PIZPIRETA Y PLANCHUELO
- publicado el 25/08/2016
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La representación
Disfrazarse ante el mundo, mostrar quien no eres. ¿Hasta cuándo aguantará en su sitio la máscara que oculta el verdadero rostro?
Hacer equilibrismo con la realidad, encajar a golpes las piezas de un rompecabezas. ¿Cuánto tardará en caer al abismo de su propia realidad?
Se muestra ante un público pétreo, inamovible, y con una teatral reverencia comienza su actuación. Unas risas enlatadas le sirven de acicate, pero sabe que están fuera de lugar. No es una comedia lo que está representando. Es un drama tan real como la vida misma, así que aprieta los dientes y reza para que acabe cuanto antes y baje el telón. Nadie le conminará a que salga de nuevo a saludar.
Le hierve la sangre, nadie parece reaccionar. ¿Acaso nadie lo comprende? Ahora les demostrará quien es en realidad. Se clava las uñas en las sienes y se arranca la piel de la cara, en un intento desesperado de mostrarles sus miedos, sus ansias, sus anhelos, pero sólo logra ofrecerles lo superficial. Carne y sangre. No se puede profundizar en el alma cuando no es el alma lo que se quiere enseñar.
Agoniza en la tarima del escenario, bañado en su propia frustración y llora desconsolado. Pero la función ha llegado a su fin y no hay aplausos. Se levanta y abandona el escenario, no sin antes echar una última y brillante mirada, quizás buscando un gesto de comprensión. Pero el público permanece callado, preguntándose si eso es todo por lo que han pagado. Él sólo puede sonreír amargamente y encogerse de hombros. Mañana habrá una nueva representación. Intentará ensayar mejor su papel.
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