Claustrofobia
- publicado el 03/02/2015
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03:00 A.M.
Todo comenzó una mañana cualquiera, de un día cualquiera. Eran las seis y el despertador sonó con una lenta melodía a base de piano y violín, elegida a conciencia para despertar apaciblemente, sin sobresaltos. Para que engañaros, por muy suave que fuera la canción, eran las 6 de la mañana y además lunes… Aun así, aquella mañana había comenzado lluviosa, ayudándome a despertar tranquilamente gracias al sonido de las gotas, cayendo por el patio interior.
Aquella noche estuve particularmente inquieto y como no, para variar me desperté como casi siempre, a las 2:55 de la madrugada… ¿Por qué exactamente aquella hora? ¿Por qué ninguna maldita noche podía dormir de seguido? Una vez más preguntas sin respuestas… ¿Qué más da? Tan solo rondaban por mi cabeza, como mucho, los diez primeros minutos antes de darme una ducha para despejarme y afrontar una nueva jornada laboral.
Tengo la vieja costumbre de no ponerme el calzado hasta que no voy a salir por la puerta, me gusta sentir el contacto del suelo durante los primeros minutos del día. Cuando di el primer paso en el salón, noté algo granuloso bajo mi pie, al tercer paso, ya podía sentir por toda la planta aquella extraña sensación. Encendí la luz, aprovechando que mi pareja se encontraba de viaje, ya que normalmente suelo ir a oscuras para no despertarla. Para mi sorpresa, todo el suelo de la habitación estaba cubierto de tierra. Jodidos gatos, ya han vuelto a escavar en las plantas de la terraza. Pero… la puerta que da a ella estaba cerrada. Y ni siquiera la abrí durante la tarde noche anterior. Y anoche cuando fui a dormir por supuesto que no había tierra alguna… ¡¿De dónde leches había salido aquella tierra?! Desconcertado, cogí la escoba y el recogedor y limpié todo el estropicio. Aun intentando encontrarle la lógica al asunto, desayuné, me puse mis botas y salí a trabajar.
Durante aquella mañana, entre cigarro y cigarro y en varias ocasiones mientras trabajaba, tras darle mil vueltas al asunto de la tierra, encontré una posible explicación. Uno de los dos gatos, había conseguido coger algunas de las bolsas de té de la basura, y tras divertirse con ellas, romperlas y esparcir todo su contenido. ¡Claro! Eso debía ser. En cuanto llegase a casa, tan solo debía de mirar en la basura, era lo último que había echado, tan solo tendría que comprobar si la dichosa “tierra” tuviera más bien, aroma a té rojo.
Tras entrar por la puerta fue lo primero que hice. Miré en la basura y tras coger con dos dedos, cual película detectivesca la sustancia en cuestión, la olfateé. Mierda. No huele a té. Huele a tierra húmeda.
Mi cabeza empezó a funcionar rápidamente buscando posibles opciones al misterio. ¿Es posible que llevara algo de barro en el calzado y lo soltase al llegar el día anterior? No. Habría visto la tierra por la noche, ya que me descalcé nada más llegar. Además, aquellos días estaba especialmente atento al tiempo, ya que anunciaban lluvias y no llegaba a terminar de caer ni una sola gota, para coger tal o cual abrigo… De repente todo mi vello se erizó, recordé que aquella madrugada si había estado lloviendo…
Tenía que haber una explicación lógica para todo esto. ¿Y si alguien hubiera entrado en casa mientras dormía? Nada parecía fuera de su lugar, desde luego. Decidí no contarle este pequeño detalle a mi pareja, para qué asustarla cuando realmente no sabía que había pasado. Opté por quitarle hierro al asunto, seguramente todo era mucho más simple de lo que parecía… Así que me limité a tomar un té -no pude evitar sonreír al coger la bolsita-, me puse música, y distraje mi mente durante el resto del día.
Todo quedó ahí, al día siguiente apenas pensé en ello, para nada en los sucesivos. Carmen había vuelto de su viaje, me sentí muy tentado de contarle todo pero como he dicho, no era necesario asustarle sin motivo alguno. No pasó nada que me recordase «el caso extraño de la tierra sin dueño».
Tres días más tarde, todo cambió. ¿Habéis tenido alguna vez esos sueños, en los que parece que tu mente despierta antes que tu cuerpo? ¿Qué queréis despertaros pero vuestro cuerpo no responde y vais sintiendo como a fuerza de pensarlo repetidamente, lentamente conseguís moverlo? Ya los había tenido en otras ocasiones, pero aquella vez fue diferente. Muy diferente.
Nos fuimos a dormir como cada noche, cerré la puerta del dormitorio y una vez en la cama, no tardé en quedarme dormido. En mitad de la noche desperté, sin embargo, no pude abrir los ojos, mi cuerpo no respondía a orden ninguna. Tenía la maldita sensación de que en aquella oscuridad no estaba solo, y a la angustia de no conseguir moverme, se le sumó la de que si no despertaba, ese algo o alguien iba a hacerme algo malvado… Tras repetir una y otra vez, más bien gritar a mi cuerpo que se despertara, intentando arrancar un grito de mi garganta aun dormida para que lo hiciera, sucedió algo imprevisto. Sentí como mi cuerpo abandonaba la oscuridad. De repente vi el cuarto sumido en sombras, fue como si mi espíritu, alma, llamadlo como queráis, saliera de mi cuerpo, elevándose en el aire, lentamente, hasta alcanzar el techo de la habitación. Una vez allí, mi vista giró hacia la cama. Allí se encontraba mi pareja, tumbada inmóvil, mirando hacia el lado contrario en el que yo estaba. Pude verme a mí, moviéndome muy, muy lentamente, intentando despertar. Entonces vi a una tercera “persona”, por llamarlo de alguna manera. Aquel ser se encontraba a mi lado de la cabecera, sentada en cuclillas, totalmente inmóvil. No pude percibir antes su presencia, debido a que su figura se confundía entre las sombras. Tenía los ojos cerrados y su cuerpo extremadamente delgado, hacía que los huesos, se les marcasen por encima de su vestimenta muy holgada de color indefinido. Súbitamente sus parpados se abrieron por completo, con la mirada desencajada, nerviosamente miró en todas direcciones, entonces comenzó a balancearse hacia delante y atrás. Su rostro, demacrado hasta el límite, podría describirse con las palabras demencia, obsesión, ansia, histeria. Comenzó a abrir su boca, hasta el punto que parecía romperse en cualquier momento, dejando entrever dos hileras de dientes muy afilados, todos terminados en punta, entonces levantó su mano desprovista de carne lentamente mientras la acercaba a mi cuerpo. Cuando ya se encontraba muy cerca de mi costado derecho, mi vista viró hacia el techo y sentí caer hacia la cama. Volvía a estar dentro de mí. Sentí la urgencia alarmante de despertarme, era ahora o nunca. Había conseguido llevar mi brazo hacia mi cabeza, entonces en un electrizante movimiento, pude agarrar mi cabello y tirar de él con fuerza. Desperté sobresaltado, con el corazón en la boca, un pequeño mechón de pelo en la mano, un punzante dolor en mi cabeza y con una sensación en mi costado derecho, como si alguien me hubiera acercado un atizador al rojo vivo. Carmen se volvió en la cama, pero sin embargo continuó durmiendo. Miré el reloj. Esta vez no eran las menos cinco como de costumbre, eran las 2:59 de la madrugada.
Me levanté. Tenía la garganta acartonada y necesitaba beber un poco de agua, aparte de intentar calmar el nerviosismo que me invadía. Tal vez hubiera sido mejor quedarme en la cama…
Abrí la puerta del cuarto, y al encaminarme hacia la cocina, volví a sentir aquella sensación granulosa bajo mis pies… Encendí la luz. Con la mandíbula desencajada, no podía creer lo que mis ojos estaban viendo. Unas huellas embarradas de un pie descalzo, bastante huesudo, por las marcas que habían dejado, venían en la dirección de la puerta de salida, hasta acabar exactamente en la puerta de nuestro dormitorio… Si había conseguido serenarme algo mientras me levantaba de la cama, aquello anuló cualquier nuevo intento de conseguirlo. Lo limpié todo desesperadamente, no quería preocupar a Carmen, era bastante sensible con estos temas y de todas maneras, puede que aquello solo se quedara en una anécdota para contar, en ciertas noches del año.
Por supuesto, no dormí en lo que quedaba de noche. Temía que si volvía a cerrar los ojos y dormirme, aquel ser estaría allí esperando para atraparme.
A la siguiente noche, una idea rondaba por mi cabeza. Programé una nueva alarma en mi móvil, lo suficiente baja de volumen para no despertar a Carmen, pero lo suficientemente alta para despertarme. La hora programada eran las 2:55. Todo fue bien, el ser no volvió a aparecer, ni las huellas, nada.
Una semana más tarde cuando volví a casa de trabajar, tras abrir la puerta de la entrada, me sorprendió no recibir el habitual saludo de mis gatos. Sonriendo y pensando qué podían estar liando entré sin más dilación, colgué mi chaqueta en el perchero y dejé las llaves en su lugar correspondiente, una vez ya en el salón pude verlos. Estaban sentados, uno al lado del otro, sin reaccionar a mi llegada. Ambos, miraban fijamente en dirección al final del pasillo, hacia el dormitorio. Los llamé, pero no dieron respuesta ninguna, entonces dirigí mi mirada hacia el pasillo y delante de mis propios ojos la manecilla de la puerta giró y la puerta comenzó a abrirse despacio, sin prisa alguna, acompañada de un leve chirrido. No paró, suave pero sin cesar hasta que quedó completamente abierta. La persiana estaba echada, tan solo veía oscuridad dentro de ella. Avancé poco a poco hacia la habitación. Tal vez estuviera mal cerrada, pensé. Un sonido vino detrás de mí, al girarme pude ver que era uno de los dos gatos, este, sin apartar la mirada de la puerta, tenía la boca abierta, enseñando sus afilados colmillos amenazantes, con sus ojos entrecerrados y todo el lomo erizado, seguidamente soltó un maullido mezclado con una especie de gruñido y comenzó a retirarse despacio, el otro agachó toda su figura, dispuesto a saltar si algo se le acercaba y también fue retirándose, poco a poco. Giré la vista hacia la habitación y me acerqué más a ella, cuando la mitad de mi cuerpo entró, sentí un cambio brusco entre la temperatura de la habitación y el resto de la casa. Allí hacía frío, mucho frío, pese a que estábamos a mediados de octubre.
Algo me impactó, sacándome de la habitación haciendo que chocara con la pared de enfrente, la puerta cerró de un fuerte golpe.
Mi corazón no explotó de milagro. Con los ojos abiertos de par en par, fui hacia la cocina con paso lento, aún noqueado por el golpe. Abrí la despensa y cogí la botella con etiqueta negra. Caminé hasta el salón, agarré el primer libro que pude de la estantería. El exorcista. Y una mierda. Lo solté y volví a coger otro. Ética para Amador. Perfecto. Pasé el resto de la tarde-noche en la terraza leyendo, acompañado de un buen whisky, varios cigarrillos, y mis dos gatos, que también tomaron la opción como buena. Tal vez fuera una tontería, pero el tener una de las paredes libre, con vistas a un mundo abierto, me hacía sentir más seguro. A lo mejor debí salir corriendo de la casa sin mirar atrás para no volver nunca, pero no era ningún cobarde. O eso, o el orgullo pudo conmigo más bien. Además conseguí autoconvencerme de que aquello, fue simplemente la corriente por tener todas las ventanas abiertas, una simple coincidencia en un momento muy, pero que muy oportuno… Es increíble lo que llegamos a creernos para encontrar la lógica a lo inexplicable…
Sobre las 0:30, mis ojos ya no daban más de sí, el cansancio invadía cada rincón de mi cuerpo, necesitaba dormir. Armado de valor fui hasta el dormitorio y abrí la puerta, la sensación gélida de por la tarde había desaparecido. Allí hacía la misma temperatura que en el resto de las habitaciones, lo cual me transmitió, cierta sensación de seguridad. Levanté la persiana, de modo que las luces de la ciudad entraban por ella, ofreciéndome un poco de más tranquilidad, la oscuridad de aquella habitación me inquietaba. Así que una vez en la cama comprobé las dos alarmas, enchufé el cargador al móvil, encendí un cigarro, le di un par de caladas, lo apagué y cerré los ojos. Cinco minutos antes, pensé que tardaría en conciliar el sueño, sin embargo caí rendido enseguida.
Otra vez el maldito sueño. Volvía a no poder despertarme. Una vez más mi ser incorpóreo volvió a salir de mi interior, cuando vi el conjunto de la habitación, allí estaba aquel ser. De pie. Inmóvil. Ligeramente encorvado. Mirando fijamente mi cuerpo aún dormido. Entonces giró la cabeza y la levantó levemente. Estaba mirándome, sabía que mi otro yo estaba allí arriba. Comenzó a reír nerviosamente, a carcajada limpia. Levantó su brazo y tocó una de las cortinas, en un instante, estalló cubierta en llamas. Mi espíritu volvió a mi cuerpo, despertándome de un sobresalto, la cortina estaba realmente ardiendo. Busqué a tientas la luz de la mesita de noche, al accionar el interruptor la luz no surgió. Miré el teléfono móvil, este también permaneció con la pantalla apagada. ¿Pero qué coño estaba haciendo? Tenía que salir de la habitación inmediatamente. Salté de la cama y corrí hacia la puerta cerrada, cuando fui a tocar la manecilla, esta estalló en llamas al igual que la cortina…
Allí me encontraba, en el centro de la habitación, viendo como el fuego iba consumiendo los muebles, las paredes, todo, a una velocidad vertiginosa. Recuerdo como al mirar a través de la ventana, pude ver como el patio estaba especialmente oscuro, incluso cuando las llamas devoraban el interior de la habitación. Se ha ido la maldita luz, apuesto lo que sea a que son las tres de la mañana, pensé, aceptando que aquel era mi final. Las llamas me alcanzaron. Un dolor agudo, más bien indescriptible, comenzó a sacudir todo mi cuerpo. Recuerdo como sentía que cada músculo, vibraba independientemente sin control alguno, incluso un fuerte olor a carne quemada inundó mis fosas nasales, o lo que quedaba de ellas. Creo que llegué a gritar, un grito desgarrador el cual salió de mi garganta involuntariamente, unos segundos después se apagó, posiblemente mis cuerdas vocales habían sido pasto de las llamas. Mis ojos desprovistos de párpados, veían como el fuego consumía toda la habitación. Entonces pude escucharlo. Una risa diabólica, aguda, inundó mis oídos y allí en frente se encontraba el maldito ser, sin que el fuego le hiciera mella alguna… El dolor desapareció, mientras la oscuridad se apoderó de todo. Ni túnel, ni toda la vida pasar delante de tus ojos. Simplemente oscuridad. Y sé que no estoy solo.
Aquella noche por suerte mi pareja también se encontraba de viaje. Una llamada por teléfono al día siguiente, le dio la noticia de mi fallecimiento. Según las autoridades me había quedado durmiendo con el cigarrillo encendido y eso había provocado el incendio. Un vecino pudo ver las llamas, pero para cuando llegaron los bomberos ya nada podían hacer por mí. Los daños que provocó el incendio, se limitaron al dormitorio.
Hoy. En la noche de los difuntos. Cuando el velo que existe entre el mundo de los vivos y el de los muertos, se hace más delgado… He venido para advertiros. Si alguna noche, despertáis en la madrugada… Mirad la hora, tal vez no estéis solos.
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