La sombra de la Noche

PRÓLOGO

-Odio las ciudades, lo odio más que a nada en este mundo –el viejo Pike protestaba desde los 12 años de su barrio, su pueblo, su colegio, su instituto, su ciudad, su universidad, su ciudad de ahora e incluso de su familia, su puesto de trabajo aquellas instalaciones, los animales y hasta el fondo del mar que los rodeaba. Casi nadie lo aguantaba, no estaba casado, no había tenido hijos ni siquiera adoptados, los vecinos lo criticaban día y noche, sus compañeros lo evitaban. Él si era odiado por todo el mundo. Pero Jody Keith debía soportarlo, como su compañera de trabajo estaba condenada a soportar su voz, su olor, su aspecto. Parecía una pequeña bola de carne agarrada a otra muy grande de grasa, con la papada meneándose a un lado y al otro según movía la mandíbula-. Estoy cansado todo ese ruido de coches, pitos, y luego la gente gritando. ¡Aaargh! Que asco de vida.
Jody echó una mirada furtiva al hombre, frunció el ceño apretando los labios, mantenía un cuchillo en la mano y soñó despierta clavárselo en la enorme papada. Seguramente se podía comparar a abrir en canal a una ballena. Miró el plato con un filete sobre la mesa delante de ella, lo sujeto con el tenedor mientras cortaba a trocitos la carne.
-¡Sí, Pike, sí! –repetía siempre.
Los cacharritos delante de ellos pitaron irritantes para el oído, Pike gruñó mientras pulsaba botoncitos aquí y allá, los colores cambiaban por otros y entre botones, apretó los dientes y Jody creyó más de una vez que algún día se partirían en pedacitos, como cristales en mil pedazos, después él se agacharía con un recogedor para recuperar los cachitos. Cuando lo imaginaba no podía reprimir una pequeña risotada, “no pasa nada, son cosas mías”, decía luego para no preocupar a Pike.
-¡Oye! ¿Por qué no me traes un café? Así haces algo.
Podría irritarse, siempre la estaba tratando como a una mierda, pero antes de ponerse a gritarle sin llegar a ninguna parte, simplemente respondía “solo o con leche”, porque era mejor largarse allí para no aguantarle y perderle de vista. Tampoco hubiese llegado a ningún lado discutiendo con una masa estúpida. Ella le odiaba, y no le importaba nada decir que “ojala se muriese”. Salió por la puerta dejando a Pike allí solo pulsando botones, ni siquiera se fijo en los radares, simplemente miró la cara oronda de su compañero y se marchó. Las instalaciones se encontraban bajo el agua, posiblemente no hubiera café para el inútil de Pike, las reservas escaseaban últimamente y el siguiente aprovisionamiento no llegaría hasta mañana. Varios de sus compañeros y compañeras estaban reunidos en mitad del pasillo, al menos podían reír y hablar con normalidad.
-¿Adonde vas? –tenía el pelo moreno y rondaba los cincuenta y pico de años, su voz estaba tan cansada como sus ojos, llevaba casi media vida viviendo allí abajo.
-Pike quiere un café.
Carton Figger la tomó del brazo y la trajo para el corrillo montado en el pasillo, la condujo al centro de atención, dónde todos la miraban; se sintió en parte aliviada, no quería llegar a la cafetería, no quería volver con Pike, ni siquiera quería volver a verle, jamás.
-¿Por qué le haces los recados a esa moles? Si no empieza a moverse y hacer las cosas por si mismo, tendremos que llevarle una cama, dentro de poco ni siquiera podrá salir por la puerta –hablaba Carton.
-Lo se, pero no aguanto al lado de ese cerdo asqueroso –todos rieron-. Quiero irme y volver a la facultad, estudiar otra carrera… no sabéis cuanto me arrepiento de estar aquí, no lo soporto, no solo huele mal, todo le molesta y por dios, quiero que venga ya el relevo.
-Pues aún te queda un mes, cariño –reía. Melanie, ahora recordaba su nombre, ella era Melanie, pelo moreno y cincuenta y pico de años se llama Melanie.
Una chica joven, muy joven, con el pelo castaño y una carita lisa y suave como el culito de un bebe, de ojitos azules sobre un fondo claro acompañado de su forma gatuna de sonreír, y ese cuerpo adolescente cuidado con la fibra y el ejercicio. Elena sonrió, porque sus propios chistes la hacían reír, quizás fuera la única en hacerlo, se tapaba la nariz mirando a Jody y decía.
-Pero si no se ha duchado desde que ha llegado, menos mal que estamos rodeados de agua.
-Mejor darle fuego –dijo Carton-, igual hasta adelgaza por un buen chorretón de fuego.
Carcajadas y más carcajadas, cuando empezó a imitar a un bombero con su manguera, pero todos lo entendían, aquella manguera imaginaria no lanzaba agua, mucho más lejos, lanzaría fuego en caso de existir. “¡Directo a su tripa!”, gritaban unos y otros. Judy reía abiertamente, a espaldas de aquel asqueroso tipo encerrado en la sala de trabajo, en su sala de trabajo. Entraron todos juntos en la cafetería, sobre una mesa había unos cruasanes, no se privó de agarrar el primero sobre una montañita formada por los bollos, lo llevó a su boca mientras colocaba un vasito de plástico sobre la boquilla de la cafetería y pulsaba al botoncito de arranque.
-¿Alguien sabe si nos traerán algo de chocolate mañana? –dijo Elena- Fíjate tú, me apetece.
La vieja Melanie movió el índice de un lado para el otro.
-Cariño, espabila, deja de pensar en dulces o te pondrás como una osa, porque además llevas mucho tiempo sin depilarte esas piernas –cogió una tacita y la colocó bajo la boquilla de la cafetera después de Jody.
-Siempre puedo pensar en hombres, pero eso me deprime…
-Calla, calla –Nissa Nissa interrumpió con su voz aguda y estridente, esa mujer rubia y despampanante que vuelve loco a cualquier hombre-. Yo no tengo ese problema, sino que se lo pregunten a Richard, ¡uuuh! –movió sus ojos de uno a otro, con una sonrisa pícara y ojos de traviesa chiquilla con ganas de jugar.
-¡Que guarra eres! –dijo Elena.
-Es cierto, yo los vi a través de las cámaras, encerrados en el cuarto de la limpieza, se podía escuchar hasta los gritos –declaró Melanie cogiendo su taza de café de manera indiferente-. Pues no me gusta, nada. O mojamos todas o no moja ninguna –todas rieron al escucharla. Pero aún levantó la mano y dio un golpe en la mesa con la palma abierta-. Además, que le ves a ese muchacho, si es más feo que un sapo. El otro día encontré una verruga en mi sobaco más bonito que ese.
Risas y más risas. Gritaban a coro “que lo enseñe”, Melanie se puso roja, abrió su boca en una mueca divertida dejando ver los huecos en la boca de los dientes que ya habían caído. Levantó los brazos y se quitó la parte de arriba de la ropa quedándose en sujetador, levantó el brazo mostrando una verruga del tamaño de una mosca. Apartaron la vista con un gesto de repugnancia.
-No os pongáis así, que sois vosotros los que queríais verla –terminó Melanie.
-Pues será feo el chico, pero la polla le mide más de veinte centímetros –objetó Nissa Nissa-. Hay cosas que una cara bonita no dice, y si se me oye gritar tanto es por que me duele cuando me penetra.
Carton carraspeó para hacerse oír, estaba ruborizado ante el resto -Creo que debería irme, creo que esta es una conversación de mujeres.
Las chicas se acercaron y le dieron un beso en la mejilla cada una.
-No. Estamos quejándonos de ella, que es la única que moja –dijo Elena. Miró con los ojos entrecerrados a Nissa-. Guarra.
Él miró a Elena.
-Eso, no tienes por qué ser así, yo estoy disponible para lo qué quieras.
-Esto esta desvariando mucho –dijo Jody entre risitas nerviosas y traviesas-. Al final todas vais a tener a alguien con quien follar menos yo. Yo estoy sola.
-Tienes a Pike –refutó Melanie.
Jody la miró con los ojos muy abiertos mientras el resto reía, en cambio ella no, miró a la mujer de cincuenta y pico de años frunciendo el ceño, tiró el café por el sumidero de la pila y luego escupió; eso también divirtió mucho a todos sus compañeros. Abandonó el vasito a un lado de la pila para dar la cara a Melanie.
-Eso no ha tenido gracia –movió las manos sobre su cabeza, se dio aire para tratar de reprimir la vergüenza-. Me ha venido una imagen asquerosa a la cabeza. Muy asquerosa.
Entre risas y bromas, nadie notó como el suelo vibró, desde la última tuerca hasta la chatarra de los cuartos de basura. Nadie previno un fuerte golpe, el estruendo fue ensordecedor, metal chirriando estrujado por fuertes manos y la sacudida lanzó las cosas por los aires. Melanie, Nissa Nissa, Carton, Elena, incluso Jody Keith, sus pies se despegaron del suelo, pararon de bruces contra el suelo. La mujer de cincuenta y pico de años oyó el crujido de su cadera partirse, gritó cuando se recobró del shock. Jody miró a sus compañeros, Elena se había roto el labio contra la mesa, también podía vérsele el hueso en la frente, casi toda su cara estaba bañada por su propia sangre, gritaba entre llantos con los ojos desorbitados. Nissa Nissa había perdido el conocimiento. Carton era el único capaz de moverse, corrió hasta Elena para tratar de calmarla, pero la chica estaba muy herida y no tardó mucho en perder el conocimiento también. Entonces Carton perdió los nervios y lloró abrazado al cuerpo sin sentido de la muchacha.
Jody Keith se incorporó asustada. El cuerpo le temblaba por el miedo entre el caos ahora reinante en toda la sala. Pese al dolor de aquellos que le rodeaban, el mundo estaba en silencio para ella, había perdido la mayor parte de su audición. Caminó hasta el pasillo y se volvió hacia su puesto de trabajo; por alguna razón, sin saber por qué, solo pensaba en Pike, “el sabrá qué ha ocurrido”. Después de todo, por muy inútil que lo tuvieran o las burlas, insultos y bromas, había demostrado con su odio estar muy apegado a su trabajo, él conocía respuestas insólitas cuales otros daban por meras suposiciones y desconocían.
El pasillo se había llenado de agua, poco a poco iba subiendo el nivel por las instalaciones. Ruidos extraños retumbaban como ecos funestos y agonizantes por los pasillos, los tubos del techo habían sido partidos en dos por aquel impacto tan terrible, los cables que antes corrían por dentro de los tubos ahora estaban pelados y asomando hacia fuera, provocaban chispas cayendo sobre el agua. Por encima, el techo había sido tapado por un manto de humo negro, la temperatura también había subido pese a la fría agua corriendo por los pasillos. Pronto, sus pies se congelaban y perdía la sensibilidad.
Miró a izquierda y derecha, las puertas reventadas flotaban según continuaba aumentando el nivel del mar dentro de la instalación, ahora llegaba por las rodillas. Dentro de las habitaciones había gente herida, sangre confundiéndose con la espuma de la sal, si no fuera porque había perdido sus oídos, escucharía los gritos de la gente, lloriqueando. Una mano le cogió del hombro y la forzó a darse la vuelta, era Carton Figger y parecía andar fuera de sí mismo.
-¿Qué ha pasado? –sus únicas palabras a gritos directos a Jody, pero ella no escuchaba nada, nada de nada. Lo que hacía no servía de nada, pero insistió- ¡Qué está pasando!
Una nueva sacudida y otra vez todo por los aires. Carton saltó de nuevo al techo, Jody Keith solo de espaldas sobre el agua, vio a aquel hombre romperse el cuello al estrellarse contra el techo, su cabeza se coloca del revés antes de caer como un cadáver, para flotar a continuación sobre las aguas. Abrió la boca estupefacta, trató de alejarse del cuerpo de ese hombre, muerto, para siquiera tocarlo, incapaz de pensar que hacía apenas unos segundos estaba hablando con él en la cafetería. Se volvió y nadó hacia su puesto de trabajo, lo ultimo que recordaba, que se dirigía allí.
El pasillo se inclinaba al principio de manera casi imperceptible, en cuestión de segundos una enorme cascada la barría pasillo abajo. No entendía cómo, la instalación estaba dándose la vuelta, por poco tiempo estuvo cambiando de un sitio llano a una pendiente. Estampada contra la pared justo en la esquina que formaba el pasillo al cambiar de dirección, trató de incorporarse como pudo, le dolía la pierna. La puerta de su puesto estaba a solo unos metros, caminó. Una vez más el pasillo se inclinó, pero esta vez dio un giró de 90º y Jody cayó hasta quedar atrapada entre la puerta del final del pasillo y un torrente de mar salada. Estuvo a punto de ahogarse. Si embargo, la inclinación se invirtió hacia el lado contrario. Agarrada a la puerta esperó a tener la oportunidad de poder sostenerse en pie.
Respiró muy hondo, con las manos temblorosas fue acercándose a su sala de control, allí estaría Pike, él podría explicarle qué o por qué estaba pasando esos envites a la estación.
Cruzó la puerta, al otro lado, Pike no estaba, Jody Keith sintió haber perdido el tiempo, estaba muy cansada y apunto de dejarse llevar. Allí la luz había perdido intensidad, varias bombillas reventaron, el panel de control había desaparecido y ahora en su lugar encontró un enorme agujero.
Sus pies se despegaron del suelo y cayó contra un enorme ventanal, una raja atravesaba de arriba abajo, o izquierda a derecha, según se mirara. Lloró, le dolían los ojos, febril. Al otro lado del ventanal estaba las profundidades del mar. Sus ojos se abrieron asustados, era monstruoso, enorme. Un pánico dominó a Jody, enseguida se apoyó sobre sus manos para intentar levantarse, el cristal continuó resquebrajándose, abrió su boca y gritó hasta ahogarse en su propia voz, sin embargo no pudo apartar en ningún momento la vista del ventanal. Toda su cara se congestionó y para quién en algún momento le pareció una chica guapa, había envejecido muchos años y parecía más demacrada que de normal.
Era el vacío, la muerte, el fin del mundo y sobre todo de su vida. Aquella monstruosidad debía medir más de 10000 pies de altura, pero solo contando por lo poco visible que había. Por las luces que aún había en la estación, pudo ver una hilera de cosas blancas y afiladas, parecían dientes con su color marfil y una monstruosa lengua rosada, ella era una cosa insignificante al lado de aquella cosa. Toda la estación era una cosa insignificante. Era una enorme boca apunto de devorar la estación.
Toda la instalación estaba repleta de agujeros, prácticamente destruida; el agua se filtraba por y en todas las habitaciones y avanzaba rápido contra todo pronostico hacia Jody. Como un puño la corriente golpeaba con una presión capaz de despedazar elefantes. Alcanzó el pasillo hasta ella y cayó en dirección a Jody. Pronto el cristal desaparecería bajo la corriente y ella también.
Rezó a dios. Pero él nunca escucha.

Número 10 ya sabía qué pasaría. Durante décadas estuvo advirtiendo a sus compañeros, pero ahora ya era demasiado tarde. Había roto las reglas, ignoró las órdenes de sus superiores para atravesar las esferas desde K-18 hasta el G-2581, era un sector muy distante y los hacedores desaparecieron hacía eones, allí no quedaba más que civilizaciones descuidadas, los avatares no daban respuestas a sus problemas y aunque ocurriera cualquier desastre, no importaba, eran esferas condenadas a desaparecer. Ahora, desde la playa de una gran ciudad podía ver en mitad de la noche, tras el velo de sombrío de una lluvia neblinosa, una sombra. Otros curiosos a su alrededor miraban y señalaban. En mitad del mar despertó un monstruo capaz de verse a más de cien millas.

Robert Arthur Slamer
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