El agente inmobiliario

El agente inmobiliario contestaba al teléfono con despotismo y faltas de ortografía. Como si conociera a los anónimos interlocutores de toda la vida.

Un día, al terminar de enseñar una casa, la puerta de salida se le cerró en las narices, encerrándolo. Al darse la vuelta intentando buscar una ventana para escapar se dio de bruces con los demás inmuebles de su dossier. Allí había una maison embravecida, varios áticos iracundos y una retahíla de pisos normales y corrientes, todos de dientes. El bastión inmobiliario se echó encima del impertérrito agente de hoyuelo y sonrisa perfecta, destrozándole el traje, que se arrugó por primera vez desde que lo había comprado. Los intestinos sangrientos y los huesos saltaban por los aires, al hombrezuelo en el suelo apenas se le escuchó protestar. Los áticos, pisos, con y sin terraza, y la maison se organizaron para deshacerse del cadáver y limpiaron la escena del crimen. Habiendo terminado la tarea, el piso que acababa de ser enseñado abrió de nuevo sus puertas dejando entrar la luz blanca por el pasillo principal mientras que el resto de casas ya se habían trasladado a sus lugares convencionales.

Este fue el último día de trabajo del agente inmobiliario. La policía aún no ha logrado descifrar su paradero, mañana por la mañana están citadas a declarar las fianzas.

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