DÁRTELO TODO
- publicado el 20/12/2019
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El ascensor
Solía coger ese ascensor a diario. Me montaba en él y seis pisos después me encontraba ya en la puerta de mi casa. Algunas veces coincidía con algún tímido vecino, creándose una atmósfera violenta y embarazosa. Otras compartía el lugar con alguna mujer dicharachera, de las que te cuentan toda su actividad semanal en cuestión de minutos. Pero en aquella ocasión nadie me acompañaba en el ascensor.
Eran altas horas de la madrugada. Volvía al calor del hogar tras acompañar a mi chica a su casa. La gélida noche avanzaba, solitaria y tenue. Tomé el elevador, como una noche cualquiera. Pulsé la tecla en la que aparecía, borroso, el número seis. Mi mirada estaba perdida en el suelo, mi mente flotaba entre motivos incoherentes. En ciertas ocasiones, en las que pulsaba un botón correspondiente a otro piso superior por equivocación, me percataba del fallo al permanecer más tiempo de lo habitual en el aparato. Fue lo que ocurrió aquella noche. El edificio en el que vivía tenía ocho pisos. Subí al séptimo, no se detuvo. Estaba yo preparado para la parada en el último piso cuando el corazón me dio un vuelco. El ascensor no se situó en el octavo. Una sensación de vértigo creció en mi interior a medida que los números no cesaban de aparecer uno tras otro. Nueve, diez once, doce… No podía estar pasando. ¿En qué mente mundana cabía un fenómeno tal? ¿A dónde me dirigía? Se podría pensar en un fallo en el marcador del elevador que provocara la aparición de números en continuo aumento pero, ¿Cómo explicar el movimiento del ascensor?
Seguía yo ascendiendo hacia lo imposible, cada vez más asustado. Mi rostro se reflejaba en el espejo, pálido y desencajado por el terror. De pronto, me detuve. Miré al monitor para comprobar el número. Encontré dos ceros. Unas profundas ganas de vomitar me invadieron en esos momentos. Estaba desesperado, no quería que las puertas se abrieran, no quería ver más allá.
Las tinieblas me impedían vislumbrar nada. La temperatura era extremadamente baja, lo que me hizo temblar aún más. Caminé a través de la oscuridad, como hipnotizado, como si no controlara mi propio cuerpo. Mis pasos resonaban en aquel lugar, como tambores presagiando una ejecución. Un gélido viento, proveniente quién sabe de qué lugar, movía mi cabello. Me percaté, tras unos momentos de travesía por los abismos de la locura, de ruidos a mi alrededor. Alguien o algo caminaba a mi lado. Podía oir incluso su acelerada respiración. El calor de su cuerpo lo notaba ya próximo. El extraño olor de mi acompañante entraba por mis fosas nasales, llenándome de desconcierto. Ya no lo soportaba más, el terror acabaría conmigo antes que esa presencia. Cada vez lo notaba más cerca, más cerca, más cerca…
Debí de desmayarme de puro miedo. Desperté en el portal, con el sudor helado por el frío. Me había orinado encima y tenía lágrimas en el rostro. Decidí subir a casa y enterrar esta experiencia. Tomé las escaleras. Nunca volví a utilizar un ascensor, y nunca lo haré.
Joe Garitaonandia
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