Rima XXXVII. Tú y yo.

Si me amas, te prometo
que no habrá palabras o distancias,
ni tragos amargos, ni besos reacios.
Ni llantos, ni malos ratos.
Ni pactos, ni tratos.
No habrá en primavera flores,
ni en otoño se vestirán de rojo los colores.
No habrá copos de nieve en invierno,
ni en verano, teces de color moreno.
Ni sonrisas, ni lágrimas.
No habrá desilusiones ni desesperanzas.
No habrá caídos, ni vencidos,
ni dañados, ni apartados.
No habrá victorias ni glorias,
ni batallas por causas, ni causas de batalla.
No habrá pájaros que canten
ni ondas en el mar que,
acariciando la arena, dancen.
No habrá valles ni ríos,
ni equinoccios, ni solsticios.
Ni el tiempo pasará gritando,
ni las vidas se consumirán en vano.
Y tampoco habrá desgracia,
ni alegría, ni abundancia.
Ni malos deseos, ni avaricia entre los buenos.
No habrá agua, ni fuego.
Ni viento, ni tierra,
solo lo Eterno.
No habrá nadie que nos mire,
ni persona que nos dañe.
Ni arma que te ataque,
ni escudo que me tape.
No habrá nada.
Nada.
Nada más que
tú y yo.
Tú corazón,
en mi pecho.
Y el mío, en tu pecho,
latiendo.
Solo estaremos dos.
Tú y yo.
Nada más.
Nada que nos cambie,
nada.
Nada que impida
que te ame por y para siempre.
Nada que me haga pensar
que el amor no es tan diferente.
Nada entre tú y yo.
Solos, tú y yo.
En la cima del mundo.
Viajando despacio,
rumbo a «nuestro amor».
Solos, sintiendo,
que mi vida es tuya,
y mía es tu alma;
que de nuestro abrazo
nada ni nadie nos separa.
Que por fin el mundo es mundo,
la vida es vida,
y la alegría, alegría.
Que por fin estamos tu y yo solos,
y juntos viviremos
por el resto de los días.

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