El Tiemposcopio de Ismael Sequeli

Decidió descansar un rato sentándose a admirar el antiguo y espectacular tamaño de la Luna. Un paisaje nocturno nunca contemplado antes por humanos, ni siquiera por los primeros. Una antigüedad de dos millones cien mil años, una Selene ochenta mil kilómetros más cerca. En su saltarín viaje virtual hacia atrás en el tiempo, había observado ese mismo lugar con varios aspectos diferentes. Solo los primeros habían sido urbanos, después campos, bosques, el océano, desiertos de arena y hielo se alternaban. Y ahora tenía ante sí una playa con una gigantesca Luna en un horizonte de aguas iluminadas por la potente luz del satélite. Se fijó en la herida superficie lunar. Su aspecto en ese momento no era muy distinto al que podría ver en el presente. Sin apartar la mirada del luminoso objeto que se elevaba ante un lienzo desconocido de estrellas, pensó que había tardado demasiado tiempo en terminar y que eso había cambiado significativamente el uso que le iba a dar a su invento. Ojala hubiera tenido dinero para dedicarse en exclusiva a su invento.

El anciano Ismael Sequeli comenzó su proyecto a los veintinueve años, en una semana cumpliría setenta y dos. Se sentía lúcido y físicamente capaz, pero sabía que a esa edad su propio futuro tenía pocas incógnitas interesantes. El futuro en general ya no le parecía tan atractivo como antes, sin embargo, seguía sintiendo pasión por conocer algo del pasado.

Abrió su diario y empezó a escribir:

«20­ de diciembre de 2039: El Tiemposcopio funciona. No sé lo que harían otros investigadores a mi edad, pero por muy bien que me sienta, temo la llegada de la muerte. No puedo irme de este mundo sin intentar desentrañar el misterio del libro que me legó mi abuelo Tibor.

 

Me asomaré un instante al próximo sorteo de lotería para conseguir fondos y prepararé la expedición al Antártico. ¡Qué momento tan increíble!»

Presumir de tener como abuelo a un explorador digno de una novela de Julio Verne podría haber sido una actividad del gusto de Ismael salvo porque al nombrar a Tibor Sekelj fuera de Eslovaquia, era raro que alguien reconociera ese nombre. Sin embargo, eso no cambiaba la relevancia que tenía para él: En otro tiempo, aquel viajero excéntrico de origen austrohúngaro había gozado de reconocimiento en ciertos círculos de influencia internacional, tan importantes como la UNESCO, en los que conocían sus interminables aventuras por todos los continentes, moviéndose de cultura en cultura, mezclándose con tribus ancestrales, como superviviente de una dramática expedición a la cima del Aconcagua, y como incansable defensor del esperanto allá donde ponía sus inquietos pies.

De aquellos incesantes viajes, en concreto de su visita a Etiopía en caravana singular, surgía esta nueva aventura en busca de un suceso de incomparable trascendencia en el pasado de la humanidad.

—¿Qué es este libro tan raro avo Tibor?

—Es una joya que me regaló un anciano chamán en su lecho de muerte cuando estuve en Etiopía. Me contó parte de la fascinante historia que contiene. Una historia que, junto con el libro, había pasado de una generación a otra en su linaje de chamanes desde ecos tan remotos en la memoria del tiempo, que el hombre ya no es capaz de escucharlos.

—¿En qué idioma está escrito? —preguntó el pequeño Ismael sobrecogido al oír aquellas palabras.

—A mí también me gustaría saberlo. En todos mis viajes jamás he visto algo parecido, pero ¿quieres te diga una cosa? Tampoco he investigado mucho porque ese libro está impreso. Está impecablemente impreso y no está desgastado. Si es tan viejo como el chaman de Etiopía me contó, ese libro no debería existir. Lo guardé sobre todo porque es una obra de arte. En realidad, el único misterio sería averiguar cómo lo consiguió aquel hombre.

La información que le dio su abuelo podría haber sido la última palabra de la aventura del libro, si Ismael, heredero de los diarios de su abuelo, no hubiese encontrado en ellos una ilustración de parte de una estela pétrea con los mismos símbolos del libro. El dibujo había sido realizado durante un viaje al Mato Grosso, anterior a la caravana africana. Un Ismael de veinte años y la cabeza llena de los atrevidísimos ires y venires del abuelo, partió en busca de aquella estela, la encontró y comparó allí mismo las páginas del libro con el escrito de la estela. La última página tenía el mismo texto salvo las últimas líneas y la pequeña ilustración final que parecía marcar el fin del libro. En seguida le resultó evidente que las últimas líneas estaban enterradas y las sacó a la luz, desgastadas, ligeramente distinguibles junto con un trazo muy leve de lo que un día fue la ilustración. Consiguió que dataran la estela y el libro en un laboratorio donde que tuvo que insistir para que le informaran del resultado por absurdo que fuera. Puede que el aquel brujo de África no hubiese mentido después de todo. No podía ser, pero las fechas coincidían.

Nada tenía de sorprendente que asomarse al futuro le hubiese proporcionado dinero de sobra para organizar la expedición en un tiempo record. Una sola persona le acompañaba. Dado que el Tiemposcopio constaba de poco aparataje: Dos ojos temposcópicos y el ordenador cuántico, de razonable tamaño, además de dos drones, uno para cada ojo, no hacía falta más gente que el piloto del helicóptero que le transportaría al objetivo, cuando lo encontrasen.

Ya que tenía una fecha bastante aproximada y que su objetivo, presumiblemente, se habría mantenido estacionado bastante tiempo, lo primera tarea era localizar un punto geográfico exacto. Los drones sobrevolarían una Antártida a la que apenas le quedaba hielo en el presente, mientras los ojos del Tiemposcopio seleccionaban, a nivel cuántico, la capa temporal precisada que correspondía con la fecha de datación del libro. Todo lo que vieran los ojos temposcópicos se grabaría para un posterior y cuidadoso visionado.

Las pequeñas máquinas voladoras iniciaron su trabajo sin imprevistos y sin descanso. El nieto de Sekelj inició la exploración virtual de inmediato con los necesarios descansos de los que podían prescindir los mini aviones. En cualquier caso, no necesitaba visionarlo en tiempo real, lo que buscaba tenía que ser suficientemente grande como para ser visto a una velocidad mayor de la que sobrevolaban el continente los drones. El trabajo de búsqueda le resultaba de lo más estimulante y no tenía expectativas de hacer su hallazgo en pocas horas o pocos días. Aun así, cinco días después del comienzo vio algo que casi le hizo caerse del asiento. En un paisaje selvático, notablemente distinto al que habían conocido los humanos desde que descubrieron el continente polar, una aeronave, algo más pequeña que un helicóptero biplaza, se cruzó en su camino. Detuvo la grabación, retrocedió y observó el vehículo.

Todavía sostenía el pequeño Ismael en sus manitas aquel volumen lleno de misterios cuando Tibor, con una mano cuyas arrugas parecían el tatuaje del mapamundi que reflejaba su odisea personal, intentó asirlo para ponerlo en su lugar. El niño se apartó y dijo:

—¡Avo! ¡No me has contado la historia que cuenta el libro! —dijo dando a entender que soltaría el libro cuando conociera la historia. Su abuelo dejó escapar una risita cómplice.

—¡Cierto! Muy cierto. Déjame que busque el diario donde la apunté. Aquí está, siéntate y escucha atentamente: «… Según este buen hombre, este libro, tan bellamente ilustrado con mapas de lugares que no reconozco y de la Tierra, escenas de vida cotidiana de tribus (algunas muestran personas con extrañas deformidades y bestias imposibles), e ilustraciones de sistemas planetarios, cuenta el viaje de estrella en estrella de un grupo de exploradores que se vio obligado a permanecer en la Tierra porque su “embarcación voladora” estaba dañada. Su estancia en el planeta no estaba planeada pero aprovecharon para explorarlo. Encontraron a los hombres y establecieron amistad con ellos. Les llevaron a su base y les dieron conocimientos que consideraron útiles para vivir en un mundo como la tierra. Los hombres se hicieron dependientes de ellos y de sus herramientas. Temiendo el día en que se marcharan los exploradores, algunos de los hombres entraron en la base con la intención de robar algunas armas y herramientas. Fueron descubiertos y los viajeros del espacio, sintiéndose decepcionados, ofendidos y atacados, expulsaron de su base, que según los dibujos diría que estaba en el centro de una selva del Polo Sur, a todos los hombres. La historia de este señor no aclara cómo llega el libro a manos de los hombres, aunque el viejo chamán afirma que durante mucho tiempo hubo gente capaz de leer lo que ponía y que de este escrito habrían surgido los conocimientos ancestrales de la brujería tribal.»

—¡Exploradores espaciales! —exclamó con emoción el nieto, y el abuelo soltó una carcajada.

Sequeli siguió a aquel aparato volante del pasado, primero en una dirección y luego en la dirección que resultó ser la de origen; el destino que buscaba. Pasó semanas observando a aquellos hombres cuyo origen era difícil de imaginar. Eran como mínimo un metro más altos que los humanos de la Tierra, y sus rasgos faciales tampoco pasarían inadvertidos. El Tiemposcopio había satisfecho sus expectativas de sobra con respecto a aquel asunto. Sin embargo, quedaba resolver el asunto de cómo conseguir evidencias irrefutables de aquella historia revolucionaria, sin desvelar la existencia de su invento. Se le ocurrió que quizá habían dejado restos al irse así que avanzó en el tiempo hasta que vio como una segunda nave, nublaba el cielo polar. Para su decepción, también vio como antes de su marcha, ya reparado el vehículo cósmico, limpiaban bien el terreno utilizando un artefacto desintegrador sin dejar ni rastro de su presencia, ni vida vegetal en todo la amplía zona donde habían establecido su base. El corazón de Ismael se debatía entre la emoción de ver cómo se juntaba el grupo alienígena para realizar algún tipo de ritual de despedida, dedicado a la tierra que les había acogido, y el sentimiento de fracaso al no poder volver a casa con pruebas de algo que haría volverse del revés al mundo.

La nave de rescate ya se había ido. Lentamente, el otro transporte dejó de estar posado sobre la tierra y dirigió su voluminoso cuerpo hacia arriba. Se detuvo a unos cientos de metros sobre el suelo. Varios rayos azules cegadores salieron de la parte inferior e impactaron en el suelo, moviéndose de forma rápida y desordenada. El polvo no le permitía ver que estaba pasando. Quizá la reparación no había funcionado. En ningún momento les había visto hacer pruebas. Finalmente un zumbido atronador precedió a la desaparición de los exploradores. Decepcionados de los hombres. Habitantes de un sistema planetario lejano, quizá de otra galaxia, que probablemente habían perdido interés en volver a la Tierra.

La polvareda poco a poco se fue deshaciendo. La mirada de Ismael Sequeli todavía estaba fija en un cielo de once mil años de antigüedad. Era de día y no había ni luna, ni estrellas, ni nubes. Solo azul y el gigantesco círculo de vapor condensado que se había formado con la repentina aceleración de la nave. Bajó la mirada derrotado. Una mirada que se abrió al máximo al descubrir que bajo sus pies, en el presente, enterrado por el tiempo, yacía un colosal altorrelieve que serviría de piedra de Rosetta para el libro y de prueba indiscutible de la estancia de las gentes que lo dejaron allí. Un inesperado y extraordinario regalo de despedida los exploradores.

Cheesti
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5 Comentarios

  1. Cheesti dice:

    Una nota respecto al personaje del abuelo: Tibor Sekelj no es un personaje de ficción y el brevísimo repaso biográfico que aparece en el relato se corresponde con su auténtica vida, exceptuando el encuentro con el chaman y todo el asunto de libro.

    https://es.wikipedia.org/wiki/Tibor_Sekelj

  2. newowen dice:

    Muy interesante. A ver si como ha pasado con algunos relatos de Julio Verne de aquí a algunos años tenemos un Tiemposcopio como ese. Suerte en el concurso.

    1. Cheesti dice:

      ¡Gracias! 🙂

  3. Luis Miguel Rubio Domingo dice:

    Cuando dices ‘Y ahora tenía ante sí una playa con una gigantesca Luna en un horizonte de aguas iluminadas por la potente luz del satélite. Se fijó en la herida superficie lunar. Su aspecto en ese momento no era muy distinto al que podría ver en el presente. Sin apartar la mirada del luminoso objeto que se elevaba ante un lienzo desconocido de estrellas’ me has hecho preguntarme cómo sería la luz de esa luna y si verdaderamente con tanta luz se vería la luna.

    1. Cheesti dice:

      La verdad es que es difícil imaginar el tamaño de la Luna a esa distancia. Hice cálculo (aproximado) según la distancia que se sabe hoy en día que gana anualmente. No sé si hice bien el cálculo porque no se me dan bien esas cosas y por otro lado, no creo que se haya alejado de forma uniforme a lo largo de todo el tiempo de su existencia.

      Con respecto a tu duda, la verdad es que no sé que decirte. Yo creo que aunque puede llegar a ser molesta la luz de la luna, y aunque supongo que sería más molesta, aún se podrían apreciar detalles y dudo mucho que llegara a ser cegadora. Además incluso cuando está llena, no refleja igual la luz del Sol a la Tierra en todo momento.

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