente, cada expresión, cada momento, cada palabra de ese día está presente en mi mente. Empiezo a pensar que algo está pasando entre nosotros, en mi mente empiezo a ver señales que no había visto, empiezo a percatarme de palabras y movimientos específicos de los que no había caído en cuenta antes.
Voy dos días y empiezo a pensar… “¿Será?… ¿Será posible?” y me convenzo cada vez más y más; creo que siento algo por ti, y estoy seguro que sientes algo por mí, sin embargo aún no es el momento: Solo han pasado un par de días, debo dejar que el ambiente se repose antes de hacer mi movimiento.
Una semana ha pasado, y ando distraído en todo momento. Solo pienso en qué hacer, en llamarte, en decirte que sé cuánto me quieres y que estoy dispuesto a alegrarte. Puedo hacerlo. Te llamo, y concreto una cita.
EL Día D. Hago todo según lo que planee. Sigo cada paso estratégicamente planeado para que te enamores aún más de mí, y para yo asegurarme que me siento igual por ti.
No.
Estoy seguro que siento lo mismo que tú, en la misma intensidad, lo he pensado y estoy seguro que va a funcionar. El momento ha llegado. Me declaro, y tu…
Tu mirada se vuelve extraña. Tu cara se crispa, cierras los ojos y te das la vuelta.
Yo… Estoy hecho un lío.
Me miras de nuevo, la pena en tu mirada es evidente y mi mundo se hunde lentamente en un mar de autocompasión. Mientras hablas mi cuerpo duele, tiembla y se tambalea tan lentamente que solo yo lo noto.
Cuando estoy solo, me doy cuenta. Todo fue solo una ilusión de mi mente. Nunca hubo tales señales, nunca hubo tal sentimiento. Fue solo mi cerebro y mi necesidad de ser aceptado que crearon la ilusión que realmente querías algo. No fue tu culpa. Me dejé llevar por mis emociones y terminé destruyendo algo que era muy importante para mí.
Ahora, solo en mi habitación me doy cuenta: Lo pensé demasiado, y eso creó la ilusión. Siempre fue eso. Nada más. Nada menos. Solo una ilusión creada por la necesidad mía de ser querido y aceptado.
No culpar a nadie o excusarme de nada. Solo resaltar el hecho que pensar demasiado las cosas, no lleva a buen camino… Cuando se trata de emociones. Solo resaltar, que entre la razón y la locura hay una línea tan fina, que podemos pasarla sin darnos cuenta hasta que es demasiado tarde.
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