Furkul, el Clérigo Leproso
- publicado el 26/08/2008
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La torre negra
Lleva horas corriendo, ¿o tan sólo son minutos? Hace mucho que ha perdido la noción del tiempo, y su respiración se convierte en la única referencia que transforma su huída en algo tan real como la sensación de pavor exudan todos los poros de su cuerpo.
Su vista recorre de forma ansiosa un irreal paisaje monocromo en busca de algún indicio que le indique el camino que pueda transportarlo lejos de la amenaza que se cierne sobre su cabeza. Pero… ¿cómo encontrar una referencia cuando es el vacío lo que le envuelve? Ni siquiera el sol o la luna pueden orientarle, pues los dos astros celestes jamás han existido en esa pesadilla en que se va sumiendo cada vez más profundamente.
Su frenética huída a ninguna parte choca una y otra vez contra un muro invisible que le obliga a variar su rumbo errante y sus pasos vuelven a buscar una ruta que le permita mantenerse en movimiento. Entonces eleva la mirada y la encuentra de nuevo allí, y se pregunta, mientras el histerismo se va haciendo dueño de su razón, cómo es posible que se haya materializado ante él algo que hace tan sólo unos segundos no estaba en aquel lugar. Pero la realidad es que se yergue frente a él, tan enorme que su sombra sume el universo en una oscuridad tan desasosegadora que le hace comprender que ya no hay esperanza.
Su base es cuadrada, y las cuatro caras están rematadas en su parte superior por sendos matacanes de piedra, tan negra como la de la propia torre. Los merlones que la coronan tienen apenas dos metros de separación, por lo que las dimensiones de la torre hacen imposible poder contarlos. El puente levadizo se desprende poco a poco de la estructura con un perezoso rugido de madera, mientras que las cadenas que sostienen su lento descenso chirrían estrepitosamente en sus enormes poleas.
Cuando el rastrillo empieza su inexorable ascenso, sabe lo que vendrá a continuación. Un seco sonido de cascos, primero apagado, pero a medida que su destino le alcance, ese galope se hará cada vez más ensordecedor, y cada uno de sus músculos se petrificarán de terror, pues cada metro de distancia que recorra el caballero negro, se convertirán en los granos de arena que caen en un reloj que marcará los suspiros que le quedan a su existencia.
El caballo se eleva sobre sus cuartos traseros en una señal de triunfo, negro como la oscuridad que los rodea, y tan sólo dos ojos llameantes iluminan su contorno. La oscura armadura del caballero que lo monta tiene un brillo mate, al igual que la descomunal espada que eleva a un cielo sin sol ni luna. El yelmo, rematado por un penacho de plumas de avestruz no tiene celada, pues está unido a la armadura, conformando una única pieza.
Hinca las rodillas en el suelo bajo las sombra del oscuro caballero, y con un gesto de resignación, baja la cabeza desechando cualquier atisbo de esperanza, mientras la espada silba dibujando una perfecta curva descendente.
El profesor explica pacientemente al alumno, que el jaque mate árabe es una jugada básica que no le costará mucho dominar, pues sólo debe recordar las casillas donde colocar el caballo y la torre. Y aunque el joven aprendiz asiente resignado, no encuentra el momento para emprender de nuevo la ahora inalcanzable quimera de derrotar al anciano maestro. Así que coloca de nuevo las piezas y mira ansiosamente a su contrincante…
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ÁNIMO DANI, comienzo a seguirte por aqui
Gracias Juan!